Una de las familias nobles más relacionadas con Talavera de la Reina durante varios siglos es la de los Loaysa, que ha dado a dicha ciudad uno de sus hijos más preclaros: don fray García de Loaysa, maestro general de la orden de Predicadores, confesor y consejero de Carlos V.
García Loaysa y Girón como Arzobispo de Toledo.
García Loaysa y Girón como Arzobispo de Toledo.
Fue primeramente obispo de Osma y cardenal del título de Santa Susana, que le concedió el Papa el 9 de marzo de 1530, cuando acompañaba al emperador en su viaje a Italia para ser coronado como tal en Bolonia.
Luego fue obispo de Sigüenza, presidente del Consejo de Indias, arzobispo de Sevilla e Inquisidor General. Falleció en Madrid el 22 de abril de 1546, y fue sepultado junto a sus padres en el convento de San Ginés, en Talavera, que él había dotado espléndidamente.
No es ésta la única gloria del linaje talaverano de los Loaysa, pues no podemos olvidar a don García de Loaysa Girón, nacido en Talavera en 1534, pariente del anterior, de quien recibió su nombre de pila y su primer apellido, aunque era hijo de ,don Pedro Girón, consejero del Supremo Consejo de Castilla y célebre cronista de Carlos V, y de la también talaverana doña Mencía de Carvajal. Su vida merece ser más divulgada, pues llegó a ser preceptor del futuro rey Felipe III y además doctísimo escritor y bibliófilo, y arzobispo de Toledo.
Su formación humanística, filosófica y teológica fue muy esmerada; estudió en las universidades de Salamanca y Alacalá; aquí fue colegial del Colegio Mayor de San Ildefonso, fundado por Cisneros.
Alcanzó la licenciatura en Teología en 1567.
Por aquél entonces don García de Loaysa Girón era ya arcediano de Guadalajara, una de las dignidades del Cabildo toledano, que resignó en él su tío don Juan López de Carvajal.
Durante muchos años el arcediano de Guadalajara, residiendo en Toledo, preparó la más importante de sus obras, su Collectio conciliorum H ispaniae, obra capital sobre los sínodos eclesiásticos celebrados en España, que pudo ver por fin impresa en 1593.
Fue un celoso y activo predicador, siguiendo el ejemplo de sus tíos, los dominicos fray Domingo de Mendoza (misionero insigne, muerto a los cincuenta años en las islas Canarias) y fray García de Loaysa; se conservan los esquemas de varios sermones suyos, predicados en Alcalá, Toledo y Talavera de la Reina muchos de ellos.
Ya en 1597 era don García de Loaysa Girón tan famoso en España y en la corte pontificia que el Papa deseaba nombrarle cardenal y tenerle en Roma. Pero el anciano rey Felipe TI le retenía en Madrid como uno de sus más cercanos colaboradores.
Era limosnero real y capellán mayor de la capilla regia desde 1584 y poco después fue nombrado preceptor del príncipe de Asturias, que contaba entonces siete años. En 1598 abandonaba la administración de la sede toledana el prelado electo, príncipe cardenal Alberto de Austria, para casarse con la infanta Isabel Clara Eugenia.
Entonces el monarca español presentó al Papa para el arzobispado de Toledo a don García de Loaysa, cargo muy merecido por sus grandes méritos como escritor y servidor del Rey, y corona de una vida de piedad ejemplar y costumbres intachables, dedicada al servicio de la Iglesia.
El Sumo Pontífice Clemente VIII, muy complacido por la elección del rey, le preconizó con fecha de 8 de julio de 1598, y aquel mismo mes le concedía el palio arzobispal.
Don García recibió la consagración episcopal en la iglesia del monasterio escurialense en 16 de agosto siguiente. Aún vivía Felipe 11, aunque en estado de suma gravedad; pudo presenciar la ceremonia desde su lecho, pues, como es sabido, una de las ventanas de su aposento permitía ver el presbiterio.
