Musulmanes y judíos, aliados ayer y hoy.
IVC.- Un mes después de la batalla cerca del Lago de Janda, una tropa de jinetes se acercó a Córdoba, la principal ciudad de la provincia de Bética. La tropa, que contaba con unos setecientos hombres, fue dirigida por Mughīth ar-Rūmī, un oficial árabe entrenado en la corte del califa de Damasco.
A medida que se acercaba a la ciudad, que se extendía alrededor de la orilla norte del río Guadalquivir, rodeada por un fuerte muro, acampó su tienda en un matorral en la orilla sur y comenzó a explorar los alrededores de la ciudad en busca de un punto vulnerable.
Los guerreros musulmanes marcharon alrededor de la ciudad, mientras que las fuerzas góticas en las paredes les observaban de cerca. La ciudad estaba fuertemente cerrada; nadie salió y nadie entró. El gobernador de la ciudad y sus hombres habían decidido luchar hasta la última gota de sangre y entregar sus vidas a un alto costo. Eran seguidores del rey Rodrigo, quien anteriormente había sido el gobernador de esta región, y le fueron fieles incluso después de su muerte.
Mientras tanto, una gran cantidad de judíos permanecieron encerrados en sus hogares, esperando impacientemente el resultado. A diferencia de los godos y el clero, no temían a los invasores que sitiaban la ciudad; todo lo contrario, depositaban sus esperanzas en ellos.
Porque los reyes visigodos les habían oprimido gravemente y les habían tratado con extrema crueldad. Qué recuerdos habrán pasado por las mentes de los judíos cordobeses en aquellas noches en que se sentaron en sus casas y oyeron los pasos de los guardias en las paredes…
El asentamiento judío en la península ibérica era muy antiguo y en sus primeras etapas había prosperado. Incluso después de que los visigodos habían establecido su dominio sobre la tierra, la condición de las comunidades judías permaneció favorable durante mucho tiempo. Ganaron su sustento con dignidad, y cumplieron las leyes de la Torá y observaron sus mandamientos sin reservas.
Sin embargo, cuando los gobernantes visigodos cambiaron del arrianismo a otra forma de cristianismo, el catolicismo, en 586, la situación de los judíos cambió. Comenzó un período de disturbios y persecuciones. Los sínodos del clero que se reunían de vez en cuando en la capital determinaban la política del régimen; como resultado, en cada consejo convocado, los celosos obispos promulgaron decretos contra los judíos.
Por su parte, los reyes compitieron con el clero y les estimularon a encontrar maneras y medios para instituir leyes con el fin de erradicar al judaísmo de la tierra. Ya sea por un sincero celo religioso o por la avaricia con la que miraron las posesiones de los judíos, los reyes y el clero tenían la misma intención: amargar las vidas de los judíos y forzarles a que cambiaran su fe.
En 613 el rey Sisebuto decretó que todos los judíos debían convertirse o abandonar la tierra. Este edicto fue llevado a cabo; como resultado, miles se convirtieron al cristianismo y otros miles abandonaron el país. Suintila, que sucedió a Sisebuto, anuló el edicto de la conversión, permitió a los conversos volver a la fe de sus padres, y permitió volver a los que se habían exiliado.
Pero cuando el rey Sisenando llegó al poder, se inclinó a ser severo. El concilio que se reunió en Toledo en 633 decidió que los judíos que se habían convertido en cristianos como resultado de las leyes de Sisebuto debían permanecer como cristianos, y debían ser cuidadosamente vigilados, para fueran a faltar el respeto a ninguna de las leyes de la iglesia. El rey le dio su sanción.
Un sínodo del clero en 638, conocido como el sexto Concilio de Toledo, decretó que los visigodos no tolerarían a ninguna persona que no creyera en el catolicismo. También declaró que al ascender al trono, cada rey debía jurar que cumpliría las leyes contra el judaísmo.
En ese momento el gobernante era Chintila, quien cumplió con los deseos del clero. Así sucedió que muchos fueron obligados a convertirse en cristianos y a firmar proclamas que exigían su observancia de las costumbres cristianas. Pero Chindasvinto, que sucedió a Chintila, eliminó estas restricciones. Parece que durante su reinado los conversos regresaron a su fe, e incluso los exiliados regresaron a sus lugares de habitación.
