Los primeros años del siglo XX fueron convulsos en la vida municipal de Cebolla. Vista de la localidad e iglesia parroquial de San Cipriano, fechada en 1958.
(Foto, Archivo Diputación Provincial)
ESBOZOS PARA UNA CRÓNICA NEGRA DE ANTAÑO (XIX)
El juicio se vio en la Audiencia Provincial el 16 de octubre de 1905
ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN
TOLEDO Actualizado:18/10/2017 13:35h
El navarro Federico Lafuente, de quien ya hemos hecho referencias en anteriores entregas de esta serie, fue uno de los periodistas más inquietos de las primeras décadas del siglo XX en Toledo. Abogado y escritor, recaló en nuestra capital tras haber estado por Logroño, Zaragoza, Valladolid y Madrid.
Aquí colaboró en publicaciones como «El Centro», «La Defensa» o «Fray Verás» hasta que adquirió «El Heraldo Toledano», periódico que bajo su dirección se convirtió en uno de los más destacados de la ciudad.
Aquí colaboró en publicaciones como «El Centro», «La Defensa» o «Fray Verás» hasta que adquirió «El Heraldo Toledano», periódico que bajo su dirección se convirtió en uno de los más destacados de la ciudad.
El 14 de octubre de 1905 en sus páginas se informaba de que en un par de días, comenzaría en la Audiencia Provincial una «causa sensacional»: la instruida contra Salomón Figueras, procesado por haber asesinado a tiros a Escolástico Resino, exalcalde de Cebolla. El crimen se perpetró en las cercanías de la estación de Illán de Vacas días antes de celebrarse las elecciones municipales del 11 de noviembre de 1903. Las motivaciones políticas no fueron ajenas al mismo.
Salomón Figueras, autor del asesinato, junto a Arturo Relanzón, su abogado defensor (Foto, «El Heraldo Toledano»)
Los albores del siglo XX en Cebolla no fueron tranquilos. El 23 de agosto de 1901 el gobernador civil interino de Toledo, Arturo Relanzón, dictó una providencia por la que suspendía de sus funciones al alcalde la localidad, Félix Gómez de Agüero, y a nueve concejales de su ayuntamiento. Esta drástica decisión se fundamentaba en numerosas irregularidades en la gestión municipal.
Aunque los afectados presentaron escritos de alegaciones, tres meses después el ministerio de la Gobernación ratificó la suspensión, considerando que los sancionados habían incurrido en negligente abandono de sus funciones, causando perjuicios notorios a los intereses públicos que tenían encomendados y dando cuenta de tal actitud a los tribunales de Justicia por si tales hechos eran constitutivos de delito.
Ermita de San Illán, donde se venera la imagen de la Virgen de la Antigua (Foto, Colección “Ya-Toledo”. Archivo Municipal de Toledo)
Además de en Cebolla, esta decisión caldeó los ánimos en los ambientes políticos de la provincia. Desde las páginas de «El Heraldo Toledano», alineado en el ámbito conservador, se insinuó que tras la suspensión se encontraba la mano del diputado en Cortes por el distrito de Talavera de la Reina, José Luis Gallo, miembro de una distinguida familia cántabra quien militaba en el partido liberal, considerando que los motivos alegados para la sanción al alcalde y los concejales eran ridículos y rutinarios.
Para dirigir las funciones municipales fue designado Gregorio Recio Alba, de profesión carretero, quedando el consistorio integrado por ocho concejales, entre quienes figuraba Escolástico Resino como primer teniente de alcalde. El cambio no llevó la tranquilidad a los dos mil y pico vecinos del pueblo, toda vez que al poco tiempo el nuevo alcalde también resultó procesado por los delitos de desobediencia y prolongación de funciones, pese a lo cual continúo ejerciendo el cargo. Esta circunstancia motivó que en las páginas de diferentes semanarios provinciales, en especial «El Heraldo Toledano» y «Cartas Cantan» (este último editado en Talavera de la Reina) se sucediesen la publicación de comentarios y escritos criticando su gestión.
Así, entre otras cuestiones, se denunció que había dedicado un patio municipal, junto al edificio de las escuelas, a criadero de cerdos o que cuatro vecinos del pueblo habían sido conducidos a presidio al no descubrirse al paso de la procesión de la Virgen de la Antigua, patrona local, que iba presidida por el alcalde. Según se relató en algunas de estas publicaciones, los detenidos sufrieron, también, golpes por parte del alguacil y dos serenos, quienes desoyeron las recriminaciones que les hizo Escolástico Resino para que depusieran tal actitud.
Recorte del semanario «El Heraldo Toledano» dando cuenta del inicio del juicio por el asesinato de Escolástico Resino, con una imagen de la sala donde se celebraría la vista
Por si acaso faltaban elementos para cuestionar la gestión del ayuntamiento de Cebolla, a principios de agosto de 1902, Samuel Loarte Ortega, segundo teniente de alcalde y depositario de los fondos municipales, había permanecido varios días en la cárcel de Talavera de la Reina acusado de un delito de exacción ilegal y estafa cometidas en su condición de administrador subalterno de propiedades y por vender o arrendar fincas del Estado sin las correspondientes formalidades legales.
