Las autoridades diocesanas estaban convencidas de las repetidas desobediencias de esos nuevos cristianos y del incumplimiento de numerosos preceptos sacramentales.
Tanto es así que los párrocos recibieron instrucciones de no administrar la eucaristía si no existía una confesión previa, ni tampoco proporcionaban la extremaunción a los moriscos moribundos si antes no otorgaban testamento con un escribano público, en este caso cristiano viejo; incluso indagaban hasta qué punto eran conocedores de las principales oraciones antes de facilitar algún sacramento.
Otro símbolo vetado tuvo relación con sus prendas y vestidos, incluso se establecían alertas para comprobar que sus cadáveres eran enterrados en el cementerio habilitado para ellos, impidiendo que los lavasen y fuesen amortajados siguiendo los ritos de su tradición.
Las parteras moriscas, en la misma línea coercitiva, no debían asistir a sus congéneres en el momento de parir, por intuir que dificultaban el bautizo de las criaturas y facilitaban la circuncisión clandestina a los niños.
Hay que destacar, en lo relativo a ese proceso de aculturación, que no hubo ninguna disposición para coartar la llamada “solidaridad agnática”.
Sí eran decretadas sanciones coercitivas junto con las providencias legislativas, más en concreto, multas pecuniarias para castigar a los renuentes.
Para obtener el mejor conocimiento posible sobre la actitud y comportamiento de los moriscos se implantó un sistema de alerta, cuya efectividad quedaba sustentada en la colaboración de los cristianos viejos con quienes compartían domicilio, ya que los denunciarían en cuanto “hazen alguna ceremonia mahomética”.
Por otro lado, las normas emanadas del sínodo buscaron apuntalar el hábito de los nuevos preceptos religiosos en los menores y, para conseguir ese objetivo, los padres debían llevar a sus hijos a la iglesia en la tarde de los domingos con el propósito de instruirles en la doctrina cristiana.
Tal adquisición de conocimientos religiosos iba a quedar complementada con el aprendizaje y uso de la lectura y escritura en castellano, una actuación claramente dirigida a hacerles olvidar su lengua y conseguir mayor efectividad en el adoctrinamiento.
Las propuestas allegadas por el clero secular, solicitadas por las autoridades diocesanas, fueron tratadas en el sínodo convocado por el arzobispo Quiroga, recogiéndose una inmensa mayoría de ellas en las actas finales, aunque otras fueron desestimadas.
Entre estas últimas hay una que incumbía al ceremonial que acompañaba a la confesión, cuya expresión quedó bosquejada siguiendo estos términos: “Iten, mandamos que quando algún morisco se quisiere y debiere confesar y no supiere nuestra lengua, para poderlo hacer sin interprete queremos que el morisco tome la mano al confesor secretamente y el ynterprete que hubiese sujeta a tal morisco que quando el confesor y él en su nombre le preguntare si ha hecho el tal pecado, apriete la mano al confesor si lo uviere echo porque quando esta orden no podrá el interprete saber el tal pecado sino solo el confesor”.
No es fácil saber la causa para excluir ese texto del soporte legislativo dirigido a fortalecer el valor catequístico y devocional.
De entre las conjeturas probables, cabe pensar que los legisladores querían ocultar las dificultades que existían para erradicar el uso de la lengua árabe, una persistencia evidente que quedó manifiesta en la difusión de los escritos aljamiados.
Y eso que las pragmáticas los reprobaban y serán perseguidos con denuedo por el Santo Oficio.26 La resistencia a la asimilación tuvo visos de ser un ejercicio de obstinación, hecho que facilitó el mantenimiento de los valores de la identidad morisca hasta la expulsión de 1609.
Bastantes de esos cristianos nuevos, no obstante, aceptaron el reciente credo y cumplieron sus preceptos con convicción, y aunque hay pruebas que el proceso de aculturación transitó de manera retardada, otras muestran un cambio menos prolongado en el tiempo. Dos indicativos de ámbito no religioso apuntan en ese sentido.
