La Primacía sobre el resto de las sedes episcopales de España es un título honorífico en la actualidad, pero de importancia en la Edad Media y Moderna, en las que gozaba fama de ser la sede más rica después de la de Roma. Mantuvo una dimensión simbólica utilizada incluso en época tan reciente como el franquismo. El arzobispo de Tarragona y de Toledo son considerados Primados de las Españas y España,
Origen histórico: Separación de la Carthaginense
Originalmente, después de la división provincial realizada por Diocleciano en el siglo III, la ciudad de Toletum se encontraba incluida dentro de la provincia Carthaginense con capital en la ciudad de Carthago Nova, la actual Cartagena. La división en diócesis de Hispania se basó en la división provincial romana, por lo que la sede episcopal de Toledo dependía orgánicamente de la de Cartagena.
El problema surgió cuando, a mediados del siglo VI, el emperador bizantino Justiniano I se hizo con el control de una franja importante del sur de Hispania, incluyendo sedes diocesanas tan importantes como Corduba, Begastri, Illici y la propia Cartagena, ahora renombrada por Justiniano como Carthago Spartaria.
Al quedar la sede metropolitana y la capital provincial en territorio ocupado por los bizantinos, poco después de su llegada al trono, el rey visigodo Gundemaro promovió la celebración de un sínodo que se desarrolló en Toledo y que designó a dicha ciudad como la metrópoli de toda la provincia, arrebatándole este título a la sede de Cartagena, declaración que respaldó el rey por decreto de 23 de octubre de 610.
La conquista musulmana en 711 dejará a Toledo como una ciudad parcialmente fronteriza en ocasiones con los reinos cristianos, en especial con el Reino de Castilla y el León.
Durante el llamado periplo de la Reconquista, la alianza entre los monarcas y la iglesia se irá concretando en los distintos privilegios que se ofrecen entre ambas. Con la conquista de Alfonso VI de la ciudad de Toledo, se otorga por el Papa la bula Cunctis Sanctorum, de 1088/1089, en la que se reconocía a los titulares de la diócesis toledana la condición de primados y metropolitanos, recuperando el papel protagonista que la sede obispal había tenido en época visigoda.
La especial dignidad que se ofrece a Toledo viene a confirmar la alianza europeísta que se establece entre la Dinastía Jimena (de origen navarro) a la que pertenece Alfonso VI, la francesa de Borgoña (enlazada matrimonialmente, de modo que heredará los reinos de Portugal y Castilla) y el Papado, mediando sus principales agentes: los benedictinos de la orden de Cluny (a la que pertenece el obispo, también francés), especialmente interesada en mantener su presencia por todo el eje del camino de Santiago (en un momento en que hay otro ojo estratégico puesto en Jerusalén con la Cruzada).
Queda desplazado el clero toledano mozárabe, que hasta entonces mantenía el prestigio sobre todos los cristianos peninsulares aun estando sometido al Emir o al Califa (cuestión discutida desde Alfonso III de Asturias, teniendo su momento álgido en el enfrentamiento de Beato de Liébana al adopcionismo o herejía adopcionista toledana, que posiblemente era un intento de transacción con el monoteísmo estricto islámico y un vago recuerdo del rianismo visigodo).
El estilo prerrománico y mozárabe queda superado por el estilo internacional, románico, de las iglesias de peregrinación, que repiten modelos franceses (San Sernin de Toulouse) o los propios monasterios dependientes de Cluny.
Muchas propiedades de las familias mozárabes terminarán siendo absorbidas como mandas testamentarias, dotes e incluso transacciones por la diócesis toledana, que termina consolidando una gigantesca cantidad de propiedades que constituyen la llamada Mesa arzobispal de Toledo.
Estos privilegios le permitieron a la Dives toledana administrar un gran patrimonio y obtener cuantiosas rentas, que aún aumentaron más su poder religioso y civil. Así, abarcaba el mayor espacio de gobierno de toda la península, que alcanzaba las actuales provincias de Toledo, Ciudad Real, Madrid y una parte sustancial de las de Albacete, Guadalajara, Badajoz y Cáceres, lindando con las empobrecidas diócesis de Sigüenza y Cuenca, cuyo territorio apenas permitía sufragar sus propios gastos.
En el siglo XV, la diócesis toledana creció en jurisdicción, quedando bajo su provincia eclesiástica las diócesis de Palencia, Osma,Segovia, Sigüenza, Cuenca, Córdoba y Jaén. El arzobispo de Toledo se había convertido, así, en Consejero Mayor del Rey y el Cabildo catedralicio de la sede toledana en el consejo asesor. Las rentas de la primatura alcanzaban en esta época los ciento cincuenta y cuatro mil ducados, el doble que la diócesis sevillana. La catedral estaba servida por 70 canónigos y más de cien capellanes, siendo en total más de 400 los servidores de la misma en pleno apogeo con Felipe II y más de doscientas las villas tributarias.
Desde entonces mantuvo su condición, aunque fuera disminuyendo su poder político —que no eclesiástico— en beneficio del poder de la Corona.
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