miércoles, 4 de septiembre de 2019

El Espeluznante Crimen de la «Casilla del Pozuelo» en Mascaraque a principios del Siglo XX

ESBOZOS PARA UNA CRÓNICA NEGRA DE ANTAÑO (XXII)

Vista de Mascaraque, localidad natal de las dos mujeres implicadas en el asesinato

 (Foto, Fondo «Los Legados de la Tierra», BIDICAM)

Joaquina y Jesusa, madre e hija, mataron a su vecina Jacinta Manzano en mayo de 1908

Por Enrique Sánchez Lubián@abc_toledo
17/01/2018 21:26h

A primeras horas del 25 de marzo de 1910, Viernes Santo, Alfonso XIII presidió en la capilla del Palacio Real de Madrid la ceremonia con que la Corte honraba la Adoración de la Cruz. 

A su término, el limosnero mayor depositó sobre una bandeja de plata las sentencias judiciales de veintitrés reos que en diferentes prisiones españolas esperaban a que se ejecutasen las penas de muerte a que habían sido condenados.




 Los legajos estaban atados con una cinta negra.

 El obispo de Sión, presente en los actos, se los mostró al monarca preguntándole si perdonaba a los convictos.Imagen de la Virgen de los Dolores a su paso por el Palacio Real de Madrid, en cuyos balcones se encontraba Alfonso XIII horas después de firmar el indulto a Joaquina Fuentes y Jesusa Vidales. (

Foto, Goñi) - ARCHIVO ABC

El rey, poniendo la mano sobre la documentación exclamó con voz sonora: «que Dios me perdone como yo les perdono», y al instante la cinta negra fue sustituida por otra blanca, emblema de indulto concedido. 

Entre quienes se vieron beneficiados por tal gracia se encontraban Joaquina Fuentes García (alias «Seis dedos») y Jesusa Vidales Fuentes (conocida como «Francisca»), madre e hija, naturales de Mascaraque y vecinas de Los Yébenes, a quienes la Audiencia Provincial de Toledo había condenado a muerte como autoras de un espeluznante crimen. 

Tras firmar el real decreto para ser publicado en «La Gaceta», Alfonso XIII prosiguió la jornada viendo desde un balcón del Palacio Real la procesión del Santo Entierro en la que por primera vez desfilaba la imagen de la Virgen de los Dolores conservada en la capilla palaciega.


La línea ferroviaria Madrid-Ciudad Real se inauguró en 1879, veintinueve años antes del suceso referido. Estación de Mora, fotografía publicada en la «Guía de Toledo y su provincia» publicada en 1906

El suceso que llevó a estas dos mujeres a tan dramática situación se desarrolló en el mes de mayo de 1908 en el puesto de guardabarrera situado en el kilómetro 102 de la línea ferroviaria Madrid-Ciudad Real, cerca de Los Yébenes, y conocido como «Casilla del Pozuelo». 

El mismo estaba dividido en dos viviendas. En una moraban Jacinta Manzano y Manzano, con su marido, y siete hijos, y en la otraJoaquina Fuentes, su marido, quien trabajaba como obrero de vía, y su hija. 

Ambas familias estaban encargadas de prestar servicio al paso de los trenes y aunque tenían relaciones de parentesco, su convivencia eran tensa. 

Sobre todo porque Jesusa, la hija de Joaquina, de dieciséis años de edad, se quejaba de que su vecina estaba permanentemente cuestionándole su honra, acusándola de actuar como una ramera con su marido y de mantener relaciones con el telegrafista de la estación cercana.

Tras el cierre del servicio ferroviario en 1988, la estación de Los Yébenes, en cuyas cercanías se cometió el crimen de la «Casilla del Pozuelo», quedó abandonada

Obcecada por semejantes comentarios, Jesusa compró una pistola con intención de matar a su vecina. 

La adquirió a un mendigo que encontró por las cercanías de la caseta, pagándole una peseta y un pan. La ocasión se le presentó el día 15 de mayo. Con las primeras luces del día salió de su casa y esperó a que una hija de Jacinta dejara la casilla para dar paso al tren correo.




 Aprovechando esta circunstancia entró en la habitación de ésta y se dirigió a la cama donde su antagonista dormía, disparándole a quemarropa dos tiros sobre la cabeza. Los proyectiles le causaron heridas de consideración en el maxilar superior y la nariz, quedando alojados en el interior del cráneo. A pesar de la gravedad de los impactos, Jacinta consiguió ponerse en pie y salir al exterior, donde quedó tendida.

Lejos de apiadarse de la víctima, Jesusa encontró la complicidad de su madre y mientras ella la sujetaba, Joaquina puso una hoz sobre el cuello de la vecina herida intentando degollarla.

 La agresión, de momento, no llegó a mayores pues otra hija de Jacinta intercedió en favor de su madre para que no la matasen tratando de parar la disputa. 

