viernes, 11 de septiembre de 2015

Las Sinagogas en el Toledo judío

El Toledo judío 

De las doce sinagogas existentes en Toledo a comienzos del siglo XV solo nos restan dos, las conocidas paradójicamente con los nombres de Santa María la Blanca y Nuestra Señora del Tránsito, construcciones que nos trasladan fundamentalmente a los siglos XIII y XIV, fecha de su construcción. 

Este elevado número de templos judíos en el Toledo bajomedieval nos indica que la población hebrea era, por entonces, numerosa, aunque sea difícil cuantificar su n˙mero con exactitud Porres Martín-Cleto.

Como es sabido, la población toledana a partir de la reconquista de la ciudad estaba integrada por gentes de las tres grandes religiones monoteistas, cristianos, judios y musulmanes. Pero la disparidad de la sociedad de Toledo era más acusada porque cada uno de esos grupos carecía de homogeneidad.

 A pesar de todo ello existió una convivencia que se ha considerado en cierto modo modélica. Contribuyó a ella la actitud de ciertos monarcas y el comportamiento de la Iglesia toledana. En cambio el pueblo fue más intolerante con respecto a la población judÌa. 

La población cristiana estaba integrada por tres colectivos. En primer lugar los mozárabes o cristianos viejos que, a lo largo de generaciones, desde 711 a 1085, habían vividos sometidos a la dominación musulmana, conservando su fe, pero a la vez inmersos en la cultura, el idioma y las costumbres musulmanas. Gran cantidad de mozárabes, a lo largo de los siglos XII y XIII, mucho después de la Reconquista, seguÌan llevando nombres musulmanes e, incluso, sus documentos notariales seguían redactándose en árabe.

Por otra parte estaba la población cristiana foránea, instalada en la ciudad a partir de Alfonso VI: castellanos, leoneses, gallegos, etc. Población que, a su vez, tampoco fue siempre homogénea, debido a la separación de León y Castilla a partir del testamento de Alfonso VII que no verÌa su fin hasta el reinado de Fernando III (1217-1252), rey de León por la herencia paterna Alfonso IX y rey de Castilla por la herencia materna doña Berenguela la Grande, primogénita de Alfonso VIII. 

Esa disparidad se había concretado ya en las luchas entre los Castro y los Lara en la minorÌa de edad de Alfonso VIII. Por otro lado hay que contar también con la población franca, ligada estrechamente, en su origen, a la Borgoña cluniacense, rectora espiritual de los toledanos desde la silla primada. 

Al restablecer Urbano II dicha silla en Toledo (1086) el rito mozárabe fue sustituido por el latino y la clerecÌa mozárabe quedó de momento postergada. Esta situación se mantuvo hasta fines del siglo XIII, Època en la que es designado arzobispo don Gonzalo Pétrez Gudiel (m. 1299), miembro de uno de los más importantes linajes mozárabes de la ciudad. 

Recordemos que los primeros arzobispos fueron francos, Bernardo de Sedirac, Raimundo de Sauvetat iniciador de la famosa Escuela de Traductores, Juan de Castellmorum y Cerebruno de Poitiers (m. 1180), y que en el centro de la ciudad, cerca de la Iglesia de Santa María la Catedral, estaba el llamado barrio de los francos, testimonio de que el numero de estos era también importante. 

Un barrio, por otra parte, de cambistas, contiguo al de las alcaicerías, donde se vendían las mejores sedas, y eminentemente comercial, en el que los judíos tenían numerosas tiendas. Zona que en buena parte desapareció al construirse, a fines del siglo XIV, el claustro catedralicio que hoy admiramos, por iniciativa del arzobispo don Pedro Tenorio (m.1399), quien construyó allí su capilla funeraria, puesta bajo la advocación de San Blas. 

Sabemos por la documentación que en el llamado arrabal de los francos tuvieron un mesón don Lamberton el francés y su hermano Domingo, situado cerca de la mezquita de los musulmanes, posiblemente la de las TornerÌas. 

Finalmente estaba la población mudejar "mudaggan", integrada por los musulmanes toledanos sometidos, descendientes de los invasores del 711, si bien no hay que olvidar la emigración de los mismos tras la reconquista de Toledo y, por otra parte, la inmigración posterior de población andalusÌ musulmana que, debido a ciertas circunstancias polÌticas acaecidas en Al-Andalus, buscó refugio posteriormente en la ciudad. 

