jueves, 5 de marzo de 2020

Benito Pérez Galdos y Corral de Almaguer

Retrato de D. Benito Pérez Galdós

Se conmemora en este presente año 2020, el centenario de la muerte de uno de los más grandes y prestigiosos escritores de la literatura española. Don Benito Pérez Galdós.

Algunos apuntes sobre su Biografía 

Canario de nacimiento, recibió una rígida educación cívica y religiosa como hijo de militar, que no le impidió conectar con las ideas progresistas y liberales de su tiempo. 

Trasladado a Madrid para cursar estudios de Derecho, pronto se convirtió en asiduo de tertulias literarias y del Ateneo, abandonando sus estudios para dedicarse a lo que verdaderamente le apasionaba: la literatura.

Con 27 años escribió su primera novela: “La Fontana de Oro” con un estilo realista que preludiaba ya su futuro como escritor.

Articulista en el periódico La Nación, tras el fallecimiento de su padre comenzó la primera y segunda serie de novelas históricas que lo llevarían a la fama: Los Episodios Nacionales, inspirados muy probablemente por los relatos de guerra de su progenitor, que había intervenido en la Guerra de la Independencia contra los franceses.




El éxito del primer episodio “Trafalgar” publicado en 1873, lo llevó a continuar la serie en otros 19 fascículos, que culminarían con el episodio “un faccioso más y algunos frailes menos” finalizado en 1879. 

Resultado de imagen de corral de almaguer mapaDurante esta primera fase escribió también otras novelas como “Doña Perfecta” o “La familia de León Roch”, tras la que entraría en una etapa de realismo pleno, caracterizada por el profundo análisis psicológico de la burguesía, suavizado por el fuerte sentido del humor del estado llano, al que también daría voz en sus escritos.

 Durante esta etapa culminó también algunas de sus novelas más famosas: “Tormento”, “La desheredada”, “Fortunata y Jacinta”, “Miau”, ambientadas en la época de Isabel II y en la restauración borbónica.
Galdós al poco de llegar a Madrid

En 1889, tras el éxito de su novela “Angel Guerra”, entró en la Real Academia Española a pesar de la oposición ultra-católica, y en 1891, por iniciativa de Sagasta, fue nombrado diputado por Puerto Rico. Durante este período escribió varias novelas como “Realidad”, “La loca de la casa”, “El abuelo”, “Misericordia”, “Nazarín” y “Electra”, algunas de las cuales fueron adaptadas al teatro y le reportaron gran fama.

Comprometido desde siempre con la realidad del país, en 1907 fue elegido diputado por la coalición republicana-socialista, sin vislumbrar que ese detalle le impediría obtener el Premio Nobel de Literatura, debido a la oposición de las fuerzas conservadoras de su propio país. Pocos años después abandonaría la política y se dedicaría de lleno a escribir los siguientes capítulos de los Episodios Nacionales, que acercarían la Historia del siglo XIX de forma amena a todo tipo de lectores.


Benito Pérez Galdós literato

Benito Pérez Galdós fue el más prolífico escritor del siglo XIX, ya que escribió treinta y dos novelas, cuarenta y seis episodios nacionales, veinticuatro obras de teatro, además de infinidad de artículos, cuentos, traducciones, prólogos y críticas literarias.

D. Benito Pérez Galdós en su madurez

En su inconmensurable labor, Galdós transformó la narrativa española del Siglo XIX, dotándola de gran realismo y expresividad. 

Sus novelas recogen las intrigas y convulsos acontecimientos de la época, retratando con especial fidelidad (mediante personajes ficticios) la anquilosada, petulante e hipócrita sociedad burguesa de la época, en contraposición a la inculta, ingenua y desenfadada vida del pueblo llano. 

Por sus escritos van a desfilar mendigos, burgueses ricos y burgueses pobres, nobles arruinados, clérigos, militares, funcionarios, jornaleros, individuos de ideas liberales y retrógrados conservadores, personajes fanáticos, estrafalarios, mezquinos, bondadosos e hipócritas. 