El primer indicio positivo a favor del proceso de aculturación tiene que ver con la mudanza que efectuaron numerosos granadinos entre el momento de la llegada y los años finales del siglo XVI.
Ese traslado supondrá el abandono de los barrios marginales y su asentamiento en otros menos suburbiales, una señal perceptible al observar como las colaciones parroquiales donde vivían los clientes moriscos del escribano Blas Hurtado ya eran diferentes a las que ocuparon al llegar a la ciudad.
La segunda evidencia, comparando diferentes documentos y sus muchos silencios, tiene que ver con la evolución que se produjo en las actividades laborales de bastantes de esos granadinos en el transcurrir de apenas unos años.
La mayor parte procedía de áreas rurales y su trabajo se relacionaba con el sector primario, actividad que se mantendrá invariable al instalarlos en Toledo.
Poco tiempo después ya se advierte una inversión de oficios, con presencia en sectores como la artesanía y la actividad mercantil, los dos puntales vertebradores de la economía toledana en las últimas dos décadas del siglo XVI y los primeros años de la siguiente centuria.
Tanto es así que los párrocos recibieron instrucciones de no administrar la eucaristía si no existía una confesión previa, ni tampoco proporcionaban la extremaunción a los moriscos moribundos si antes no otorgaban testamento con un escribano público, en este caso cristiano viejo; incluso indagaban hasta qué punto eran conocedores de las principales oraciones antes de facilitar algún sacramento.
Otro símbolo vetado tuvo relación con sus prendas y vestidos, incluso se establecían alertas para comprobar que sus cadáveres eran enterrados en el cementerio habilitado para ellos, impidiendo que los lavasen y fuesen amortajados siguiendo los ritos de su tradición.
Las parteras moriscas, en la misma línea coercitiva, no debían asistir a sus congéneres en el momento de parir, por intuir que dificultaban el bautizo de las criaturas y facilitaban la circuncisión clandestina a los niños.
Hay que destacar, en lo relativo a ese proceso de aculturación, que no hubo ninguna disposición para coartar la llamada “solidaridad agnática”.
Sí eran decretadas sanciones coercitivas junto con las providencias legislativas, más en concreto, multas pecuniarias para castigar a los renuentes.
Para obtener el mejor conocimiento posible sobre la actitud y comportamiento de los moriscos se implantó un sistema de alerta, cuya efectividad quedaba sustentada en la colaboración de los cristianos viejos con quienes compartían domicilio, ya que los denunciarían en cuanto “hazen alguna ceremonia mahomética”.
Por otro lado, las normas emanadas del sínodo buscaron apuntalar el hábito de los nuevos preceptos religiosos en los menores y, para conseguir ese objetivo, los padres debían llevar a sus hijos a la iglesia en la tarde de los domingos con el propósito de instruirles en la doctrina cristiana.
Tal adquisición de conocimientos religiosos iba a quedar complementada con el aprendizaje y uso de la lectura y escritura en castellano, una actuación claramente dirigida a hacerles olvidar su lengua y conseguir mayor efectividad en el adoctrinamiento.
Las propuestas allegadas por el clero secular, solicitadas por las autoridades diocesanas, fueron tratadas en el sínodo convocado por el arzobispo Quiroga, recogiéndose una inmensa mayoría de ellas en las actas finales, aunque otras fueron desestimadas.
Entre estas últimas hay una que incumbía al ceremonial que acompañaba a la confesión, cuya expresión quedó bosquejada siguiendo estos términos: “Iten, mandamos que quando algún morisco se quisiere y debiere confesar y no supiere nuestra lengua, para poderlo hacer sin interprete queremos que el morisco tome la mano al confesor secretamente y el ynterprete que hubiese sujeta a tal morisco que quando el confesor y él en su nombre le preguntare si ha hecho el tal pecado, apriete la mano al confesor si lo uviere echo porque quando esta orden no podrá el interprete saber el tal pecado sino solo el confesor”.
No es fácil saber la causa para excluir ese texto del soporte legislativo dirigido a fortalecer el valor catequístico y devocional.
