Rovinsky dando unos retoques a su cuadro “La Adoración de la Cruz”
(Foto, Rodríguez. Archivo ABC)ARTES&LETRAS
Fue una de las ciudades que más le entusiasmó al pintor y grabador ruso en sus recorridos por España hace ya 90 años
Por ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁNTOLEDO
Actualizado:08/06/2020 13:03h
Hace noventa años, en mayo de 1930, en las salas del Museo Nacional de Arte Moderno, antecedente del actual Reina Sofía y que abría sus puertas en un palacete del Paseo de Recoletos de Madrid, se inauguró la exposición «La España grandiosa y fantástica» del pintor y grabador ruso Sergéi Rovinsky.
En la misma, Toledo tenía un lugar destacado, pues no en vano este polifacético creador fue un gran enamorado de la ciudad, hasta el extremo de que en 1935 donó a la Catedral Primada una de sus obras.
Además de la pintura, este artista cultivó las artes decorativas, llegando a dominar con maestría la técnica del laqueado.
Nacido en Varsovia en 1895, cuando la ciudad pertenecía al antiguo imperio ruso, los primeros años de su vida son propios de un relato de aventuras. Su padre, militar, pertenecía a la nobleza de Kiev y su abuelo, Dimitri, fue un reconocido historiador y coleccionista de arte. Su infancia transcurrió en diferentes lugares, según iba cumpliendo destinos su progenitor.
Estando en Manchuria inició estudios militares y entró en contacto con la cultura japonesa, de la que quedó fascinado. De regreso a San Petersburgo, ingresó en la Escuela de Ingenieros y profundizó en el estudio de las lenguas orientales.
Al iniciarse la Gran Guerra, con el grado de subteniente fue destinado a los Cárpatos, siendo reconocido con diferentes condecoraciones, entre ellas la Orden de San Jorge, máxima recompensa de la Rusia zarista. El 1917, ya capitán de ingenieros, fue puesto al mando de miles de soldados para la construcción de caminos y trincheras. También publicó dos libros sobre organización y preparación de terrenos para el combate.
Al iniciarse la Gran Guerra, con el grado de subteniente fue destinado a los Cárpatos, siendo reconocido con diferentes condecoraciones, entre ellas la Orden de San Jorge, máxima recompensa de la Rusia zarista. El 1917, ya capitán de ingenieros, fue puesto al mando de miles de soldados para la construcción de caminos y trincheras. También publicó dos libros sobre organización y preparación de terrenos para el combate.
El prestigio conseguido en esos años, fue su pasaporte para ser enviado a Francia, prestando servicios en el frente de Verdún y en la Oficina de Patentes de París, perfeccionando los sistemas de construcción de puentes para los aliados. Al finalizar la guerra se le encomendó la organización de los prisioneros rusos que se encontraban en Francia tras la retirada de los alemanes.
Antes de regresar a su patria, recorrió el norte de África estudiando las obras de ingeniería militar, fraguando el proyecto de preparar una gran obra sobre los avances y progresos de esa disciplina.
Tras una breve estancia en Crimea, volvió a ser enviado a diferentes países europeos –Francia, Bélgica, Holanda, Italia e Inglaterra- para estudiar la organización de las regiones devastadas por la guerra. En el camino hacia esos destinos atravesó Turquía y Grecia. El descubrimiento de sus restos arqueológicos abrieron sus ojos al arte y esa visión transforma su vida.
Establecido en París tras la revolución rusa, durante la cual su padre fue fusilado y sus hermanas deportadas a Siberia, comenzó a estudiar grabado en su Escuela de Bellas Artes, compaginando los mismos con viajes por Italia, formación junto al escultor Antoine Bourdelle y trabajos como aprendiz en un taller de fotografía, destacando como hábil retocador de clichés.
En 1921 realizó un grabado del compositor Moszkvski, consiguiendo sus primeros ingresos como artista plástico. No le faltaban amigos que le proporcionaban alojamientos y ayudas para su mantenimiento en aquel París bohemio de los años veinte, donde, además, comenzó a estudiar piano. Ayudándose de la venta de sus obras y de algunos objetos provenientes de su Rusia natal, en 1922 inició su viaje más deseado: recorrer España, dejando atrás el estudio que ocupaba en la rué de Navarín, cerca de Montmartre.
De inmediato quedó enamorado de nuestro país, regresando con asiduidad a recorrer sus campos y ciudades en ferrocarril, automóvil o a píe, visitando más de doscientos pueblos. En los próximos años, hasta el inicio de la guerra civil, hizo más de quince excursiones por España.
Viajaba cargado con sus bártulos para pintar y tomar apuntes, que luego trasladaba a grabados, biombos y paneles, elaborados siguiendo las ancestrales técnicas del laqueado oriental, una modalidad apreciada y reconocida en las tendencias decorativas art-decó de aquel tiempo. La localidad albacetense de Ayna protagonizó uno de aquellos primeros trabajos.
«Rovinsky –podía leerse en las páginas de «Blanco y Negro» en 1927, cuando ya había realizado seis viajes por España-, en medio de su desconocimiento personal de nuestra gente, se sabe al dedillo todo lo nuestro, y a veces se apasiona extrañamente, no solo por la vida literaria de aquí, sino hasta de sus incidencias anecdóticas. Su avidez, su fresca y simpática gula de conocimiento, su impaciencia por averiguar en esto, como en la rebusca de pueblos, costumbres y paisajes, no tiene, límites, no sufre dilaciones».
Toledo fue una de las ciudades que más le entusiasmó en sus recorridos por España. Prodigó sus estancias aquí, mantuvo amistades y dedicó a la capital un buen número de sus trabajos, tanto en grabados, bocetos decorativos o paneles lacados, algunos de estos últimos influenciados por la tradicional técnica del damasquinado. Para la Casa de Lerma, y sus bienes artísticos del Hospital de Tavera, realizó un biombo con panorámicas de Toledo y Cuenca.
