Cervantes honra en el capítulo IX con el mejor de los homenajes a la ciudad de Toledo, donde siempre se sintió bien acogido
ANA PÉREZ HERRERA
Estatua de Cervantes en el Arco de la Sangre (Toledo)
Cervantes rindió tributo de admiración a Toledo en varias de sus obras, pero el que podemos considerar su gran homenaje toledanista consistió en dedicarle, prácticamente íntegro, el capítulo IX de El Quijote, donde Toledo aparece como el escenario del hallazgo del manuscrito de Cidi Hamete Benengeli, origen idealizado de las aventuras del Ingenioso Hidalgo.
Si bien Cervantes no quiso desvelarnos dónde nació Don Quijote («porque todas las ciudades de la Mancha contendieran por ahijársele y tenerle como suyo»), en cambio fue muy explícito al proclamar que la historia del Ingenioso Hidalgo nació en Toledo: «Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero (…) luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote».
La inclusión del capítulo IX supone el comienzo de la Segunda Parte del Quijote, de las cuatro en que Cervantes dividió la totalidad de la novela. Según la opinión de la crítica, Cervantes debió de escribir una versión primitiva del Quijote en forma de novela corta en la cárcel de Sevilla, que probablemente terminaba con la quema de los libros a cargo de su ama y su sobrina, el cura y el barbero.
Estos personajes, basados en persona reales de Esquivias, como asimismo el trasunto real del Quijote, Don Alonso Quijada de Salazar, formaban el entorno familiar al que Cervantes se incorpora al volver a Esquivias tras los cinco o seis meses de encierro sevillano. En este periodo, Cervantes reanuda sus contactos con Toledo por motivos económicos y familiares, y aprovechará sus viajes a la Ciudad Imperial para departir con amigos y colegas literatos como José de Valdivielso o Lope de Vega, entre otros.
Es de suponer que algo tiene que ver con este gozoso contacto de Cervantes con Toledo la inserción del «capítulo toledano del Quijote», y tal vez su manera abrupta de hacerlo nos está indicando que se produjo poco después de haber redactado la escena de la lucha de Don Quijote con el vizcaíno.
Como es sabido, al final del capítulo octavo, cuando el vizcaíno y don Quijote alzan furiosamente sus espadas, la narración se detiene, los combatientes quedan paralizados, y la voz de un desconocido narrador-editor nos informa que la historia se interrumpe porque «el autor de esta historia (…) no halló más escrito de estas hazañas». Es como si el lienzo donde contemplábamos el lance entre Don Quijote y el vizcaíno se desgarrase de pronto para dejarse injertar por la estampa de un Toledo que surge con aire de epifanía.
Para el hallazgo del manuscrito de Benengeli, Cervantes elige el Alcaná de Toledo, el corazón populoso y comercial de la ciudad, y no es la suya una elección arbitraria, sino que pretende parodiar a las novelas de caballería, cuyos manuscritos son casi siempre encontrados fortuitamente tras permanecer largo tiempo ocultos o perdidos, estando sus textos pergeñados en griego, caldeo, latín o árabe, por sabios nigromantes, para cuya traducción se requieren expertos trujimanes.
Pero hay una novela con la que, sorprendentemente, el relato del hallazgo del Alcaná guarda una especial similitud: el «Parsifal» de Wolfram von Eschenbach (ca.1170-ca.1220), novela basada, según dice novelescamente su autor, en un texto hallado en Toledo, escrito por un sabio arabo-judío llamado Flegetanis, en el que se cuenta la historia del Grial.
Algunos cervantistas opinan que no parece probable que Cervantes hubiera leído la leyenda del Grial de Eschenbach, pero lo cierto es que se advierte una evidente·similitud entre la manera como Cervantes narra el hallazgo del manuscrito del Quijote y el modo como Wolfram Von Eschenbach encuentra el suyo del Grial. Según el autor alemán,un famoso maestro llamado Kyot encontró en Toledo, entre unos manuscritos abandonados, la leyenda del Grial escrita en caracteres árabes por un sabio árabe-judío llamado Flegetanis.