Don García se quedó en El Escorial junto al monarca y el doce de septiembre siguiente administró al rey el sacramento de la Santa Unción, en una larga ceremonia, después que se leyese al mismo don Felipe la pasión según el evangelio de San Juan. Horas después fallecía el Rey, y el arzobispo Loaysa oficiaba sus exequias.
Por desgracia, la vida de don García de Loaysa estaba amenazada también por rápida enfermedad, que los cronistas de la época minan "un dolor de costado", nombre bajo el cual englobaban los galenos de la época varias enfermedades del pecho, de sintomatología dolorosa. En este caso pudo ser una pleuresía o pleuroneumonía.
Se sabe que por entonces hubo varias epidemias muy mortíferas. Su pontificado duró tan solo seis meses y catorce días. Falleció en su palacio arzobispal de Alcalá de Henares el 22 de febrero de 1599. A lo largo de las páginas siguientes iremos dando algunas noticias sobre otras personas destacadas, de este linaje de los Loaysa.
Un memorial genealógico sobre los señores de Huerta de Valdecarábanos
En los fondos de la Biblioteca Pública de Toledo se encuentra un manuscrito genealógico sobre los Loaysas talaveranos. Ya se sabe que, por regla general, los autores de tales escritos no destacan por sus méritos literarios, ni por su acertado método histórico.
El autor de dicho memorial pertenece, desde luego, a este número, pero su escrito contiene, pese a ello, algunas noticias interesantes y aprovechables, y es patente su esfuerzo por recoger los datos que permitan señalar el árbol y linaje de los Loaysa, desde los tiempos más antiguos, es decir, desde el siglo XIII, hasta el reinado de Felipe IV, en los días del autor del memorial que nos ocupa.
Considero este escrito de suficiente interés como para transcribirlo y publicarlo, y así 10 hago, como apéndice, aligerando su lectura mediante la regulación de su ortografía, que en la escritura original es pésima, 10 que entorpece la lectura. Resumiré en este trabajo lo esencial de aquel escrito, comentándolo adecuadamente y a la vez completándolo con varias noticias proporcionadas por otras fuentes.
Sirva ello de modesta contribución al conocimiento de esta familia, tan ligada a la historia bajomedieval de Talavera de la Reina y asimismo a Huerta de Valdecarábanos durante los siglos XVI y XVII, a partir del año 1539, en que Carlos 1 vende el señorío de Huerta al Caballero don Alvaro de Loaysa por 10.904.370 maravedíes, desmembrando su término del territorio propio de la Orden de Calatrava.
El autor de dicho memorial pertenece, desde luego, a este número, pero su escrito contiene, pese a ello, algunas noticias interesantes y aprovechables, y es patente su esfuerzo por recoger los datos que permitan señalar el árbol y linaje de los Loaysa, desde los tiempos más antiguos, es decir, desde el siglo XIII, hasta el reinado de Felipe IV, en los días del autor del memorial que nos ocupa.
Considero este escrito de suficiente interés como para transcribirlo y publicarlo, y así 10 hago, como apéndice, aligerando su lectura mediante la regulación de su ortografía, que en la escritura original es pésima, 10 que entorpece la lectura. Resumiré en este trabajo lo esencial de aquel escrito, comentándolo adecuadamente y a la vez completándolo con varias noticias proporcionadas por otras fuentes.
Sirva ello de modesta contribución al conocimiento de esta familia, tan ligada a la historia bajomedieval de Talavera de la Reina y asimismo a Huerta de Valdecarábanos durante los siglos XVI y XVII, a partir del año 1539, en que Carlos 1 vende el señorío de Huerta al Caballero don Alvaro de Loaysa por 10.904.370 maravedíes, desmembrando su término del territorio propio de la Orden de Calatrava.
Primeras noticias del linaje de los Loaysa
El apellido es ciertamente francés. Según una tradición muy divulgada entre los genealogistas del siglo XVI, el origen de los Loaysas proviene de un doncel del rey de Francia llamado Jofré de Gales, que salvó la vida de su señor a costa de la suya propia, al defenderle de un atentado urdido por varios cortesanos.