En 1930, ocho años después de pisar por primera vez nuestro país, presenta en la capital francesa la exposición «La España grandiosa y fantástica», que tras su paso por la prestigiosa Galería Georges Charpentier, durante el mes de mayo recaló en el madrileño Museo Nacional de Arte Moderno.
Se cumplen ahora noventa años de esta muestra, que recibió elogiosas críticas en la prensa de la época y que contribuyó a descubrir en nuestro país el trabajo de Rovinsky. La exposición estaba integrada por dos centenares y medio de trabajos –óleos, aguadas, dibujos a uno o varios colores, grabados en madera, proyectos al carbón y conjuntos decorativos. De la misma se hicieron eco las más destacadas publicaciones.
En el diario «La Nación» se decía: «Nosotros llevaríamos al extranjero recién llegado a Madrid a esta magnífica exposición, para que de un golpe de vista se dieran cuenta de la »atmosfera« de España, apresada en los cuadros y apuntes de todas clases y dimensiones que allí se exhiben. Es como un gran mapa de esta España nuestra, profunda e inquietante, que ha atraído a Sergéi Rovinsky, como antaño atrajese a Barrés para hacer bucear en el secreto de Toledo».
Y en «Alrededor del Mundo», revista especializada en turismo y viajes, se indicaba que «Rovinsky ha estado afortunado, acaso, como ninguno de los extranjeros, pues ha comprendido que España, más que pintoresca, es una profunda espiritualidad varia, que su paisaje y arquitectura, siempre cosa magnífica, hondamente expresiva, es tesoro de inagotable emoción estética».
Esta exposición fue el preámbulo de su libro «L’Espagne grandiose et fantastique», editado en 1932, y prologado de José Ortega y Gasset. El mismo, con una tirada de solo 275 ejemplares numerados, contenía 32 láminas, siendo su precio de 300 pesetas.
Terminado su trabajo, el volumen fue expuesto en la Biblioteca Nacional de París. En el mismo están lugares como Sigüenza, Ronda, Cuenca, Alcalá del Júcar, Santiago de Compostela, Madrid, Barcelona, Ávila Segovia, Córdoba y, por supuesto, Toledo. De este trabajo, el conocido crítico literario Antonio de Hoyos Vinent, escribió sentirse «turbado» ante una obra donde «almas y paisajes formaban un todo».
En esa época su reconocimiento en la capital francesa aumentó. La bailarina Ida Rubinstein, considerada patrón de belleza icónica de la «belle époque», le encargó la decoración y vestuario de un ballet español para la Ópera de París. En 1934 expuso por primera vez en el Salón de la Tullerías y ese mismo año realiza un biombo inspirado en El Quijote expuesto en el Salón de Artistas Decoradores. Meses después, en Bruselas hizo otra muestra de sus grabados.
Estos momentos de gloria son compartidos con sus frecuentes visitas a Toledo, preámbulo de la elaboración de un lienzo, «La Adoración de la Cruz», destinado a ser exhibido en la capilla del Baptisterio de la Catedral Primada. El cuadro representa a todo el cabildo catedralicio y gran parte de la clerecía procesionando para prosternarse ante una cruz monumental que se alza frente a una visión panorámica de la ciudad.
Su presentación tuvo lugar el 21 abril de 1935, coincidiendo con la restauración de la citada capilla, acto que contó con la presencia del cardenal Gomá y del entonces ministro de Instrucción Pública, Ramón Prieto Bancés, quien aprovechó su estancia en Toledo para inaugurar en el Hospital de Santa Cruz las nuevas instalaciones del Museo Arqueológico Provincial y del Archivo Histórico Provincial. La jornada concluyó con una cena homenaje a Rovinsky en el Hotel Imperial, presidida por el alcalde Justo García.
Este cuadro, reproducido en una litografía con motivo del tal inauguración, fue uno de los elegidos por el crítico de arte Jesús Cobo, como representativos de la imagen de Toledo en su artículo «Diez visiones de Toledo», publicado en la revista «Archivo Secreto».
Junto al grabador ruso, la selección incluía a figuras como Beruete, Sorolla, Diego Rivera, Zuloaga, Benjamín Palencia o Canogar. De nuestro protagonista, Cobo decía que su estética en esos años anticipaba planteamientos que superaban o trascendían la realidad.
Junto al grabador ruso, la selección incluía a figuras como Beruete, Sorolla, Diego Rivera, Zuloaga, Benjamín Palencia o Canogar. De nuestro protagonista, Cobo decía que su estética en esos años anticipaba planteamientos que superaban o trascendían la realidad.
Meses después de la inauguración de esta obra, Rovinsky realizó una gira por Estados Unidos, recalando en Toledo-Ohio, donde expuso sus cuadros en el hotel Commodore Perry. También pronunció una conferencia sobre nuestro país en la Universidad de Columbia. Al dar cuenta de esta estancia en aquellas tierras, en las páginas de «El Castellano» se adelantaba que en el próximo verano, el artista ruso pasaría una nueva temporada en Toledo.
El inicio de la guerra civil se lo impidió. Semejante tragedia también interrumpió sus colaboraciones en la revista mensual «Mundial», dedicada a las artes, la decoración, la moda y los espectáculos, de la que solamente se publicaron cuatro números, contando con ilustraciones suyas.
A la edad de cincuenta años, Sergéi Rovinsky falleció en París en 1945. Con motivo de su muerte, el cronista Clemente Palencia escribió que para el artista ruso, Toledo fue «su mayor consuelo y sedante en el dolor».
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