En una cueva medrosa,
Que la mano encallecida
Del hombre, abrió bajo tierra
Horadando roca viva:
Donde imágenes vetustas,
De divinidad impía,
Forjaron razas ignotas
Por ignorancia ó malicia:
Donde las ondas del Tajo
Su murmurio suave envían,
Desde la arenosa margen
Por áspera y alta sima,
Los cristianos de Toledo
En reuniones clandestinas,
Respirando aquel ambiente
Capaz de causar asfixia,
Sin ver más que los reflejos
De pálida lucecilla,
Que en una angosta hendidura
Escaso apoyo tenía,
Silenciosos aprendieron
Las celestiales doctrinas
Que más tarde divulgaron,
Despreciando los estigmas
De soldados imperiales
Que la ciudad pervertían
Con sus ídolos odiables
Y superstición inicua.
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