En «Cartas Cantan», denunciando el caciquismo en pueblos de la comarca de Talavera, se ponía como ejemplo a Cebolla «que se encuentra en el más completo abandono, sin que sus reiteradas quejas sean escuchadas por nadie, sin que encuentren protección, a sus continuas demandas, en las autoridades superiores y sin que haya quien, aunque solo sea por compasión, lleve la tranquilidad a aquel pueblo, presa de los atropellos más inauditos, de las irregularidades más inconcebibles y de los desafueros más intolerables».
Esta situación originaba una seria división en el seno municipal, entre quienes mantenían todas sus responsabilidades legalmente y quienes estaban suspendidos. Entre los primeros figuraba Escolástico Resino, quien durante unos meses de 1903 ostentó el título de alcalde regente.
El desenlace a tantos meses de tensión llegó en la noche del 7 de noviembre de 1903, cuatro días antes de celebrarse las elecciones municipales. Escolástico Resino se desplazó hasta la estación de Illán de Vacas, para esperar al delegado del gobernador civil que iba a vigilar la celebración de los comicios.
Allí, entre las sombras, esperaba agazapado Salomón Figueras, quien se acercó sigilosamente hacia su víctima, por la espalda, realizando un disparo en la cabeza a Resino, quien falleció a las pocas horas. El criminal se entregó al juez de Talavera, Lorenzo de Fresno. Aunque a pesar de lo ocurrido los vecinos de Cebolla votaron para elegir a su nuevo alcalde, las elecciones fueron anuladas, repitiéndose unos meses después.
Conocidos los hechos, desde las páginas de «La Unión Republicana» se consideró que el crimen era expresión del caciquismo que se sufría en la localidad, acusando a Figueras de ser agente electoral del diputado Gallo y amigo del juez Fresno, por lo que se solicitaba del ministro de Gracia y Justicia que nombrase un juez especial para instruir el sumario con mayor grado de independencia.
Por el contrario, desde «Tribuna Pública», dirigido por Fidel Domínguez, se defendía tanto la actuación del juez como del diputado Gallo, quien unos meses después, el 16 de febrero de 1904, falleció en su palacio de El Bercial, donde estaba pasando unos días dedicado a la caza y supervisando los trabajos agrícolas en su explotación, que estaba considerada como modélica.
El juicio por el asesinato de Cebolla se vio en la Audiencia Provincial al 16 de octubre de 1905. La acusación particular fue ejercida por Federico Lafuente, director de «El Heraldo Toledano», siendo defendido Salomón Figueras por Arturo Relanzón, quien basó sus argumentaciones en que al encontrarse ambos en la estación, Resino insultó a su defendido llamándole «pillo» y «ladrón», actitud ante la que Figueras se defendió con su pistola.
Tanto el acusador particular, como el fiscal de la Audiencia, Guillermo Santugini, solicitaron para el procesado la pena de muerte. Petición que se vio ratificada en la sentencia dictada por el tribunal que juzgó los hechos, considerando las circunstancias agravantes de alevosía y reincidencia, pues el condenado ya había sido detenido y encarcelado en dos ocasiones anteriores, una de ellas, en 1899, por participar en una reyerta en las afueras de Cebolla.
Bajo el título de «Condenado a muerte», Florencio Pintado firmó una sentida crónica en el semanario republicano «La Idea»: «Salgo de la Audiencia, y aunque busco por todas partes algo que aleje de mi mente la triste impresión que me ha causado la lectura de la sentencia, no encuentro nada que pueda, ni por breves momentos, alejar de mi imaginación la terrible y horrenda frase “pena de muerte”».
«En mi imaginación –proseguía- veo llegar el tren a Illán de Vacas, veo caer al Resino y veo a la vez en la soledad de un calabozo al desgraciado Salomón. Paréceme oír y confundirse, en uno solo, el ruido producido por el tren y el rechineo triste y lento de los grilletes del procesado. Creo escuchar también los sollozos de la familia de la victima y los gritos de horror y desesperación de la mujer del procesado; veo unos niños que lamentan la casi olvidada muerte de su padre, y a otros que lloran la próxima pérdida del suyo [...]
Le veo en el interior de un calabozo oscuro, iluminado por los débiles rayos de la luna que penetran por entre los desnudos hierros de la reja, cual si quisieran significar que, aún en los senos más negros y profundos del dolor, brilla siempre la vislumbre de la esperanza; unas veces mirando al cielo con los ojos desmesuradamente abiertos como pidiendo clemencia, y otras veces con los codos sobre las rodillas y la cabeza sobre las manos mirando al suelo, pensando tal vez en su mujer y en sus pequeñuelos, le veo que se levanta, intenta andar, pero el ruido de la cadena que le amarra le aterra, y vuelve a sentarse y a reproducir en su mente ideas abrumadoras que le hacen prorrumpir en un prolongado llanto, confundiéndose en un eco sordo y apagado sus sollozos y sus oraciones».
Afortunadamente para él, este triste pesar se vio aliviado el quince de septiembre de 1906, cuando el rey Alfonso XIII, estando de vacaciones en San Sebastián, firmó un real decreto conmutándole la pena de muerte por la de cadena perpetua, castigo que el reo cumplió en el penal santanderino de Santoña.
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