miércoles, 10 de junio de 2020

Hechiceras en la Historia de Toledo

Las hechiceras del amor
Hasta ahora nos hemos mantenido con la medicina popular en una época histórica cercana al advenimiento de los Reyes Católicos, repasando unos saberes en su mayoría de origen hispanomusulmán, con raíces en la antigüedad clásica.

 Momento de anarquía para el ejercicio de la medicina, donde el curanderismo y la hechicería sanadora viajaban a la par junto con la religión y la magia. 

En Castilla se trató de regular el ejercicio de la medicina autorizando el Protomedicato, tratando de reprimir al curandero y afines, salvando a los ensalmadores. 

Pese a ello la hechicería arraigada en la cultura popular, procedente de un contexto de agitación medieval por continuas pestes, transformaciones sociales, herejías, viejos ritos, antiguas terapias supersticiosas, desórdenes, miedos de todo tipo, lleva el germen de la desacralización por rumbos mistéricos que la Iglesia, mediante la Inquisición, trató de controlar, introduciendo orden dogmático y uniformidad moral en los conceptos de la ortodoxia romana. Así, de igual manera, se persiguió al hereje, a la bruja o a los magos y hechiceros que ganaban terreno en el siglo XV. 





Antes como ahora, cuando el remedio «ortodoxo» no consigue el resultado práctico apetecido, se recurrió a las «otras» soluciones alternativas, continuadoras de las supersticiones paganas en paralelo con la doctrina oficial, cuya manifestación se hacía más presente en los momentos de angustia o crisis general.

 La iglesia en España desde la antigüedad (633) ya introdujo mecanismos de prevención contra la hechicería. 

L'ARMARI OBERT: BRUJAS, HECHICERAS, ENDEMONIADAS... LESBIANAS. (II ...El IV Concilio de Toledo en el canon XXIX se dice: «Si se descubriese que algún obispo, presbftero, diácono o cualquier otro del orden clerical, consultar magos, hechiceros, adivinos, agoreros o a algunos otros que ejercen cosas parecidas, depuestos del honor de su dignidad, sean encerrados en un monasterio, consagrados allí a una penitencia perpetua, lloren el crimen cometido de sacn7ego».

 El Concilio de León (1012), los de Santiago (1031 y 1056), el de Coyanza (lOSO) o en las Partidas, los magos y hechiceros son condenados.

 Lo mismo que en el Fuero de Cuenca y una abundante legislación posterior que nos indica la prevención por estos personajes y sus actividades, haciéndolos así presentes a lo largo de la historia, a la vez que nos revela la poca eficacia de estas normas, ya que el pueblo buscaba en la hechicería la realización de unos deseos por vía sobrenatural, cuando por falta de fe en la religión oficial u otras frustraciones recurría a estos mecanismos para lograrlo, pese a cualquier anatemización.

En Europa durante los siglo XVI y XVII se desató una terrible persecución contra brujos y hechiceras, muriendo miles en la hoguera. No así en España y paradógicamente, debido a la actitud benévola de la Inquisición para con ellos, aunque no en todos los casos. 

Bastante ocupación tenían con prender judaizantes, herejes, iluminados, moriscos y tantos otros fuera de la ortodoxia oficial católico-romana. La hechicería sólo podía ser juzgada por la Inquisición si realizaba acciones heréticas o que rozasen el dogma católico.

 Lo supersticioso y actividades relacionadas con las artes adivinatorias, astrología, etc., no incurrían en herejía, por lo que era la justicia secular la encargada de su represión si cometieran delito. 

Los pactos demoniacos y la magia negra fueron condenados como heréticos por Sixto V en la Bula «Coeli et Terrae» de 1585. Pese a la represión oficial, los hechizos y curaciones que a veces son inseparables, se mantienen en un mundo marginal que aflora en ocasiones por los miedos del propio pueblo, despechos, recelos, sospechas, etc., que llegan a los tribunales toledanos de la Inquisición a través de los cuales conocemos esta actividad al servicio de la curación. 

