lunes, 9 de marzo de 2020

Llegada a Toledo de Juanelo Turriano, Relojero y Matemático

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En los albores del siglo XVI, entre los años 1500 y 1501, nacía en Cremona en la Lombardía italiana, uno de los genios más grandes del renacimiento Giovani Turriani, que con el tiempo vendría a recalar a esta ciudad de Toledo, sin merecerle, para paliar el problema más rancio de la ciudad, el del agua, desde hacía ya más de mil años, en tiempos romanos.

En el año 1529, el emperador Carlos V hizo preparar un concurso para ver que relojero era tan diestro, que hiciese andar el famoso “reloj astronómico” de la ciudad de Padua, construido por Juan de Dondi en el siglo XIV, denominado como el “Astrario”, ganando el mismo el italiano Juanelo Turriano, aunque la reparación nunca se llevó a cabo. Desde entonces, este personaje entró al servicio del emperador por la fama adquirida.

Sin embargo fabricó un reloj planetario mucho más completo, denominado “Cristalino”, en el que se podía observar todo el sistema solar conocido y sus movimientos, según dicen fue en la ciudad de Milán, siendo la admiración tanto de los seres humanos de aquel tiempo, como del emperador Carlos I de España y V de Alemania.




En ese tiempo Toledo es la capital del país, que era como decir del mundo, pues según el dicho popular “el sol no se ponía nunca en los dominios del imperio”. Sin embargo y para tener tanto título, el agua seguía siendo el principal problema de la urbe, pues era obtenida de forma rudimentaria, por medio de azacanes y aguadoras como casi siempre, excepto en tiempos hispano-romanos.

Según las crónicas de esta ciudad y los pocos vestigios que hoy quedan, fue en el primer siglo de la era cristiana, una vez pacificada la España romana, cuando los hispano-romanos construyeron el conjunto de un gran acueducto, para traer el agua a Toletum, siendo una obra de ingeniería extraordinaria, producida hace dos mil años, aunque el agua no era la del el rio Tajo.

Fue desde una distancia de cuarentaidos kilómetros, por medio de la “Presa de Alcántarilla” en Mazarambroz, que formaba un gran pantano, el cual era surtido por el arroyo Guajaraz y otros arroyos menores, de cuyas aguas se surtía la ciudad de Toletum.

Tenía sus conducciones de aguas por tuberías interiores, con sus torres de nivel y el gran puente sifón que salvaba el profundo valle, llegando a la colina más alta del cerro toledano, al lado de los pretorios y desde allí por diferentes conducciones de las que aún quedan vestigios o castellum, hasta las otras colinas y sus depósitos menores, abasteciendo el gran complejo termal aparecido en el centro de la propia ciudad y varias piscinas para el riego de las huertas. 

El “acueducto” tenía su agua embalsada y fluía por medio de conducciones cerradas, por lo cual se evitaban muchas enfermedades entonces.

Según los anales toledanos, dicen que dejó de funcionar en el siglo VI, pasado el año quinientos, quizás por el quebrantamiento del grandioso puente-sifón, del que poco a quedado, por donde entraba el agua a Toledo evitando el hondo valle que ha formado el rio Tajo a través de los tiempos, desde la orilla frontera hasta la zona más alta de la ciudad. 

Esto debió de servir de gran quebranto para los toledanos de aquel tiempo, los visigodos, pues los toledanos de la época anterior, estaban acostumbrados a que el agua fluyese continuamente por todo el cerro toledano.

Desde aquel tiempo, no se tienen noticias de cómo hacer llegar el agua de nuevo a lo más alto de Toledo, debiendo volver a usar el antiguo método de los azacanes y las aguadoras, que por medio de carros, burros y vasijas, a base de muchos viajes diarios no solo al rio, sino también a distintas fuentes de los alrededores, llenaban los aljibes particulares y los pozos comunales fabricados al efecto, saciando la sed de sus habitantes, junto al agua de lluvia recogida en depósitos, comparándose esta a un gran tesoro.


Fue en 1534 cuando Carlos I vino a Toledo. Entre su séquito le acompañaba su relojero Juanelo, cuestión que aprovechó el Marqués del Vasto para proponer a este último, el que hiciera un proyecto para que por vez primera, el agua del rio Tajo subiera hasta la cota más alta de la ciudad de manera constante, precisamente al Palacio Imperial, en el cual nunca había fluido dicho líquido elemento.

