sábado, 5 de julio de 2014

Callejones robados de Toledo

Un largo itinerario que nos narra la transformación viaria de esta ciudad y las huellas que se conservan
M.P.

Toledo ha sufrido numerosos cambios en su fisonomía a lo largo de la Historia. Las diferentes culturas que se asentaron en nuestras colinas entendieron de maneras distintas el concepto de «urbe»; las modificaciones del entramado callejero fueron motivadas por aspectos muy variados –y en algunos casos, circunstanciales– que, durante generaciones, fueron conformando la ciudad que hoy conocemos. Vemos, así, cómo hay partes que se han mantenido casi invariables en el transcurso de los siglos, y otras que serían irreconocibles para los habitantes de hace tan solo cien años.

Uno de los fenómenos más curiosos en torno a los cambios registrados en el caótico orden de arterias, venas y capilares del anciano cuerpo de nuestra ciudad, es el de las calles robadas y desaparecidas, algo todavía poco estudiado y sin cuantificar hoy en día.

Desde la Edad Media, se conocen casos de transformaciones viarias que fueron produciéndose a causa de incendios y nuevas construcciones, pero este asunto en concreto se desarrolla con más fuerza después de la época imperial, es decir, hacia finales del siglo XVI. Fue entonces cuando los veinticuatro conventos femeninos y dieciocho masculinos que había en Toledo comenzaron a crecer de forma desmesurada. El enorme caudal de rentas, diezmos y encomiendas que poseían distribuidos por toda España, y el ser –muchos de ellos– cabeza de su orden, los hizo ricos y poderosos. Unido a esto, el hecho de que gran parte del suelo toledano perteneciera al Arzobispado, les permitió ocupar manzanas gigantescas de esta ciudad.

Placa en el callejón de San Vicente

A partir de 1561, con la entrada en decadencia de Toledo al perder su capitalidad, la población disminuye rápidamente, y llegamos a un momento en el que cerca de la cuarta parte de los toledanos eran religiosos.

En los doscientos años posteriores, y aprovechando épocas de desgobierno, guerras y abandonos, los conventos toledanos y algunos particulares ocupan, en la mayoría de los casos ilegalmente, entre setenta y noventa calles de la ciudad.

Los Consistorios de entonces poco o nada podían hacer para evitar esto. Empobrecidos y faltos de personal, en unos tiempos en que el ejército español aún era poderoso pero las ciudades languidecían por las sangrías constantes de las guerras y la emigración, los Ayuntamientos se encontraban indefensos antes estas apropiaciones indebidas. Baste decir que el censo de alguaciles de Madrid, capital del Imperio, en 1630 no sobrepasaba los cuarenta y tres efectivos.

Calle del Locum

Aun así, en Toledo, en las contadas ocasiones en que se consiguió revertir estas situaciones y recuperar alguna calle, la municipalidad tomó la curiosa medida de colocar en esa vía pública una placa que avisaba de ello con el siguiente texto: esta calle es de Toledo. Solo tres de ellas –si es que hubo más– se conservan: la del final de la calle del Barco, fechada en 1644 y colocada, en este caso, en el exterior de un callejón que el convento de Benitas se intentó apropiar en su día; aunque el Ayuntamiento lo impidió en un primer momento, años después le concedió permiso para ocuparlo y, no sabemos si con sorna, la placa fue situada en su exterior. Una segunda, en el callejón de Nuncio Viejo; que también sufrió un intento de ocupación. 

Y por último, la del callejón de San Vicente, privatizado a finales del XVIII por el párroco de dicha iglesia tras su apertura, al demolerse la cárcel inquisitorial y construir la universidad el cardenal Lorenzana. El sacerdote colocó unas rejas en ambos extremos impidiendo el paso a los vecinos; estos presentaron queja formal al Ayuntamiento, que exigió al sacerdote la entrega de las llaves. El cura se negó aduciendo que eran propiedad de la iglesia, pero pensándoselo mejor, contestó que, en vista de la petición, iba a dejar el paso abierto. Y así lo hemos conocido en los últimos dos siglos, acompañado de la interesante placa.


Callejón de San Ginés

Sin embargo, son muchas más las calles que no se recuperaron y hoy podemos descubrirlas claramente al observar las diferencias entre la construcción original frente a la posterior edificación que aprovechó el espacio robado.

Los autores que más concienzudamente han estudiado el trazado viario toledano y sus modificaciones son Jean Passini, con sus trabajos relativos al Medievo, y Julio Porres, con su Historia de las calles de Toledo. Ambos nos mencionan muchos de estos cambios; otros, los podemos encontrar comparando los planos antiguos de la ciudad: desde el primero, realizado por El Greco en 1610, hasta el de José Reinoso de 1882, pasando por la panorámica de Arroyo Palomeque (1720) y el de Maximiano Hijón (1858).

En ellos vemos calles y callejones que aparecen reflejados en unos y que han desaparecido en otros. Son de reseñar los cuatro de la calle de la Plata y los tres de la del Locum. Pero tenemos, además, en la calle San Ginés, en Hombre de Palo el callejón del Fraile, en Núñez de Arce, Cuesta de Carmelitos, Santo Domingo, Tendillas, Sierpe, Pozo Amargo, San Pedro Mártir... También, el famoso de la Lamparilla (hoy, Hotel Domus) llamado popularmentecallejón de la Bragueta por el uso inmundo que se le daba.

En definitiva, un largo itinerario que nos narra la transformación viaria de esta ciudad y las huellas qu
e se conservan aún de ella.
Día 30/11/2013 - 19.03h

POR MANUEL PALENCIA@PALENCIATOLEDO / TOLEDO

Manuel Palencia, escritor e historiador: Presidente de la Asociación Cultural «Cuéntame Toledo»
Fuente: http://www.abc.es/toledo/ciudad/20131121/abci-callejones-robados-201311212100.html

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