Bajo el título de la Santa Vera Cruz, y fundada por Rodrigo Díaz de Vivar el Cid, nació en 1085 una congregación religiosa un tanto peculiar. Fue la primera que se conoce con este nombre, y a ella han pertenecido a lo largo de toda su historia los más leales y cristianos caballeros de Castilla.
Pero si hay algo que ha contribuido a su enaltecimiento es el famoso suceso relacionado con esta congregación ocurrido en el siglo XVI.
Fue aproximadamente a mediados de la decimosexta centuria. En aquella época existía cerca del puente de Alcántara, junto al Artificio de Juanelo, una presa que encauzaba la corriente del Tajo. Habitualmente acudían a aquella presa numerosos toledanos con el fin de pescar, o incluso rebuscar ínfimas cantidades de oro entre las arenas de la orilla.
Fotografía del Cristo de las Aguas en la Iglesia de la Magdalena conservada en el Archivo Municipal de Toledo. Autor Abelardo Linares.
Ocurrió que un día, habiendo mucha gente como de costumbre, quedaron sorprendidos al ver en el río, junto a la presa, una rudimentaria y enorme caja de madera que flotaba en el agua. Y el asombro crecía cuando los testigos al intentar acercarse para coger dicha caja no podían hacerlo, ya que ésta se alejaba a la orilla opuesta como empujada por fuerzas desconocidas.
Asombrados se encaminaron apresuradamente a la población para notificar la extraña noticia. Unos, dando crédito a lo referido, bajaban para observar por sus propios ojos. Otros, considerando el hecho falso u obra de Satanás, prefirieron no acercarse a la presa.
No tardó en llegar la noticia a las autoridades civiles y religiosas, quienes en solemne comitiva bajaron al río para interrogar a aquella arca flotante en nombre de Dios, como se solía hacer en el supersticioso siglo XVI con todo lo desconocido.
Cada congregación fue haciendo el interrogatorio en turno según su dignidad e importancia, pero el resultado era infructuoso.
Continuó estéril aquel interrogatorio hasta que llegó el turno a la congregación de la Santa Vera Cruz, momento en el cual la caja se acercó a la orilla por sí misma dirigiéndose hacia los Padres Carmelitas.
Entonces se arrojaron varios nadadores al agua, pudiendo capturarla y traerla a la orilla. Todos los que observaban sentían palpitar violentamente sus agitados corazones por la emoción y la intriga.
La incertidumbre se acrecentó cuando un Padre Carmelita abrió la caja y extrajo de ella un rótulo que decía:
‹‹Voy destinada para la Santa Vera Cruz de Toledo.››
Al instante hundió sus manos en el interior del arca y las volvió a sacar sosteniendo un crucifijo no muy grande, con un Crucificado moreno y de larga melena.
Embargado por la emoción, y entre gritos de júbilo y lágrimas de emoción, el pueblo de Toledo y sus autoridades improvisaron una procesión para conducir la nueva imagen a la Sala del Carmen Calzado, según el deseo de los Padres Carmelitas. Allí permaneció largo tiempo hasta que fue trasladada a la parroquia de Santa María Magdalena, donde se conservó durante bastantes años.
Desde que se venera, y en recuerdo a la peculiar forma en que fue encontrada, se ha conocido a aquella imagen como la del “Cristo de las Aguas”.
Siempre que se ha hecho necesaria la aparición de la lluvia por largas sequías se ha sacado la imagen por la ciudad en solemne procesión, y no se ha hecho esperar la aparición de aliviadoras nubes, circunstancia que también ha contribuido a la nomenclatura de tan peculiar y milagrosa figura.
Sobre relato de Juan Moraleda y Esteban. Tradiciones de Toledo, página 27.
Jesús J. Cerdeño 8 febrero, 2019
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