El sucesor de Chindasvinto, Recesvinto, era incluso más celoso que todos sus predecesores, y un verdadero opresor de los judíos. Se presentó ante el octavo Concilio de Toledo, que se reunió en 653, y propuso renovar los decretos del concilio de 633, a saber, que los conversos deben adherirse a su nueva fe y, además, que los conversos que continuaron con las observancias judías debían ser ejecutados a manos de otros conversos. Pero todo esto no era suficiente para este rey fanático. Promulgó leyes adicionales que negarían a los judíos inconversos la posibilidad de practicar su religión y limitarían sus derechos civiles.
En su desesperación, los judíos comenzaron a unir fuerzas con aquellos que se rebelaron contra el gobierno.
En los días del rey Wamba, los judíos cooperaron con el gobernador de la provincia, Nimes, que les prometió la libertad religiosa. Después de la rebelión, los judíos fueron expulsados de la ciudad de Narbona, que, junto con una gran zona del sur de la Galia, pertenecía al reino de los visigodos.
Tres meses después de ascender al trono, el rey Ervigio convocó al duodécimo Concilio de Toledo e instó a utilizar todos los medios posibles para extirpar la religión judía de España.
Actuando según su propuesta, el consejo decretó que cada judío debía convertirse en el plazo de un año. También se declaró que el clero debía enseñar a los judíos los principios y prácticas del cristianismo; los conversos estaban obligados a informar a las autoridades de los nombres de cualquier ex-correligionario que pudiera estar transgrediendo las leyes de la iglesia. No sólo se obligó a los judíos a convertirse, sino que además, los derechos civiles de estos conversos fueron limitados.
El rey Égica siguió una línea diferente. En lugar de convertir a los judíos por la fuerza, trató de poner fin a su obstinada resistencia por medio de privilegios especiales, que ofreció a los conversos que aceptaran ser fieles a la práctica cristiana. Anuló las limitaciones de los derechos de los conversos, pero aprobó leyes estrictas contra los judíos que se aferraban a su fe.
Estaban obligados a vender a la hacienda del rey todos sus sirvientes, casas y tierras que habían comprado a los cristianos, todo para ser entregado al clero. El rey también ordenó que a los judíos se les prohibiera comerciar con los habitantes cristianos del reino visigodo; así como también el comerciar con extranjeros.
La severidad misma de estos decretos es prueba de que no fueron ejecutados completamente, y a pesar de los decretos de los reyes y de los consejos, muchos judíos permanecieron en España. De hecho, de las decisiones de los consejos aprendemos que los judíos sobornaron a los nobles que llevaban las riendas del gobierno, e incluso al propio clero, para que no aplicaran estas leyes con mucha severidad. Sin embargo, su situación empeoró y buscaron una fuente de liberación.
En 694, las autoridades visigodas descubrieron una conspiración de los judíos, que se preparaban para derrocar al gobierno.
Según las autoridades cristianas, los judíos habían unido fuerzas con sus correligionarios al otro lado del estrecho en el norte de África, y estaban planeando una invasión militar que los liberaría de sus opresores.
El decimoséptimo Concilio de Toledo, que se reunió a finales de ese año, decidió por lo tanto aplicar medidas más estrictas. Todos los judíos fueron entregados a amos cristianos como sus esclavos y fueron esparcidos por todo el reino.
Sus amos estaban obligados a asegurar que los judíos observarían las prácticas de la iglesia y tomarían juramento de que no dejarían libres a los judíos. El concilio decretó además, que los niños mayores de siete años fueran tomados de los judíos, para ser criados en el espíritu del cristianismo y casados con otros cristianos. Las propiedades judías fueron confiscadas.
Pero una vez más la rueda de la fortuna tomó un giro favorable. El rey Witiza era un gobernante más indulgente, y el clero le odiaba. Los escritores cristianos de la Edad Media afirman que anuló las leyes de Égica. Pero con la ascensión de Rodrigo, los fanáticos -la facción cuyo objetivo era borrar el judaísmo de la tierra de España- llegaron al poder.
Tales fueron los recuerdos que pasaron por la mente de los judíos de Córdoba. Con todo su corazón se aliaron con los musulmanes a las puertas de la ciudad, mas no podían actuar. Los soldados góticos eran lo único entre ellos y los sitiadores africanos.
Una noche el cielo se nubló y las lluvias llegaron, seguido por el granizo. Los guardias del muro se refugiaron del mal tiempo y abandonaron sus puestos. Los africanos aprovecharon la oscuridad, cruzando el río en un punto poco profundo.
El muro sur de la ciudad fue construido más o menos a unos quince metros del borde del río. Cuando los hombres de Mughīth llegaron a la orilla norte del río, se apresuraron hacia un punto donde el muro tenía una brecha en el nivel superior. Una higuera creció cerca de la brecha. Rápidamente escalaron el árbol y saltaron al muro.
