En diciembre de 1970 se aprobó un plan urbanizador que supuso el completo derribo del ya arruinado Corral de Vacas para dar paso a la Ronda Cornisa, entre la puerta de Doce Cantos y el convento de San Pablo.
Por RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN
@abc_toledoTOLEDO
Actualizado:06/11/2018 12:50h0
Está documentado que Juan Gutiérrez Tello, corregidor toledano entre 1573 y 1579, creó el llamado Rastro Nuevo, cerca del puente de San Martín y del convento de agustinos calzados, conjunto que, en 1809, arrasarían las tropas napoleónicas, perdiendo la ciudad el lugar en donde se sacrificaba el ganado menor que abastecía las Carnicerías.
Esta carencia la compensó, en parte, el otro rastro municipal situado en el costado opuesto de la población, no lejos de la iglesia de San Lucas, citado dese el siglo XIV como el Corral de Vacas por estar dedicado al sacrificio exclusivo de reses mayores.
El paraje era idóneo para tal función, pues las recuas llegaban por el puente de Alcántara, subiendo hasta Doce Cantos para proseguir de frente, sin entrar en calle alguna, por Cabestreros hasta aquel matadero.
El edificio estaba anclado en los empinados terraplenes que discurren entre el Corralillo de San Miguel y el Tajo, lo que facilitaba la evacuación de cualquier resto.
Es más, durante siglos, las ordenanzas municipales autorizaban en esta parte de la ciudad arrojar basuras y escombros, hecho mantenido sin ambages hasta mediados del siglo XX.
La dificultad topográfica, la molesta actividad del matadero y un reconocido vertedero público ayudarían a mermar la permanencia del vecindario en aquel entorno.
La dificultad topográfica, la molesta actividad del matadero y un reconocido vertedero público ayudarían a mermar la permanencia del vecindario en aquel entorno.
A mediados del XVIII, según dice Parro (1857), se colocó un azulejo sobre la puerta, «con las armas de la ciudad», para indicar la propiedad municipal.
Más explícita era la inscripción tallada en un dintel que Julio Porres copió antes de su pérdida, poco después de 1970, siendo quizá «destruido o arrojado al terraplén hacia el río».
Más explícita era la inscripción tallada en un dintel que Julio Porres copió antes de su pérdida, poco después de 1970, siendo quizá «destruido o arrojado al terraplén hacia el río».
En ella se anotaba la edificación, en 1653, por orden del corregidor Alonso de Paz y Guzmán, caballero de la Orden de Calatrava y los comisarios Gaspar de Robles Gorbalán y Juan de Segobia.
La estructura de este degolladero la recoge un plano, de 1881, levantado por el Instituto Geográfico y Estadístico.
En él se distingue la entrada por Cabestreros, un patio central que dejaba a la derecha una habitación secundaria y una escalera para subir a la vivienda del empleado.
En él se distingue la entrada por Cabestreros, un patio central que dejaba a la derecha una habitación secundaria y una escalera para subir a la vivienda del empleado.
En el costado izquierdo había una «nave de degüello» para sacrificar las reses estabuladas en dos corrales lindantes con los rodaderos. Separando ambos corrales se aprecia un paso para arrojar los despojos a las laderas del río desde una plataforma como testimonian ciertas fotografías del siglo XIX.
La actividad de aquel rastro alcanzó hasta 1892 con alguna puntual incidencia, como la referida en la causa criminal seguida, en julio de 1754, por el Corregidor de Toledo por los alborotos ocurridos allí al torearse las reses destinadas al sacrificio por parte de algunos empleados y vecinos.
Lo cierto es que, perdido el histórico Rastrocercano al puente de San Martín, en 1809, la ciudad tuvo que levantar otro nuevo que, tras largos años y problemas, se inauguró en el mismo paraje, en abril de 1892, según ya publicamos en un artículo pasado.