El paralelismo, como se ve, resulta asombroso: Un autor llamado Kyot=Cervantes encuentra en Toledo=Alcaná un manuscrito=cartapacio de papeles viejos, escrito por un sabio árabe llamado Flegetanis=Benengeli en el que se cuenta la historia de Parsifal=Don Quijote.
El escenario elegido por Cervantes es una tienda de seda, que sería como todas las del Alcana, minúscula y abarrotada hasta el exceso, en la que comparten un mínimo espacio el sedero, el narrador y un muchacho anónimo que viene a vender papeles usados para, probablemente, servir de envoltorio a la delicada mercancía. Parece como si Cervantes pretendiera cargar las tintas en el tipismo toledano al ubicar la acción en una sedería, establecimiento característico por excelencia en una ciudad como Toledo cuya base económica lo constituía la industria de la seda.
Al lector no se le escapa que resultaría más congruente el escenario de una librería para el hallazgo de un viejo manuscrito; pero al ubicar la escena en la tienda de un sedero Cervantes añadía al relato un plus identitario equivalente a una postal de concentrado tipismo.
Como el manuscrito de Benengeli está escrito en lengua arábiga, el narrador busca a un traductor aljamiado, «y no fue muy dificultoso hallar interprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua le hallara». Los miles de moriscos que poblaban las calles de Toledo constituían otro de los tipismos de la ciudad, de manera que Cervantes tomó para colorear su cuadro toledano a un ejemplar representativo, en funciones de traductor aljamiado.
A continuación, Cervantes quiso incluir el icono más emblemático de Toledo, la Catedral Primada, sin la cual ningún cuadro de Toledo podría considerarse completo, y para ello hace que el narrador conduzca al morisco traductor al claustro catedralicio, donde negocian la traducción del libro por dos fanegas de trigo y dos arrobas de pasas.
Pero aún faltaba un detalle para que el retablo toledanista quedara completo, a gusto de Cervantes: era aparecer él mismo como personaje toledano. Y, así, el narrador-editor, o sea, Cervantes, relata que la traducción se lleva a cabo en su propia casa, donde el morisco la realiza en poco más de mes y medio. ¿Por qué en su casa?, podemos preguntarnos. ¿Es que acaso el morisco no dispondría de la suya? De nuevo nos toca interpretar que Cervantes fuerza el sentido común para poder proclamar que él tenía casa en la ciudad y que era, por tanto, vecino de Toledo.
Hoy sabemos que Cervantes tenía su casa toledana en la plaza de los Tintes, y, según podemos deducir por la lectura del capítulo IX, tenía interés en hacer constar en su novela que, como vecino de Toledo, el narrador-editor (osea, él) era también toledano.
Otros espacios toledanos se mencionarán más adelante en el transcurso de las aventuras de Don Quijote, como Zocodover,las Tendillas, las Ventillas o el Nuncio Viejo, pero en absoluto alcanzan el valor emblemático que los tres escenarios del capítulo IX —Alcaná, Catedral, Plaza de los Tintes—, que merecen el título de«triángulo germinal de El Quijote»; al menos, de El Quijote de Cidi Hamente Benegeli, el que comienza en el Capitulo IX y acaba con la muerte de Don Quijote.
Cuando Cervantes termina su «homenaje a Toledo», todavía tiene a Don Quijote y al Vizcaíno con las espadas en alto. El roto del lienzo junta sus bordes y el relato prosigue como si nada hubiera ocurrido. Pero sí ha ocurrido algo importante, al menos para Toledo: Cervantes ha honrado con el mejor de los homenajes a la ciudad en la que siempre se sitió bien acogido y por la que sintió el mayor de los aprecios.
Autor de artículo : Mariano Calvo
Día 30/04/2014 - 23.24h
Fuente: http://www.abc.es/toledo/20140430/abci-siitio-cervantes-mariano-calvo-201404302254.html
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