sábado, 24 de enero de 2015

Fundación de la Capilla de San Pedro en la Catedral de Toledo

En 1415 don Sancho de Rojas fue nombrado arzobispo de Toledo por el papa Benedicto XIII. A pesar de su escasa presencia en la sede primada, don Sancho se preocupó por la continuidad de las obras que estaban en marcha en la Catedral y, especialmente, por la dotación y fundación de una capilla que habría de servirle como lugar de enterramiento. 

El arzobispo falleció en 1422 sin ver acabada la obra y fueron sus testamentarios los que se encargaron de llevarla a témino y dictar las constituciones. 

En el presente artículo se estudia ese proceso, precisando algunos datos mal conocidos, y se especifica el ajuar litúrgico con que fue dotada la capilla por parte del prelado. 



El 26 de junio de 1415 Benedicto XIII confirmó a Sancho de Rojas como arzobispo de Toledo. Varias circunstancias concurrían en el, hasta entonces, epíscopo palentino para acceder a ese puesto de especial relevancia en el panorama religioso y político de Castilla. Por un lado, en un momento en el que se estaba desarrollando el concilio de Constanza y las presiones para conseguir la unidad de la Iglesia eran grandes, el antipapa necesitaba contar con una persona de su confianza en la sede primada1 . 

Por otro lado, es posible que la reina viuda, Catalina de Lancaster, influyera en la elección de una persona próxima a ella y que formaba parte del consejo de regencia de su hijo menor de edad, el futuro rey Juan II. Pero la historiografía defiende que fueron sobre todo los deseos de Fernando de Antequera los que llevaron a don Sancho hasta la mitra toledana.

 Era un premio a sus habilidades negociadoras, una de cuyas últimas muestras había sido allanar el camino ante Benedicto XIII para que accediera a la boda del heredero al trono de Aragón con su prima, la infanta María de Castilla. Y fue precisamente durante su visita al Papa Luna en Valencia para conseguir el beneplácito, cuando recibió el nombramiento, ante el insistente ruego del rey don Fernando . 

Tras la boda de Alfonso de Aragón y María de Castilla, el arzobispo regresó a Valladolid, donde permaneció en la corte y actuó como elemento clave del consejo de regencia del príncipe don Juan, tanto en lo referente a las relaciones con la Corona aragonesa como en los asuntos relativos al Cisma de Occidente. Su personalidad y la enorme influencia que poseía en la política castellana quedan reflejadas en una carta que los delegados conciliares enviados a Valladolid dirigieron a Constanza el 26 de junio de 1416. En ella dicen de don Sancho “qui totus est in totum, et sine quo penitus nihil fit in isto regno” .

 Los asuntos del reino de Castilla le mantuvieron próximo a la corte y alejado de su sede arzobispal. Gobernó la diócesis a través de un vicario general y de su relación con el cabildo no ha quedado ninguna noticia4 ; sin embargo, consta que se encargó personalmente de los asuntos más urgentes de la sede primada. La catedral de Toledo estaba sumida en una serie de obras que era preciso continuar. Don Pedro Tenorio (1377-1399) había iniciado la construcción del claustro gótico, en donde levantó su  capilla funeraria dedicada a san Blas, y otros trabajos de remate y embellecimiento de la iglesia. 

Su sucesor, Pedro de Luna (1403-1414), había vivido un periodo difícil debido a su relación familiar con el antipapa y parece que apenas pudo continuar las labores que estaban en marcha , de modo que don Sancho de Rojas asumió su responsabilidad y el 25 de noviembre de 1416, desde Valladolid, envió una carta a los arciprestes, vicarios, curas y capellanes de la diócesis, disponiendo la recaudación de limosnas y mandas testamentarias destinadas a la obra de la catedral y concediendo cuarenta días de indulgencia a todos los bienhechores de ella . 

La actividad de la fábrica toledana durante la primera mitad del siglo XV queda reflejada en el Libro de la Obra, en donde se consignan las distintas partidas económicas necesarias para el funcionamiento de la institución. En él se advierte que los gastos más cuantiosos derivaban de la construcción del templo y de las dependencias catedralicias . 



Durante el pontificado de don Sancho de Rojas se levantaban aún las partes altas de la fachada principal, se trabajaba en la torre Norte y se tallaban las últimas piezas de la portada del Perdón, bajo la dirección del maestro mayor Alvar Martínez8 . 