Esto motivó al cierre definitivo el Corral de Vacas para destinarse, hasta mediados del XX, a pasajeros usos «asistenciales» y en favor de la higiene pública.
Ramírez de Benito, en su Tesoro de Toledo (1894), recogía que, borradas ya las tareas carniceras, al citado Corral se llevaban pobres y los «detenidos provisionalmente por embriague». Sin embargo, pronto, este provecho daría paso a otros de índole sanitaria.
Y es que, ante las extensas lacras infectocontagiosas, el Ayuntamiento articuló su propio Laboratorio Municipal, siguiendo regulaciones estatales como la Instrucción General de Sanidad Pública, de 1904.
Es posible que esta última justificase que, en el mes de mayo, el concejal Luis de Hoyos, catedrático y reputado científico -tenaz vigilante de la salubridad e impulsor de plantaciones arbóreas como el Campo Escolar- denunciase las carencias del nuevo servicio.
En febrero de 1907, siendo director del mismo Jose Úbeda Sarachaga, se creó en el antiguo matadero de reses la llamada Estación de Desinfección, dotada con estufas de vapor para fumigar colchones y ropas, además de una cámara de gases, cepillos y trajes de goma para trabajar con las personas que allí fuesen llevadas.
La mejora del Laboratorio se produjo en junio de 1912, al año de tomar posesión de la dirección Francisco Jiménez Rojas, doctor en Ciencias Físico-Químicas, periodista, escritor y académico que lo dirigió hasta 1933. Además de adecuarse una oficina central en la calle del Barco, el Parque de Desinfección creció en recursos para acudir a fumigar cualquier lugar que, por ejemplo, en 1911, había alcanzado a 250 viviendas.
El Castellano, de 8 de enero de 1919, recogía un escrito de Rodolfo Toledo (posiblemente seudónimo) defendiendo los esfuerzos de los médicos y del Ayuntamiento para vigilar la higiene pública que, según reputados doctores (Francos Rodríguez, Recasens, Juarros y Cortezo) era deficiente, lo que acentuaba la tasa de mortalidad de la ciudad.
El articulista, al referirse al Parque, señalaba que allí se llevaban «a diario los pobres transeúntes y todo sospechoso de miseria», pasando por la «cámara de gases», y la «máquina de despiojamiento».
A los hombres se les bañaba, se les jabonaba y se les daba ropa limpia, «mientras la suya se desinfecta en la estufa o se quema si es inservible.
A las mujeres se las somete a las mismas prácticas de baño y limpieza, sin llegar a rasparlas con el cero» (sic), tarea que, según otra referencia, realizaba la esposa del conserje. Estas prácticas alcanzaron hasta la Guerra civil, después el Parque sería un capítulo cerrado.
A las mujeres se las somete a las mismas prácticas de baño y limpieza, sin llegar a rasparlas con el cero» (sic), tarea que, según otra referencia, realizaba la esposa del conserje. Estas prácticas alcanzaron hasta la Guerra civil, después el Parque sería un capítulo cerrado.
El edificio se convirtió en un precario almacén y en perrera, donde los laceros municipales dejaban los canes recogidos en la calle -abandonados o sin identificar-, conforme a una norma estatal de 1955, algo que la ciudad ya había regulado, en abril de 1907, a través de un bando del alcalde José Benegas que informaba sobre un reglamento municipal dedicado a este asunto.
En diciembre de 1970 se aprobó un plan urbanizador que supuso el completo derribo del ya arruinado Corral de Vacas para dar paso a la Ronda Cornisa, entre la puerta de Doce Cantos y el convento de San Pablo. Hoy, salvo los testimonios fotográficos, nada queda de aquel viejo edificio multiusos.
Además, el posterior ensanche hacia la calle de la Candelaria y el Corralillo de San Miguel, transformó aún más este rincón del recinto histórico que, a diario, frecuentan numerosos vehículos a veloz marcha o buscando una misericordiosa plaza de aparcamiento.
Por RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN
@abc_toledoTOLEDO
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