En ese momento, Jesusa fue hasta su vivienda y cogió un afilado espadín de grandes dimensiones. 

Con él en las manos, regresó de nuevo a la pelea y se lo clavó en el pecho a la agredida, quien falleció a los pocos instantes.Noticia de «Heraldo Toledano» dando cuenta de la condena a muerte impuesta por la Audiencia Provincial

Consumado el crimen, Jesusa y Joaquina intentaron borrar las huellas de su acción y para ello arrastraron el cadáver de su vecina hasta las vías, intentando poner la cabeza sobre uno de los raíles para que un tren que había de pasar al poco rato despedazara el cuerpo. 

Y así hubiera ocurrido de no ser por la perspicacia del maquinista del convoy, quien al divisar en la lejanía a las dos mujeres con un bulto, pensó que se trataba de un forcejeo intentando evitar que alguna persona se arrojase al tren, por lo que consiguió frenar antes de llegar a tan fatídico punto. 

Cuando horas después se efectuó la autopsia a la víctima, se comprobó que Jacinta estaba embarazada de una feto hembra de cinco meses.

Ingresadas en la cárcel de Toledo, las autores de crimen hubieron de esperar un año, hasta marzo de 1909, para que la Audiencia Provincial celebrase el juicio contra ellas. El fiscal, Enrique Gotarredona,había calificado los hechos como delito de asesinato con las agravantes de premeditación y alevosía, solicitando la pena de muerte para las dos procesadas. 

Por su parte, el abogado defensor, Ricardo Pintado, mantenía toda la responsabilidad de lo ocurrido en Jesusa, exculpando a su madre, de quien sostenía que había intentando detener la disputa. Consideraba que a la primera se le debía imponer una pena de dieciséis años, cuatro meses y un día al darse las atenuantes de arrebato y obcecación, mientras pedía la libre absolución para la segunda encausada.

El juicio se prolongó durante tres días, estando citados a declarar dieciocho testigos y seis peritos. La expectación fue grande. En las primeras filas del público figuraban, según dijo la prensa, numerosas mujeres, gente de la buena sociedad toledana, militares y sacerdotes. Los diferentes testimonios aportados apenas ofrecieron nuevos detalles que pudieran alterar el relato de los hechos expuesto.

 En la presentación de sus conclusiones, el fiscal resaltó que en casos como el juzgado, donde se mezclaban parentescos y estrecha convivencia en la soledad del campo, la ruptura de relaciones solía desbordar pasiones y odios, provocando consecuencias terribles y produciendo daños incalculables.

Tras escuchar las consideraciones del jurado popular que intervino en el juicio, el miércoles 17 de marzo, el tribunal de derecho, presidido por el magistrado Miguel González, hizo pública la sentencia condenando a las dos mujeres a la pena de muerte como autoras de un delito de asesinato, así como al pago de 2.000 pesetas a los herederos de Jacinta Manzano. 

Además se les imponía una pena de un año, ocho meses y veintiún días de prisión correccional como autoras de un delito de aborto

Según decía la crónica del juicio publicada en «Heraldo Toledano», el público presente en la Audiencia «escuchó con religioso silencio aquella fatal solución, y las procesadas bajaron la cabeza al escuchar el terrible fallo».

 «Un instintivo movimiento de compasión –añadía “Oreramac”, seudónimo con el que firmaba el periodista que siguió el juicio- se advirtió en la concurrencia, y cuando entre las filas de la multitud apiñada a un lado y otro de la calle vio marchar a las procesadas en dirección a la cárcel, más de una mujer no pudo reprimir lágrimas, y muchos hombres miraban con dolor, con la simpatía que inspira la desgracia viéndolas marchar sin alzar los ojos del suelo». 

Y es que como se añadía en las páginas de «El Porvenir», semanario carlista de la capital, el publico asistente, de manera unánime, aún odiando el delito y reconociendo la justicia de su castigo, «ha sabido compadecer a las delincuentes». 




Aunque a este respecto no todos los puntos de vista eran coincidentes, porque en «El Día de Toledo», al dar cuenta de la sentencia, se criticaba que algunas personas estuvieran apostadas en las cercanías de la Audiencia esperando el paso de las condenadas como si fuese diversión o curiosidad repugnante y malsana, asistiendo a las causas judiciales cual si se tratase de un «sport», un circo, un teatro o una plaza de toros. 

Eran frecuentes, a este respecto, opiniones pidiendo medidas para evitar que los reclusos de la cárcel provincial hicieran semejantes «paseíllos», custodiados por guardias civiles, desde el antiguo convento de los Gilitos hasta las dependencias de la Audiencia por las calles céntricas de la capital.

Por Enrique Sánchez Lubián@abc_toledo
17/01/2018 21:26h


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