Aunque en los siglos XVII y XVIII la hechicería toledana aún se mantenía en derroteros más en consonancia con el «mal de amores», ambiente donde se practicaba, al decir de algunos autores, la terapia de la palabra o psicoterapia junto con algún remedio mágico y sobrenatural. 

En el arca de una hechicera toledana procesada por la hlquisición en el siglo XVII se encontraron granos de aljofar, coral, limaduras de acero, hilo de oro y una higa. 

Envuelto en hojas de papel guardaba hojas de sen, polipodio y violetas. No faltaban velas verdes para encender la noche de San Juan, harina de habas, granos de incienso, un naipe, una bolsita con los Evangelios, una tabla con tres estampas pegadas de San Antonio, Santa Marta y San Cristóbal y una planta de valeriana en un tiesto. Componentes mágicos, religiosos y curativos que se repiten como una constante en ajuar de las hechiceras. 

En 1705 «La Escopetilla», hechicera toledana, portaba estampas de Santa Marta, oraciones, naipes, evangelios, huesos, pimiento rojo y un pedacito de ara. U na curandera toledana del siglo XVII curaba la «enfermedad del fuego» con un remedio aprendido de un fraile dominico. En la misma centuria sobresalió por su fama María López, la «Varela», curandera de Torrijas que recetaba de su puño y letra los remedios para los enfermos teniendo a la vista una prenda. 

También curaba por imposición de manos mientras rezaba, era experta en eliminar el mal de ojos y cualquier dolencia. Los inquisidores se limitaron a reprenderla por lo que podía tener de hechiceril alguna práctica, pero no por ejercer la medicina, cuestión al margen, evidentemente, de la competencia del Santo Oficio, alguno de cuyos miembros no hubiera sido extraño ver en su consulta. A una tal Angela López de Fuensalida acudían los que padecían ceguera. Tenía por ayudante a María Gómez, «La Romera», natural de Portillo.

Hechiceras famosas por sus conjuros fueron la «Marijona)), de Carpio; la «Boquineta)), de Villarrubia; «La Barzana»), María Castellanos y Catalina Gómez, en Toledo; María Fernández y la «Cacha», en Madridejos; Angela Rodríguez, la «hechicera de Alcabóm>; la «Fandanga», de Talavera; Isabel Martínez, «La Entera)), de Tomelloso; las «Claudias»), Juana «Dientes» y la «Tendera», de La Puebla de Montalbán; las «Pelonas», de Navahermosa ... Todas ellas expertas en conjuros, sortilegios, oraciones, supersticiones, sahumerios y sanaciones. 

Pretendían que una persona fuese amada por otra, que apareciera el desaparecido, trataban de unir matrimonios, proporcionaban amantes o los conservaban, quitaban el sueño, desataban las furias y diablos ... 

Las devociones preferidas por ellas eran el Santísimo Sacramento, al que rezaban una oración para que una persona se casase con otra; los mismos efectos causaba otra oración a la Virgen, sin advocación alguna, o a San Marcos, a quien la mujer rezaba lo siguiente: 

«Señor San Marcos 
tú que humillaste la gran serpiente, 
humilla el corazón de mi marido 
su corazón y su lengua. 
Debajo de mis pies lo traigo yo
para que haga y diga cuanto quiero yo»





San Antonio Abad y Santa Elena también eran santos de su devoción, a esta última rezaban una oración para atraerse la amistad de un hombre. A Santa Marta la tenían gran predilección las hechiceras del siglo XVII, incluso existió una oración a Marta la «Mala)). Tampoco se olvidaron de las ánimas benditas para atraer al hombre elegido, una de las oraciones de 1631 decia así.