Este rey, conforme tales fuentes, sería Luis IX, es decir, san Luis, cuyo reinado comprende los años 1226-1270.
El pretendido origen galés de la familia se basa únicamente, al parecer, en la heráldica de los Loaysa, en cuyo escudo figuran cinco rosas, siendo la rosa elemento propio del blasón de algunos príncipes de Gales, en la isla de Gran Bretaña. Además se aduce una referencia - probablemente legendaria - de la HisToria de los Condes de Barcelona de Pedro Antón Beuter.
Lo cierto es que hubo en tiempo de Alfonso X el Sabio un caballero llamado Jofré de Loaysa, ayo de la reina doña Violante, casado con una dama francesa, doña Jacometa, a quien algunos apellidan de Hungría.
Ambos esposos se enterraron en la iglesia monástica de las Huelgas, de Burgos. Jofré de Loaysa figura como uno de los conquistadores del reino de Murcia, en vida del mismo don Alfonso; al parecer, allí recibió grandes posesiones.
Nada dice nuestro genalogista del hijo segundo de don Jofré de Loaysa y homónimo suyo, mediocre cronista latino, continuador de la Historia Gothica de don Rodrigo Jiménez de Rada entre 1248- 1305. Fue un eclesiástico distinguido.
Debió nacer hacia 1240-1244 y treinta años después desempeñaba el beneficio de abad de Santander, si bien se encontraba siempre en la Corte, como uno de los clérigos de la casa real. En 1277 el maestro Jofré se hallaba en Londres como enviado del rey de Castilla para estrechar aun más los vínculos de toda índole que mantenían las casas reales inglesa y española.
Ambos reyes, Eduardo III y Alfonso X, eran cuñados. Dos años después Jofré de Loaysa era notario real y capellán del infante don Sancho. En 1280 es nombrado arcediano de Toledo, dignidad que conservaría hasta su muerte, en el otoño de 1308, según todos los indicios. El maestro Jofré de Loaysa pudo ser uno de los colaboradores del sabio monarca en sus escritos históricos.
El hermano mayor del arcediano, don García de Loaysa, ocupó puestos importantísimos en la corte de Alfonso el Sabio, como el de Copero mayor, y fue adelantado mayor del reino de Murcia y uno de los testamentarios del monarca. Se desconoce a ciencia cierta quien fue su mujer, pero hay indicios fundados de haber casado con una hija ilegítima del mismo monarca, a quien algunos llaman Urraca Alfonso de Guzmán.
Conociendo el destacado papel de don Garcijofré de Loaysa en la corte alfonsí, no puede extrañarnos el puesto que sus hijos y nietos tuvieron entre la alta nobleza castellana. Su hijo y heredero don García fue señor del castillo de Pretel y copero mayor del rey Sancho IV; y seguramente fue hija suya doña Aldonza Jufré de Loaysa, casada con el noble gallego Diego Alonso Tenorio.
Un nieto y homónimo del primer señor de Pretel casó con una dama de la prepotente familia de los Ayalas. Sus hijos mantuvieron la prestancia de su casa, como vemos por los enlaces matrimoniales de sus hijas doña Catalina y doña María.
El primogénito, don Alvaro de Loaysa, fue, a mi parecer, el primero que se afincó en Talavera de la Reina (de cuyo alcázar y fortaleza debió de ser alcaide), ya en tiempo del rey don Pedro el Cruel.
El primogénito, don Alvaro de Loaysa, fue, a mi parecer, el primero que se afincó en Talavera de la Reina (de cuyo alcázar y fortaleza debió de ser alcaide), ya en tiempo del rey don Pedro el Cruel.
Los Loaysa Talaveranos
Siendo sus deudos don Luis de la Cerda, señor de Escalona, y el primer señor de Oropesa y luego maestre de la orden de Santiago don García Alvarez de Toledo, no es de extrañar que don Alvaro Núñez de Loaisa ocupase algún puesto de designación real en Talavera de la Reina, de donde su hijo se dice vecino. Con todo, los Loaysa talaveranos del siglo XIV y primera mitad del XV son escasamente conocidos.
