El levantamiento de la ciudad de Toledo, iniciado en el año 829, tuvo como artífice principal a un modesto jornalero converso, Hashim al-Darrab, que supo atraerse las simpatías de los poderosos sectores judíos y mozárabes de la ciudad al apelar al todavía fresco recuerdo de la "matanza del foso" llevada a cabo en el año 797 por el padre de Abd al-Rahman II, al-Hakam I.
Así, se puso a la cabeza de una importante partida de seguidores, junto a la cual salteó caminos, desvalijó viajeros y atracó caseríos y granjas de la región toledana.
En vista de ello, el gobierno central de Córdoba se vio obligado a intervenir sin más dilación. Abd al-Rahman II mandó a la zona a su general Muhammad ben Rustum, quien en una de sus correrías por la zona se encontró con el insurgente y le dio muerte cerca de la ciudad de Daroca en el año 831.
En vista de ello, el gobierno central de Córdoba se vio obligado a intervenir sin más dilación. Abd al-Rahman II mandó a la zona a su general Muhammad ben Rustum, quien en una de sus correrías por la zona se encontró con el insurgente y le dio muerte cerca de la ciudad de Daroca en el año 831.
No obstante, la ciudad de Toledo no pudo ser pacificada hasta el año 838, fecha en la que el hermano del emir, al-Walid, comandó una expedición de castigo que acabó con los últimos focos rebeldes.
La pacificación de Toledo no puso fin, ni mucho menos, al problema de la disidencia. Muhammad I se encontró desbordado por la aparición sucesiva de una serie de rebeliones de origen muladí mucho más peligrosas que la toledana, ya que ellas causaron el progresivo debilitamiento del emirato y de los emires, lo cual habría desembocado en la disgregación del emirato de Córdoba de no haber aparecido el genio militar y político del califa Abd al-Rahman III (912-961).
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