De entre las conjeturas probables, cabe pensar que los legisladores querían ocultar las dificultades que existían para erradicar el uso de la lengua árabe, una persistencia evidente que quedó manifiesta en la difusión de los escritos aljamiados.
Y eso que las pragmáticas los reprobaban y serán perseguidos con denuedo por el Santo Oficio.26 La resistencia a la asimilación tuvo visos de ser un ejercicio de obstinación, hecho que facilitó el mantenimiento de los valores de la identidad morisca hasta la expulsión de 1609.
Bastantes de esos cristianos nuevos, no obstante, aceptaron el reciente credo y cumplieron sus preceptos con convicción, y aunque hay pruebas que el proceso de aculturación transitó de manera retardada, otras muestran un cambio menos prolongado en el tiempo. Dos indicativos de ámbito no religioso apuntan en ese sentido.
El primer indicio positivo a favor del proceso de aculturación tiene que ver con la mudanza que efectuaron numerosos granadinos entre el momento de la llegada y los años finales del siglo XVI.
Ese traslado supondrá el abandono de los barrios marginales y su asentamiento en otros menos suburbiales, una señal perceptible al observar como las colaciones parroquiales donde vivían los clientes moriscos del escribano Blas Hurtado ya eran diferentes a las que ocuparon al llegar a la ciudad.
La segunda evidencia, comparando diferentes documentos y sus muchos silencios, tiene que ver con la evolución que se produjo en las actividades laborales de bastantes de esos granadinos en el transcurrir de apenas unos años.
La mayor parte procedía de áreas rurales y su trabajo se relacionaba con el sector primario, actividad que se mantendrá invariable al instalarlos en Toledo.
Poco tiempo después ya se advierte una inversión de oficios, con presencia en sectores como la artesanía y la actividad mercantil, los dos puntales vertebradores de la economía toledana en las últimas dos décadas del siglo XVI y los primeros años de la siguiente centuria.
EXPEDICIONES LLEGADAS A TOLEDO EN 1570
La salida del reino de Granada tuvo un efecto catastrófico para muchos de los moriscos reubicados en tierras meseteñas.
Sobre ese éxodo hay opiniones antagónicas, si bien una inmensa mayoría de historiadores insiste en que fueron abandonados a una suerte cuajada de incertidumbre, con escasos medios para subsistir y obligados a realizar un trayecto de cientos de kilómetros sin los precisos descansos, cuyo resultado final quedó patentizado en miles de muertos.
El proyecto de disgregación comenzó con la concentración en Granada de varios miles, los cuales iban a ser agrupados por localidades de residencia y zonas geográficas precisas; de tal forma que los de la Alpujarra oriental fueron separados de los provenientes de la parte occidental, e igual se hizo con los llegados de la serranía malagueña y los de la vega del Genil.
La conformación de las partidas quedó al cuidado de unos comisionados, quienes empleaban un criterio impreciso al efectuar su trabajo, hasta el punto de conformar las cuadrillas sin tener en cuenta que no debían juntarse los que tomaron las armas con los denominados “moriscos de paz”.
O lo que es igual, los no involucrados directamente en la lucha, cuya causa de expatriación resultó ser un efecto colateral del conflicto al quedar aprisionados entre los sublevados y fuerzas reales.
En cualquier caso, las instrucciones del monarca Felipe II iban dirigidas dejar los menos posibles en la tierra de sus ancestros.29 El día uno de noviembre salían los primeros expulsados de Granada. Hasta final de mes no llegaban a tierras toledanas y cubrían la primera fase del periplo, ya que un buen número de ellos sería trasladado a otros puntos geográficos.
Las referencias documentales conservadas apuntan a un total de 2.508 individuos como integrantes de aquella caravana, aunque los asignados en principio por partida eran muchos más, tal y como reflejan las reales órdenes de 2 y 19 de noviembre de 1570 y ratifican las instrucciones dadas a los cuadrilleros encargados de su conducción.