Pero es que además Galdós es un gran creador de ambientes. Sus escritos desbordan viveza y colorido, introduciéndonos con visión casi cinematográfica, en los usos y costumbres de las diferentes clases sociales, pasando de los salones palaciegos, a las calles, comercios, casas de huéspedes, tertulias de café y barrios pobres de ese Madrid mezcla de “poblachón manchego” y “villa y corte”, que tanto apasionaba al escritor. La magistral utilización del lenguaje de los distintos personajes, nos va a transmitir también un detallado análisis psicológico de los protagonistas, a la vez que un profundo conocimiento del alma humana.

Galdós es, en definitiva, un nuevo Cervantes del Siglo XIX (con el que se pueden establecer multitud de paralelismos) además de nuestro mejor representante del realismo europeo, junto a grandes escritores como Balzac, Flaubert, Zola, Dostoievski, Tolstói, Dickens etc.

 Sin abandonar esa dimensión internacional, Galdós es además un profundo analista de la realidad de nuestro país. De esa eterna España enfrentada. 

De esas dos Españas obstinadamente divididas y cargadas de odio, alentadas por políticos petimetres y poderosos gerifaltes sin escrúpulos. Ese concienzudo análisis de la realidad española, lo convierten, hoy más que nunca, en un escritor de plena actualidad, cuya lectura es muy, pero que muy recomendable.

Los Episodios Nacionales

Galdós con su perro en su vejez

Se trata de un total de cuarenta y seis novelas de corta extensión, divididas en cinco series. 

En ellas Galdós va a sintetizar, de manera magistral, la historia novelada de gran parte del Siglo XIX (Concretamente desde la derrota de Trafalgar de 1805, hasta la restauración borbónica del año 1875), ayudado por distintos personajes de ficción que nos irán narrando en primera persona los convulsos acontecimientos políticos y militares del siglo, a la vez que numerosas intrigas y sucesos cotidianos. 

Con un riguroso trabajo de documentación y un estilo muy vivo y animado, el autor nos muestra un acertado retrato de la compleja realidad española, a la vez que una historia palpitante muy cercana al vivir y sentir del día a día de sus contemporáneos.

Los Episodios Nacionales y la Mancha

Galdós en la plaza de Quintanar de la Orden

Don Benito Pérez Galdós, al igual que Cervantes, demostró un exhaustivo conocimiento de la comarca manchega, así como del lenguaje y los usos y costumbres de sus habitantes. 

Tras leer sus novelas, es fácil llegar a la conclusión de que Galdós entabló contacto con gran cantidad de manchegos a lo largo de su vida, y que incluso visitó algunos de sus pueblos (mitin republicano en la plaza de toros de Quintanar de la Orden en el año 1909).




 Sus escritos están plagados de personajes manchegos y es sabido que detrás de cada sujeto de ficción se encontraba otro real.

Personajes, en su mayoría, provenientes de la fuerte inmigración manchega que había sufrido la capital a lo largo del último siglo, sin contar los muchos que acudían diariamente a la capital para vender sus productos y cerrar tratos y negocios. No hay duda que Galdós prefirió desde siempre el contacto con las clases populares a las estiradas esferas dirigentes, por lo que entabló comunicación con infinidad de trajinantes, mesoneros, arrieros y no 

D. Benito Pérez Galdos en Quintanar de la Orden
pocos criados del Madrid castizo, procedentes en buena medida de las comarcas manchegas y más concretamente de las provincias de Toledo y Ciudad Real. 

No es de extrañar por lo tanto que localidades como: Bargas, Torralba de Calatrava, Consuegra, Daimiel, Herencia, Horcajo, Almagro, Valdepeñas, Argamasilla, Corral de Almaguer, Peralbillo de Calatrava, Villares de Tajo, Tomelloso, Olías del Rey, Miguelturra, Aldea del Rey, Illescas, Quintanar de la Orden, Ajofrín, Miguel Esteban, El Romeral, Villanueva de Alcardete, Yepes, Madridejos, Puerto Lápice o Tembleque, por citar algunos ejemplos, aparezcan mencionadas en sus novelas.