El primer hombre ayudó a subir al segundo detrás de él, y en cuestión de segundos un grupo había cruzado el muro. Inmediatamente se dejaron caer en el interior, sobre los desprevenidos guardias de la puerta más cercana, matándolos a todos. Abrieron la puerta, y por ella, con espadas desenvainadas, fluyeron las fuerzas de Mughīth.
Aquí y allá un individuo trataba de resistirse – sólo para ser decapitado. La mayor parte de la población cerró las puertas de sus casas y permanecieron dentro de ellas en silencio. Sin embargo, el gobernador escapó con sus fuerzas a una iglesia en el barrio occidental de la ciudad, y se fortificó en su interior.
A la mañana siguiente, cuando los habitantes de Córdoba salieron de sus casas a las calles de la ciudad, y vieron que Mughīth había ocupado el palacio del gobernador, sintieron el primer sabor de la subyugación.
Por otro lado, los judíos de la ciudad, se regocijaron. Este era el día que estaban esperando. Entraron inmediatamente en contacto con el oficial musulmán, quien les integró en su ejército, encargándoles la tarea de custodiar la ciudad.
Mughīth estableció sus fuerzas dentro de la ciudad y sitió la iglesia en la que el gobernador gótico de la ciudad se había refugiado. Era un edificio robusto, y los cristianos de dentro, que eran unos cuatrocientos, se defendían con valentía. El sitio duró tres meses; entonces los musulmanes lograron cortar el suministro de agua de los cristianos, que se vieron obligados a rendirse. Fueron condenados a muerte. El gobernador intentó huir pero fue capturado y más tarde llevado al califa en Damasco.
Los acontecimientos de Córdoba se repitieron en otras ciudades españolas. En todas partes los judíos se apresuraron en ofrecer su ayuda a los musulmanes en su guerra de conquista. Los cronistas árabes sólo relatan lo que sucedió en las ciudades principales, pero es muy probable que sucediera lo mismo en las ciudades más pequeñas y en las aldeas.
Un historiador árabe contemporáneo relata que donde quiera que los musulmanes encontraban judíos, les designaban en una milicia y dejaban a algunos de sus propios soldados con ellos; entonces la mayoría continuaba su marcha de conquista. Otro historiador árabe, que escribió en una fecha posterior, y que recurrió a fuentes tempranas y fiables, repite estos hechos, pero añade que donde no había judíos disponibles, los musulmanes tenían que dejar un mayor número de sus propias fuerzas.
De estos registros históricos es evidente que la ayuda de los judíos fue muy importante para los musulmanes. Ya que Tariq tenía que dejar atrás soldados en las ciudades que ya había conquistado, mientras enviaba otras tropas para conquistar las otras ciudades, cuya vanguardia amenazaba sus líneas de comunicación, las pequeñas fuerzas del comandante musulmán iban disminuyendo a medida que penetraba más en el corazón del país.
La cooperación de los judíos le fue muy ventajosa: le permitió disponer de algunos de sus soldados haciendo guardia en las ciudades conquistadas para utilizarlos como fuerza de ataque en nuevas conquistas. Está claro que aquí y allá los judíos dieron a los invasores información importante y también actuaron como espías, al igual que los seguidores de Witiza, quienes vinieron en ayuda de las fuerzas de Tariq, a donde sea que fueran.
Así fue que en muchas ciudades, pequeños grupos de musulmanes, con la ayuda de sus aliados, los partidarios de la Casa de Witiza y los judíos, establecieron el nuevo orden. Por otra parte, como muchos de los nobles y funcionarios, los ricos y el clero huyeron al norte del país, un gran número de casas y muchas propiedades fueron abandonadas, y es cierto que los judíos y todos los que ayudaron en la conquista tomaron posesión de todo esto.
Pero fue el deseo de venganza lo que motivó principalmente a los judíos ayudar a los ejércitos de Tariq. La invasión musulmana les dio la oportunidad de hacer pagar a sus opresores por los males que habían sido perpetrados sobre ellos y sus antepasados por muchas generaciones.
Fuente: The Jews of Moslem Spain, Vol. I, por Eliyahu Ashtor, traducido por Aaron Klein Jenny Machlowitz Klein, publicado por la Jewish Publication Society of America.
http://www.alertadigital.com/2017/07/11/la-colaboracion-judia-con-los-musulmanes-durante-la-invasion-de-espana-y-iii/
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