Si la estimación numérica resultó equívoca, en tal error tuvo mucha culpa la cuantificación inicial del contingente, fijada en 6.000 personas, ya que debía fragmentarse en cuatro grupos de 1.500 cada uno, como sugería la orden regia.
A finales de noviembre arribó otra partida, cuyo número no puede precisarse con los datos existentes en la documentación conservada. De manera temporal iban a permanecer en las localidades de Consuegra, Quintanar de la Orden y Tembleque, cosa que no sucedió.
Enseguida serán puestos en ruta hasta quedar todos agrupados en Toledo, donde estaba proyectado volver a confeccionar una lista general con otras cuadrillas que iban a llegar posteriormente.
Sobre ese éxodo hay opiniones antagónicas, si bien una inmensa mayoría de historiadores insiste en que fueron abandonados a una suerte cuajada de incertidumbre, con escasos medios para subsistir y obligados a realizar un trayecto de cientos de kilómetros sin los precisos descansos, cuyo resultado final quedó patentizado en miles de muertos.
El proyecto de disgregación comenzó con la concentración en Granada de varios miles, los cuales iban a ser agrupados por localidades de residencia y zonas geográficas precisas; de tal forma que los de la Alpujarra oriental fueron separados de los provenientes de la parte occidental, e igual se hizo con los llegados de la serranía malagueña y los de la vega del Genil.
La conformación de las partidas quedó al cuidado de unos comisionados, quienes empleaban un criterio impreciso al efectuar su trabajo, hasta el punto de conformar las cuadrillas sin tener en cuenta que no debían juntarse los que tomaron las armas con los denominados “moriscos de paz”.
O lo que es igual, los no involucrados directamente en la lucha, cuya causa de expatriación resultó ser un efecto colateral del conflicto al quedar aprisionados entre los sublevados y fuerzas reales.
En cualquier caso, las instrucciones del monarca Felipe II iban dirigidas dejar los menos posibles en la tierra de sus ancestros.29 El día uno de noviembre salían los primeros expulsados de Granada. Hasta final de mes no llegaban a tierras toledanas y cubrían la primera fase del periplo, ya que un buen número de ellos sería trasladado a otros puntos geográficos.
Las referencias documentales conservadas apuntan a un total de 2.508 individuos como integrantes de aquella caravana, aunque los asignados en principio por partida eran muchos más, tal y como reflejan las reales órdenes de 2 y 19 de noviembre de 1570 y ratifican las instrucciones dadas a los cuadrilleros encargados de su conducción.
Si la estimación numérica resultó equívoca, en tal error tuvo mucha culpa la cuantificación inicial del contingente, fijada en 6.000 personas, ya que debía fragmentarse en cuatro grupos de 1.500 cada uno, como sugería la orden regia.
A finales de noviembre arribó otra partida, cuyo número no puede precisarse con los datos existentes en la documentación conservada. De manera temporal iban a permanecer en las localidades de Consuegra, Quintanar de la Orden y Tembleque, cosa que no sucedió.
Enseguida serán puestos en ruta hasta quedar todos agrupados en Toledo, donde estaba proyectado volver a confeccionar una lista general con otras cuadrillas que iban a llegar posteriormente.
Esa imprecisión de la fuente dificulta concretar el total de los establecidos en la ciudad a finales del año 1570.
, pese a los inconvenientes, una valoración sólida al respecto, y es el recuento efectuado por el alcalde de casa y corte Hernán Velázquez, efectuado en abril de 1571, cuya cuantía numérica fija en 1.879 moriscos los avecindados en la ciudad, con preponderancia de mujeres sobre hombres.
A esa cifra hay que añadir otros 750 esclavos “de buena guerra”; tal es así que, de ser válidos los datos de residentes, su total superó en muy p granadinos.
Otros grupos ya habían recalado a partir del 20 de noviembre, y lo hicieron de forma intermitente. Venían de Albacete y Chinchilla, lugares únicamente de confluencia, casi a mitad del trayecto, donde fueron agrupados ante la pluralidad de los puntos de origen.