Animas benditas que el purgatorio estáis
angustiadas y aflijidas y llenas de caridad: 
Por las penas en que estáis 
y la gloria que esperáis 
que levantéis y juntéis
y el corazón nuestro, apretéis 
que no le dejéis dormir, ni sosegar,
ni en su cama estar, 
ni con mujer hablar
hasta que le traigáis 
queriéndome y amándome»

En época muy tardía, ya a finales del siglo XVIII, dos curanderas de Navahermosa fueron denunciadas al Santo Oficio de Toledo, tratándolas de brujas o hechiceras, episodios que comentamos como el colofón ya decadente de estas prácticas que el racionalismo y la ciencia fue desterrando. 

Las dos fueron requeridas por un vecino de Ajofrín para curar a un enfermo. Ellas pidieron los calzones y unos pelos del mismo, a la sazón un clérigo de corona. 

Al poco tiempo se personaron en Ajofrín. La hechicera, llamada Leonarda Huete, acompañada de su hermana Francisca, a la vista del enfermo le diagnosticó después de palparle el estómago con aceite, «hechizos rezados). traducido como envidias por haber sido buen mozo; no le daban muchas esperanzas de alivio porque el mal estaba muy avanzado, teniendo el interior del cuerpo «lleno de gusanos», sin conocer cuál era el origen del hechizo.

 Para curar a don Ulpiano, nombre del clérigo, recurrieron a remedios espirituales, sugiriéndole que se encomendara al Santo Cristo del Camino de Hontanar, que aseguraba la curación por las experiencias que habían tenido con otros enfermos.

 En Ajofrín también trataron estas mismas curanderas a otros dos desdichados pacientes que fallecieron. 

Sin embargo Antonia Sánchez Palencia curó después de dieciocho años de padecer una enfermedad. Incluso habían frecuentado la casa de un familiar del Santo Oficio del mismo pueblo, llamado Leonardo Orgaz. 

En Navahermosa se las consideraba hechiceras y curanderas. Conocemos un suceso en el que intervinieron para curar la impotencia sexual de un matrimonio que, habiendo sido reconocido por el médico, no encontró defecto físico que impidiera la relación normal. 

No obstante al persistir el problema, en secreto recurrieron a la tal Leonarda Huete, quien dio a la mujer una bolsita cosida para que la llevase siempre en sus vestidos y además les proporcionó «cierta untura» para aplicarla en los genitales. 

Después de experimentar ambos remedios no apreciaron «habilidad» alguna y quemaron la bolsita. 

No pararon ahí los cónyuges y recurrieron a la «tía María», una curandera tenida como la «capitana» de todas las de los Montes de Toledo y recomendó al marido tal remedio que su mujer se negó a aplicarlo por «horrible y sucim), en palabras del cura de Navahermosa, relator del hecho.

 Pese a la reputación que en Navahermosa tenían como personas deshonestas, de vida licenciosa, brujas, protagonistas de numerosos escándalos y vividoras, la sociedad hacía abstracción de lo negativo buscando en ellas el remedio para sus males, aferrándose a la vida y agotando todos los remedios sin cautela alguna. 




Para la Inquisición estas dos mujeres eran unas solemnes embaucadoras que se fingían hechiceras para «llenar de terror a los insensatos, a los menos cautos ... exponiendo a quien no tiene la menor instrucción a que solicite la salud por medios tan extraños ... » 

La Inquisición en toda su historia no relajó por hechicería a más del 0,25 por 100 de las personas procesadas. 

En la provincia de Toledo hubo procesos inquisitoriales por estos motivos en Alcabón, Alcañizo, Bargas, Borox, Corral de Almaguer, Dosbarrios, Escalona, Espinoso del Rey, Fuensalida, Lagartera, Lillo, Madridejos, Marjaliza, Mazarambroz, Navahermosa, La Puebla de Montalbán, Quintanar de la Orden, Santa Cruz de la Zarza, Santa Olalla, Talavera de la Reina, Tembleque, Toledo, Tomelloso, Torrijos, Totanes, Turleque, Villacañas, Yébenes y Yepes.

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