Los Episodios Nacionales y Corral de Almaguer

Entrada a la Posada del Dragón en la Cava Baja

En los comienzos del siglo XIX y a pesar de la decadencia generalizada del país, Corral de Almaguer seguía siendo un pueblo con cierto renombre. 

Atravesado por el Camino Real de Valencia-Cartagena y rodeado de impresionantes arboledas [quién las ha visto y quién las ve], se había convertido en parada y fonda obligatoria tanto de diligencias, como de viajeros, arrieros y transportistas de toda índole en su trayecto hacia levante, lo que suponía una importante entrada de riqueza para la población. 

Era también, dado su amplio término y extensión de montes [dónde andarán] una de las localidades con mayor producción ganadera, vinícola y cerealista de la comarca, de la que se surtían muchos almacenes, carnicerías y tabernas de la capital.

Un detalle que no deja pasar don Benito Pérez Galdós, cuando en el episodio nacional número 30 titulado “Bodas Reales”, nos cuenta las peripecias de doña Leandra y don Bruno, una pareja de ricos labradores manchegos que deciden vender sus propiedades y emigrar a Madrid, para que el marido se labre un futuro como funcionario. 

A diferencia de don Bruno, ella no termina de adaptarse a la vida de la capital, por lo que todos los días, con cualquier excusa, bajaba a las tiendas y mesones de la calle Toledo y la Cava Baja, donde paraban los arrieros y tratantes manchegos, con el objeto de entablar conversación y recibir nuevas de su adorada tierra, mitigando de esa manera la añoranza que sentía por su localidad.

Ambiente madrileño de mercado a finales del Siglo XIX

En palabras de Don Benito Pérez Galdós: “En estas idas y venidas de mosca prisionera que busca la luz y el aire, doña Leandra corría con preferencia cariñosa tras de los ordinarios manchegos que traían a Madrid, con el vino y la cebada, el calor y las alegrías de la tierra.

Casi con lágrimas en los ojos entraba la señora en el mesón de la Acemilería, calle de Toledo, donde paraban los mozos de Consuegra, Daimiel, Herencia, Horcajo y Calatrava, o en el del Dragón (Cava Baja), donde rendían viaje los de Almagro, Valdepeñas, Argamasilla y Corral de Almaguer.


Bullicio de personas y equipajes tras la llegada de las diligencias junto a las Posadas de la Cava Baja

No debemos olvidar que Corral de Almaguer seguía siendo por estas fechas territorio de la Orden de Santiago y una de las encomiendas más rentables y disputadas por la nobleza. 

Es por ello que el rey Carlos IV -como Maestre de la Orden- había decidido concedérsela a su hermano el Infante Antonio Pascual de Borbón. Un detalle que va a incluir Galdós en el tercero de sus episodios nacionales, titulado “el 19 de marzo y el 2 de mayo”, al referirse a las circunstancias que condujeron al motín de Aranjuez. 

Un golpe de estado, o quizás deberíamos decir una mascarada, que pretendía expulsar del poder al legítimo rey Carlos IV y a su favorito (el odiado superministro Manuel Godoy) entronizando a su hijo, el príncipe de Asturias, como futuro Fernando VII. 

Una intriga liderada por el propio hijo del Rey, con el apoyo de su ambiciosa primera esposa María Antonia, su preceptor y guía espiritual (el siniestro cura Escoiquiz) y un grupo de nobles encabezado por su tío el Infante Antonio Pascual y el Conde de Montijo.

 Una más entre las muchas esperpénticas pantomimas urdidas por la nobleza y los poderosos de nuestro país a lo largo de la historia, para controlar el poder a cualquier precio.



