Toledo, al comenzar el siglo XVI, es la ciudad más compleja y más espiritual de España; compleja y espiritual como una gran dama que lució y gozó en la corte sus años de juvenil hermosura codiciable y que se retira a remembrar su pasado, sola en un palacio regio, entregada a sus devociones y principalmente a la devoción de sí misma.
Por las calles toledanas, retumban a todas horas, en el silencio que de eternidad parece, los pasos del amor, vestido de soldado, oculto bajo los pingos del azacán, escondido so la basquina de la moza de posada, ardiente bajo las galas del caballero, conservado entre los negros pliegues de la toga del jurisperito.
Es un amor loco, desenfrenado, de raptos y de secretas locuras, como el que irradia en las pupilas de los apóstoles y guerreros que pintó Theotocópulos; es un amor sin alegría, un amor cruel, que jura ante los Cristos clavados en los paredones de las callejuelas, bajo un tejaroz ó un guardapolvo y perjura en saliendo de la misteriosa ciudad; es un amor que encierra a sus víctimas en los grandes caserones de portadas platerescas, las recluye hacia los fríos patios, las deja mustiarse, secarse, morirse en la desesperanza...
Francisco Navarro Ledesma. El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra (1905)
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