El genealogista autor del memorial no señala a las esposas, y solamente da una línea sucesoria por la varonía paterna, hasta el caballero Garci-Jofré de Loaysa, muerto en 1440, cuyo bello sepulcro puede verse en la capilla familiar de la iglesia colegial de Talavera, capilla dedicada a San Juan Bautista, luego llamada de los Mártires.
El blasón familiar que muestra este sepulcro es de cinco rosas (no siete, como por error consigna el Conde de Cedillo en su Catálogo Monumental de la provincia de Toledo, n. 405).
La inscripción en torno al monumento sepulcral, en hermosas mayúsculas góticas, dice así, según dicha obra del Conde de Cedilla: AQUI YAZE EL ONRADO GARCIA IUFRE DE LOAYSA FIlO DE FERAN IUFRE DE LOAYSA Q DIOS AYA EL CUAL FINO A VEINTE E SEIS DIAS DEL MES DE ENERO ANNO DEL NUESTRO SALUADOR lliU XPO DE MIL E CCCC E XXXX AÑOS Vivió, pues, este caballero en los días de Juan 11, que reinó en Castilla entre los años 1406-1454.
El memorialista nos dice que casó con doña Isabel de Vargas, de cuyo matrimonio tuvo cinco hijos. Según esta misma fuente, don Garcijufré es el abuelo paterno de su homónimo el cardenal arzobispo de Sevilla. No sabemos el entronque de consanguinidad que unía a este mismo caballero, muerto en 1440, con doña Teresa de Loaysa, que en 1479 dejó en su testamento la heredad de Lientes al monasterio talaverano de Santa Catalina.
Cronológicamente, puede tratarse de una hermana suya, suponiendo que doña Teresa vivió hasta avanzada edad. Don Garci Jufré de Loaysa no me parece que al morir contase muchos años, pues lo supongo nacido alrededor del año 1400.
En la misma capilla de San Juan de la iglesia colegiata de Santa María hay otro bello sepulcro de un caballero de este linaje, del cual solo sabemos que se trata, sin duda alguna, de un hijo de Juan de Loaysa y de doña Leonor de Carvajal.
Es por tanto un sobrino de Garci-Jofré de Loaysa, enterrado en el otro sepulcro de esta capilla familiar. La inscripción de este sepulcro ha sido leída incorrectamente muchas veces, hasta que el Conde de Cedillo lo estudió.
La razón de esta repetida mala lectura es que en su primer estado este sepulcro debió estar exento, tal vez colocado en un lugar central de la capilla, y mucho tiempo después se adosó al muro izquierdo del ábside.
Este cambio explica que la inscripción en letras góticas minúsculos que recorre el cuerpo arquitectónico que sostiene la estatua yacente esté parcialmente perdida, y lo que queda, además, alterada en su orden, porque los fragmentos de piedra no se colocaron en el traslado en su debido sitio.
Por la razón indicada, faltan el encabezamiento y el final de la inscripción. El Conde de Cedillo da primeramente la transcripción como se halla y después lo ordena convenientemente.
La lectura que da el Conde de Cedillo (ibidem. n. 406) es la siguiente: ... o del noble caballero ... de loaysa fyjo de iua de loaysa y de doñ-. leonor de carba ... al dexº a esta iglesia la ... Pienso que el encabezamiento bien pudo ser Aqui ya~e (o yaze) el cuerpo, o bien: Este es el sepulcro.
Aceptando la primera forma podría reconstruirse el inicio de este modo: (Aquf yaze el cuerpo) del noble caballero ... de Loaysa, fijo de Juan de Loaysa y de doña Leonor de Carba(x)al. Dexo a esta iglesia la ... El final contendría el nombre de una heredad donada a la iglesia colegial para dotar alguna capellanía con la obligación de celebrar algunas misas por su alma.