El Motín de Aranjuez en un grabado de la época

El problema es que, si bien el pueblo llano –la despreciada “canalla” como decían los nobles- odiaba a Godoy tanto como la misma nobleza y lo hacía responsable de todos los males del país, no estaba dispuesta a jugarse la vida por intrigas palaciegas. Es por ello que los propios nobles no tuvieron más remedio que buscar y crear esos supuestos revolucionarios. 

Es decir: en vista de la apatía del populacho, se vieron en la necesidad de confeccionar una turba alborotadora y revolucionaria, a base de utilizar a sus criados y a los habitantes de los pueblos de alrededor, previo pago –eso sí- de una jugosa soldada, que incluía, además del dinero, viaje y vino a discreción.

El Infante Antonio Pascual (Museo del Prado)

Como recogen los escritos de Galdos: “Los españoles todos aborrecen a ese hombre (Godoy). Mas para que dejen sus casas y tierras y sus caballerías por venir aquí a gritar, es preciso que alguien les dé el jornal que pierden en un día como este.

Todos los que servimos al infante D. Antonio Pascual y los criados del príncipe de Asturias hemos estado por ahí buscando gente. De Madrid hemos traído medio barrio de Maravillas, y en los pueblos de Ocaña, Titulcia, Villatobas, Corral de Almaguer, Villamejor y Romeral, creo que no han quedado más que las mujeres y los viejos, pues hasta un racimo de chiquillos trajo el Sr. Collado.

El colmo del esperpento del motín lo constituyó el propio Conde de Montijo –uno de los principales conspiradores-, disfrazado de aldeano para la ocasión “como El tío Pedro” dando la voz de inició de la revuelta.

En otro orden de cosas, recoge Galdós una última referencia a Corral de Almaguer en el ya comentado Episodio número 30 titulado “Bodas Reales”. Dicho episodio hace referencia a la ceremonia que en 1846 unió en matrimonio político a la reina Isabel II con su primo Francisco de Asís de Borbón, apodado “Paquita Natillas” por el pueblo, hijo del Infante Francisco de Paula, (hijo a su vez del rey Carlos IV) y también comendador de nuestra localidad durante una temporada.

Pues bien, la trama, una vez más, gira alrededor de las peripecias de Don Bruno Carrasco y Doña Leandra. Familia manchega de clase acomodada que, como comentamos más arriba, había emigrado a Madrid en busca de una nueva vida como funcionarios reales.

En esta ocasión, don Benito Pérez Galdós identifica indirectamente a uno de sus personajes con nuestra localidad y lo hace jugando con dos de los viejos estereotipos que arrastraba Corral de Almaguer entre los pueblos de alrededor, el primero: “el de ser un pueblo de curas y el más beato de toda la provincia”, por haber albergado en el pasado una de las mayores comunidades judías de la Mancha y haberse acostumbrado sus habitantes a aparentar ser más cristianos que los demás para evitar suspicacias con la inquisición. Y el segundo: el de ser un lugar de muchos y altivos hidalgos.

El cura D. Ventura Gavilanes

Sean ciertas o no esas teorías, fueran esas o no las causas de la supuesta beatería de la población, el caso es que don Ventura Gavilanes, un cura como Dios manda según Doña Leandra -para quien los curas manchegos eran superiores a todos los curas de la cristiandad- procedía por parte de madre de nuestra localidad. 

Añadiendo Galdós en un guiño burlesco a la petulancia de la nobleza corraleña, que se encontraba entroncado con los Garcinúñez de Corral de Almaguer. "Ahí es ná".

Y es que doña Leandra, temerosa de que le llegase la muerte sin avisar, decidió solicitar a su hija que le trajese un cura para que la oyera en confesión y la ayudase a poner su alma en paz. Pero claro está, no valía cualquier cura. Debería ser un cura Manchego.

«Lo primero que tengo que pedirte, hija mía, es que no me traigáis acá para que me confiese, sacerdote que no sea manchego. 