La primera partida en arribar estaba compuesta, supuestamente, por 1.500 personas, solo la cuarta parte de los indicados en la orden.
Quedaban concentrados en un campamento establecido en Burguillos, a unos once kilómetros de la ciudad, donde permanecieron por breve espacio de tiempo antes de ser reexpedidos a otros puntos geográficos meseteños.
Previamente a la salida para su nuevo destino, el corregidor toledano consideró imprescindible confeccionar otro registro y de esa manera organizar las cuadrillas de forma más o menos ponderada.
escribano público dio fe de cuántas personas integraban cada una de las cuadrillas, pero solo quedan referencias de la inicialmente constituida por 645 hombres, mujeres y niños, según el recuento efectuado antes de salir de Granada, puesto que llegaban 624 a Toledo y los 21 restantes quedaron internados en los hospitales o enterr ltados, cabe advertir, sin ningún respeto al rito islámico.
Un rasgo significativo de esos folios es que el escribano efectuaba el asiento por “casas”. El epíteto, utilizado como sinónimo de familia, facilita saber cuántas personas componían cada hogar; o dicho de otra forma, cuántos integraban el grupo doméstico corresidente.
La relación nominal comienza con el nombre del cabeza de familia, hombre o mujer, y sigue con el patronímico de los otros miembros de la unidad, tanto si el hogar estaba completo como si correspondía a una familia incompleta.
Otras notas identificativas que incluye son la profesión que ejercían, su edad y el lugar de naturaleza. Aquel grupo provenian de dos localidades del marquesado de Cenete llamadas Jerez y Lanteira.
, pese a los inconvenientes, una valoración sólida al respecto, y es el recuento efectuado por el alcalde de casa y corte Hernán Velázquez, efectuado en abril de 1571, cuya cuantía numérica fija en 1.879 moriscos los avecindados en la ciudad, con preponderancia de mujeres sobre hombres.
A esa cifra hay que añadir otros 750 esclavos “de buena guerra”; tal es así que, de ser válidos los datos de residentes, su total superó en muy p granadinos.
Otros grupos ya habían recalado a partir del 20 de noviembre, y lo hicieron de forma intermitente. Venían de Albacete y Chinchilla, lugares únicamente de confluencia, casi a mitad del trayecto, donde fueron agrupados ante la pluralidad de los puntos de origen.
La primera partida en arribar estaba compuesta, supuestamente, por 1.500 personas, solo la cuarta parte de los indicados en la orden.
Quedaban concentrados en un campamento establecido en Burguillos, a unos once kilómetros de la ciudad, donde permanecieron por breve espacio de tiempo antes de ser reexpedidos a otros puntos geográficos meseteños.
Previamente a la salida para su nuevo destino, el corregidor toledano consideró imprescindible confeccionar otro registro y de esa manera organizar las cuadrillas de forma más o menos ponderada.
escribano público dio fe de cuántas personas integraban cada una de las cuadrillas, pero solo quedan referencias de la inicialmente constituida por 645 hombres, mujeres y niños, según el recuento efectuado antes de salir de Granada, puesto que llegaban 624 a Toledo y los 21 restantes quedaron internados en los hospitales o enterr ltados, cabe advertir, sin ningún respeto al rito islámico.
Un rasgo significativo de esos folios es que el escribano efectuaba el asiento por “casas”. El epíteto, utilizado como sinónimo de familia, facilita saber cuántas personas componían cada hogar; o dicho de otra forma, cuántos integraban el grupo doméstico corresidente.
La relación nominal comienza con el nombre del cabeza de familia, hombre o mujer, y sigue con el patronímico de los otros miembros de la unidad, tanto si el hogar estaba completo como si correspondía a una familia incompleta.
Otras notas identificativas que incluye son la profesión que ejercían, su edad y el lugar de naturaleza. Aquel grupo provenian de dos localidades del marquesado de Cenete llamadas Jerez y Lanteira.
POR HILARIO RODRÍGUEZ DE GRACIA
Profesor de Enseñanza Secundaria
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