Esta heredad no puede ser la de Espinosillo, cerca de la torre de Salinas, como pretende el historiador local Femández Sánchez, pues, según este mismo autor, fue donada por la viuda de un Francisco Jofré de Loaysa por escritura de 5 de junio de 1450 a la iglesia colegial.
Pero si la fecha es exacta, esta identificación es imposible, porque el estilo de la sepultura no es de ese tiempo, sino de finales del siglo XV. A juzgar por la figura yacente, se trata, como dice el conde de Cedillo, "de un joven guerrero que viste cota, arnés y manto y sujeta entre las manos una espada hoy rota. Un bonete o pequeño gorro cubre su cabeza, poblada de melena.
A los pies hay un paje en triste actitud reclinado sobre el yelmo". Aunque no hay en la mutilada inscripción fecha alguna de su muerte, este joven caballero bien pudo morir en la guerra de Granada, a juzgar por el estilo del sarcófago. Sin duda es un coetáneo del célebre Doncel de Sigüenza, aunque el escultor del sepulcro talaverano me parece algo anterior y con una disposición más tradicional.
En todo caso, la imagen yacente de este joven Loaysa pudiera servir muy bien para ilustrar el libro de la Celestina, pues fue sin duda, como el Calisto de la obra de Fernando de Rojas, "de noble linaje, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda crianza ... " (Lo de "claro ingenio" no lo sabemos; démoslo piadosamente por cierto.)
Lo que sigue en el prólogo de la novela: "de estado mediano" no sería tampoco muy coincidente con la figura del Loaysa, pues este joven guerrero talaverano debía de ser muy rico. Es muy posible que su madre le sobreviviera, y dedicara alguna finca que le hubiere correspondido por herencia al piadoso fin de sus sufragios.
El hijo mayor de Garci-Jufré (+ 1440) fue Pedro, regidor de Talavera (lo era por el año 1470) y durante ,algún tiempo corregidor de Salamanca y del Consejo Real de los Reyes Católicos. El tercer hijo fue don García, de quien no constan más datos. Hijo suyo pudo ser un Garci-Jufré de Loaysa que era vecino de Talavera en 1515.
Además, el Garci-Jufré fallecido en 1440 tuvo dos hijas, doña Violante y doña Inés.
Esta casó con don Pedro Girón, de linaje nobilísimo; hijo suyo fue don Alonso Girón, primo hermano del cardenal arzobispo de Sevilla y, a lo que parece, abuelo de don García de Loaysa Girón, arzobispo de Toledo. De este don Alonso descienden los marqueses de Sofraga.
El regidor de Talavera don Pedro de Loaysa casó con doña Catalina de Mendoza, y fueron padres del tantas veces citado cardenal fray García y de otros cinco vástagos. El mayor fue don Alonso, que heredó de su padre el cargo de regidor del concejo talaverano.
Casó con doña Teresa Pacheco, y procrearon a don Alvaro, caballero de Santiago, trinchante del rey don Felipe n y primer señor de Huerta de Valdecarábanos. Fue patrono del convento dominicano de San Ginés, de Talavera, donde está sepultado su tío el cardenal.
De este primer señor de Huerta escribe el memorialista: "Fue asimismo - y lo son sus sucesores- señor y patrón de la casa y ermita de nuestra Señora del Socorro, imagen milagrosa, de mucha devoción en toda aquella tierra. Está en término de la dicha villa de Huerta, adonde asisten religiosos de Santo Domingo, capellanes de esta santa imagen.
Es frecuentado aquél sitio y casa de toda aquella gente de las comarcas de Yepes y Ocaña, por la devoción grande que se tiene a la Reina del Cielo en su imagen, socorro y refugio de pecadores.
La casa (aneja a la ermita) es buena y espaciosa, y no de pequeña recreación su sitio por la abunndancia de álamos, por su huerta y fuentes, que la hacen apacible".
La casa (aneja a la ermita) es buena y espaciosa, y no de pequeña recreación su sitio por la abunndancia de álamos, por su huerta y fuentes, que la hacen apacible".
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