Así mismo, se remataban las obras del claustro, iniciadas por don Pedro Tenorio , y nuestro prelado dejaba constancia de su patrocinio con la colocación de sus armas en las enjutas de la puerta del Mollete: sobre campo de oro, cinco estrellas de azur puestas en sotuer (fig. 1). 

Además, el maestro fray Gerardo se encargaba de los órganos mayores, Jacobo Dolfín pintaba las vidrieras de la cabecera y el crucero de la iglesia, ayudado por Luys Coutin, y Gil Sánchez bordaba con seda, oro y ajófar dos cenefas con las armas del rey don Juan I, “que Dios dé santo paraíso”. 

El nuevo prelado, como hemos visto, continuó las obras emprendidas por el arzobispo Tenorio, del que se proclamaba gran admirador, pero la principal empresa promovida por él en el templo toledano es la que muestra más claramente el deseo de emular, e incluso superar, a su antecesor en la mitra. 

Así como don Pedro había levantado en el claustro de la iglesia mayor la capilla de San Blas, con la finalidad de que allí reposaran sus restos mortales, don Sancho puso todo su empeño en la construcción de la capilla de San Pedro, un amplio espacio templario destinado a convertirse en su lugar de enterramiento y a sustituir a la antigua capilla parroquial del mismo nombre, posteriormente denominada de San Eugenio.

El 3 de marzo de 1417, estando en Constanza, el papa Martín V expidió una bula en la que daba licencia a don Sancho de Rojas para hacer testamento. A pesar de que no se conserva el ejemplar original de sus últimas voluntades, existe un traslado del texto en una confirmación de juros que hizo Felipe II a favor de la capilla de San Pedro.

 Por él conocemos la voluntad del prelado de construir una capilla destinada a su enterramiento y a la que, con la anuencia del deán y el cabildo, pudieran traspasarse el culto parroquial y la advocación de la capilla de San Pedro Apóstol que, por ser pequeña y estrecha, no resultaba adecuada para administrar los sacramentos. 

El arzobispo buscó los recursos necesarios para la obra y para la dotación de las capellanías correspondientes, de tal modo que quedara asegurada tanto la construcción como el mantenimiento de su capilla. Con ese fin adquirió de su tía Aldonza Pantoja, en 1417, un juro de heredad perpetuo sobre una serie de bienes inmuebles y posesiones ubicadas en distintas villas y aldeas, además de la capital, en donde constan, entre otros, varias casas en Zocodover. 

Este conjunto constituiría el núcleo patrimonial de la fundación. El arzobispo, además, vió respaldada su empresa por el rey Juan II que le concedió, en 1422, 5.000 maravedís anuales sobre la renta del almojarifazgo de Toledo destinados a dotar capellanías14. Para el servicio de dicha capilla había previsto don Sancho toda una serie de vestimentas, ornamentos y libros que quedaron especificados en su testamento. 

Parece claro, por tanto, que tenía la intención y el deseo de verla hecha y acabada. Sin embargo, el 21 de octubre de 1422 falleció sin haber visto cumplidas sus pretensiones y tuvieron que ser los ejecutores de sus últimas voluntades los que se encargaron de llevar la obra a término. Eran estos albaceas testamentarios don Juan Martínez Contreras (Juan Martínez de Riaza), deán y sucesor suyo en la silla episcopal; fray Fortuno, maestro en teología, fraile de la Orden de los Predicadores y confesor del arzobispo Rojas; fray Martín de Ribas, prior del monasterio de San Benito de Valladolid, con el que había tenido una estrecha relación; Gonzalo Sánchez de Madrigal, arcediano de Calatrava, y Alfonso de Valdivieso, su camarero y posterior obispo de León. 

Ellos habían recibido la encomienda de ordenar el número de capellanes y administrar las cantidades necesarias para las capellanías, para el sacristán y los mozos y para cera, aceite y demás cosas propias del funcionamiento de la institución. Sin embargo, su cometido se extendió, en primer lugar, a la finalización de las obras del edificio pues, aunque don Juan Martínez dice al establecer las constituciones de la capilla que fue “hedificada por el dicho nuestro predecesor”, la documentación aclara que los trabajos se prolongaron más allá de la muerte del fundador, prácticamente hasta 1430 en que se dictaron las constituciones se puso bajo la advocación de San Pedro y se traspasaron a ella el culto y los parroquianos de las “Quatro Calles”


Autor: Mª Victoria Herráez Ortega
Fuente del Artículo: http://institucional.us.es/revistas/arte/25/vol_I/art_3.pdf

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