Desde ayer siento el afán de arreglar el negocio de mi alma para que no me coja desapercibida la muerte... Mas no quisiera que me encomendaseis a clérigos de Madrid, a quienes tengo por farsantes, parlanchines y de poca substancia, como todo lo de este maldito pueblo. Me figuro que si con uno de estos me preparara, no tendría mi cabeza el asiento preciso para una buena confesión, ni se quedaría mi conciencia satisfecha y sosegada».

Admitiendo la superioridad de los curas manchegos entre todos los de la cristiandad, quiso apartar Lea (la hija de doña Leandra) de la mente de su madre la convicción de un próximo fin, y en ello gastó no poca saliva. «Yo sé lo que me digo -replicó Doña Leandra-, y tú habrás oído que al que madruga Dios le ayuda. Quiero madrugar por si el día primero que viene es el último de mi vida... 

Para procurarme el sacerdote de mi tierra que necesito, tendrás que verte primero con mi amiga la María Torrubia, que vende avellanas y yesca en la Fuentecilla o en la Puerta de Toledo, y así matamos dos pájaros de un tiro, porque al paso que nos hacemos con un buen cura, verá mi amiga que no me olvido de ella... Habrá creído que la desprecio por pobre o que en poco la tengo, y no es así, pues la estimo de veras... Antes que se me olvide, te recomiendo que, una vez yo difunta, le des a la Torrubia mi traje de merino negro y los dos refajos obscuros, el pañuelo nuevo de la cabeza y lo demás que a ti te parezca... Pues sigo: la María te dirá dónde encontrarás a D. Ventura Gavilanes, que es un señor cura de grandísimo respeto, aunque a primera vista no lo represente así su estatura corta, la cual casi debiera llamarse enana.

 Pero todo lo que le falta de tamaño al buen señor, le sobra de entendimiento y de cristianismo. Es de Hinojosa de Calatrava, y por su madre está entroncado con los Garcinúñez de Corral de Almaguer. Desde que le oyes dos palabras a este D. Ventura conoces que es de la tierra, y hasta parece que le sale el olor de ella de las manos y boca. 




De allí le mandan en cada San Martín, según me dijo, torrezno superior, magras y un codillo de cerdo que ya lo quisiera el Rey de España para los días de fiesta. A nosotras nos conoció cuando era mozuelo, pues en Peralvillo vivió con su tía, Casiana Conejo, apodada la Fraila, de quien te acordarás... Quedamos, hija, en que te verás con D. Ventura, el cual dice su misa todas las mañanas en San Cayetano, y no vive lejos de allí, según creo, pues su hermana tiene un despacho de leche en la calle de los Abades, y su cuñado, natural del Toboso, es dueño de la tienda de ataúdes y mortajas de la calle de Juanelo...».

No tardó Galdós en rebajarnos las expectativas de don Ventura, al describírnoslo como un cura minúsculo, casi enano y suponemos que regordete. Vamos… un “tapón de alcuza” que diríamos en nuestra localidad.

Vieron los chicos, no muchos días después, que entraba en la casa el clérigo de más exigua talla que sin duda existía en toda la cristiandad, D. Ventura Gavilanes, y al punto comprendieron que era el confesor manchego solicitado por su buena madre con tanta piedad como patriotismo. Mantuviéronse los muchachos silenciosos en su habitación, mientras Doña Leandra, que ya no salía del lecho, confesaba con el cura minúsculo.

D. Benito Pérez Galdós en su lecho de muerte

Y con esta última referencia de Galdós a Corral de Almaguer, damos por finalizado este pequeño artículo de aproximación a la ingente obra de uno de los grandes entre los grandes de nuestra literatura.

Un escritor llano y sencillo, ameno y divertido, que nos ayudará a comprender mejor la Historia del Siglo XIX y los continuos vaivenes de la sociedad española de nuestros días.

Rufino Rojo García-Lajara (Enero de 2020)

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