Debió de tomar entonces el italiano buena cuenta y estudiar el tema sobre el terreno, creando ya una idea o quizás un plan en su cerebro. Pero al tener que seguir este al emperador en sus viajes, no pudo llevarlo a cabo.

Ya antes, en 1526, se planteó subir el agua a lo más alto de Toledo desde los molinos de Garci Sánchez, denominados del “artificio”. Se le encargó el trabajo al camarero mayor del emperador Carlos I, Mascio, marqués de Zenete, que se trasladó desde Alemania con varios oficiales, comenzando las obras el mismo año, desde dichos molinos hacia el Palacio Real. 

Para ello se tuvo que hacer un impuesto nuevo para costear dicha obra, denominado “sisa”, pero a los pocos meses del trabajo, el proyecto fracasó tanto por cuestiones técnicas como monetarias. Trabajo constituido por medio de batanes al lado del rio, seguido de tubos hasta el palacio, los cuales no resistían la presión y reventaban.

Sobre 1542, se comienzan los trabajos del nuevo alcázar renacentista sobre el palacio real, con trazas del arquitecto Covarrubias, siguiendo con el mismo problema del agua para tan basta construcción. 

Mientras tanto Juanelo Turriano residía entonces en Bruselas, alargando su estancia allí hasta el año 1555, siendo entonces cuando tuvo que regresar a España, acompañando al emperador, llegando después hasta el monasterio de Yuste (Cuacos), lugar de retiro del soberano y allí trabajar en el taller de relojería, entreteniéndole y jugando con él al ajedrez, estando hasta sus últimos momentos en el año 1559.

Tras la muerte del emperador, su hijo Felipe II le dio la oportunidad de quedarse a su servicio para componer y reparar relojes y entretenerle con dicha profesión, designándole un sueldo y en el año 1561 al tener que hacer un estudio sobre la acequia del pueblo madrileño de Colmenar, pidió entonces al rey que le doblara el sueldo, cuestión que se llevó a cabo al año siguiente.

Y fue en ese mismo año cuando se intentó de nuevo la subida del agua desde el rio Tajo a las obras del nuevo Alcázar de Toledo, quizás por medio de bombas y con el proyecto de Juan de Coten y maestre Jorge, fracasando de nuevo por la presión sobre las tuberías usadas. 

Quizás fue esta una de las más importantes razones, si no la más, para que ese mismo año de 1562, Felipe II cambiase la corte desde Toledo a Madrid definitivamente

Fue en el año 1563, cuando Juanelo Turriano trasladó su residencia desde Madrid a Toledo, para retomar el antiguo estudio que aquí había hecho directamente sobre el terreno, para que por medio de la fábrica de un “artificio”, poder subir por fin y definitivamente el agua del rio Tajo a la zona más alta de Toledo, para apagar su sed de una vez por todas.


Con el permiso del rey Felipe II, debió de dibujar un boceto y hacer un modelo, siendo aprobado por todos los entes implicados e interesados, militares y ayuntamiento, para paliar los gastos de dicha construcción. 




 Se firmó el contrato de escritura del “artificio” en abril de 1565, lo hicieron por el rey el Dr. Lagasca y por el Ayuntamiento los regidores Gutierre de Guevara y Francisco de Rojas y el jurado Alonso Avalos.

Se comprometía Juanelo Turriano a subir el agua del Tajo desde los “Molinos del Rey” hasta el Alcázar, pagando de su bolsillo todas las costas y materiales del artificio, como madera, latón y cobre, así como los materiales de fábrica como piedra, ladrillo y arena, comprometiéndose a dejar en el depósito del palacio diariamente de 6 a 7 mil litros de agua, de los cuales una séptima parte sería para el consumo del alcázar y sus militares y las otras seis para el ayuntamiento y los habitantes de la ciudad.

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Después de que funcionara, la ciudad le tendría que pagar a Juanelo 8.000 ducados de oro por la obra y 1.900 ducados anuales para el mantenimiento del “artificio”. 

No se imaginaba entonces un hombre tan grande, según parece de cuerpo, de cabeza y de seso y uno de los más insignes del renacimiento, lo que le esperaba de sufrir desde entonces y posteriormente hasta su muerte.


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