El protagonismo social de este núcleo de población mudéjar en el Toledo bajomedieval fue, sin duda, inferior a la de los otros grupos citados, aunque su lengua siguiera  utilizándose habitualmente, como hemos dicho, entre los mozárabes, en muchos casos de nombre arabe. Esta población mudéjar toledana que, a diferencia de los hebreos, no vivía marginada en barrios aislados, no ha sido estudiada aún sistemáticamente, aunque sus nombres aparezcan en diversos documentos relativos a la compraventa de propiedades urbanas y rústicas, tasando, como alarifes, ciertas obras arquitectónicas y, asimismo, desempeñando diversos oficios, entre ellos el de alfarero. 

Contamos con datos interesantes al respecto. Por ejemplo, sabemos que en 1403, dos alarifes moros, Ali Aparicio y Abadía, hijo del maestro Ali el Moro, valoraron las casas principales construidas por Fernán Alvarez de Toledo, señor de Higares, y su esposa, Teresa de Ayala. Estas casas aparecen en los documentos con el nombre de la casa genenalralmente llamada Palacio del rey don Pedro, con motivo del pleito entre la citada Teresa y su hermana Inés de Ayala, hijas ambas de Pero Suarez de Toledo y nietas de Diego Gómez e Inés de Ayala, la que fuera famosa propietaria de las alcaicerías. 

Igualmente el maestro Alí testifica en la herencia de las llamadas casas de San Román, propiedad a la sazón de los Alvarez de Toledo 1406. Hubo moros con propiedades urbanas. Abdalla el Sarco tenía una casa en la colación de San Vicente, contigua a la plaza do juzgan los alcaldes, lindante con las casas principales de doña MarÌa Meléndez, esposa del famoso alguacil-alcalde Suer Téllez de Meneses, heredadas de su padre, y donde, al enviudar, fundó el Monasterio de Santa Clara, lindante también con casas de Rodríguez de Viedma y Mencía de Orozco. 

Sabemos igualmente que Yucaf el especiero, hijo de Albdalla el Sarco, y su mujer Xanci, hija del alfaquí Xarafi, moros moradores de Toledo, venden unas casas a doña Teresa de Ayala, priora de Santo Domingo el Real (m. 1426), contiguas al citado monasterio. Es interesante también la referencia documental a esclavos moros "maml uck" pertenecientes a los principales linajes de la ciudad. Don Gonzalo Alfón Cervatos y su mujer Sancha DÌaz, pertenecientes a dos importantes linajes mozárabes, tenían unos esclavos morenos, llamados Abrahem, moro, y David b. Sulaiman, MartÌn y Ahmed el Herrero, cuyas esposas Aixa, Marina y Onza, hija del albañil Said el de Orihuela, prestan fianza por si sus maridos huyen. 

Incluso el arzobispo don Gutierre Gómez de Toledo (1310-1319), hermano del conocido Fernán Gómez, propietario de las casas de San Antolín y cuya lápida se conserva en el coro de Santa Isabel de los Reyes, tuvo uno de esos esclavos, llamado Mahmad, casado con Aixa hija de Mariota, y nieta de Cacim el Pergaminero. 

Según documento del Instituto de Valencia de Don Juan, Aixa y Mariota se hicieron fiadoras del citado moro, comprometiéndose, en caso de que éste huyera del poder del arzobispo, a devolverlo vivo o muerto y en caso de no cumplirlo se obligaban a pechar 1500 mrs y si no los pagaban a entrar en prisión. Esta es una fórmula habitual en diversos documentos del Toledo bajomedieval. 

Con esta población toledana, tan variopinta, convivieron los judíos, confinados en dos barrios, el llamado Barrionuevo, orientado al suroeste, y el denominado Alcaná·, próximo a la Iglesia de Santa MarÌa, zonas en la que construyeron hasta doce sinagogas que sepamos.

La juderÌa por antonomasia fue la primera, la de Barrionuevo, llamada por los musulmanes Medina al-Yahudî, que llegó a extenderse desde la Alacava y el entorno de la desaparecida iglesia de San MartÌn situada en tiempos entre el actual monasterio de San Juan de los Reyes y la Puerta del Cambrón hasta las actuales calles de los Reyes Católicos y del Angel, donde estaba el arco de los JudÌos, restaurado hace poco tiempo, hasta llegar a Santo Tomé y a San Román. 

En esa zona, en la calle llamada hoy de los Reyes Católicos, es donde se alzan todavía las dos únicas sinagogas conservadas, Santa María la Blanca y Nuestra Señora del Tránsito y es posible que estuviera también una tercera, la del Sofer -Passiniñ- contigua al lugar donde hoy se alza San Juan de los Reyes. 

Es inevitable la comparación. ¿Cuantas eran por entonces las mezquitas existentes, aunque, por supuesto, sin posibilidad de culto? 

Tenemos constancia de dos, la de Bib al Mardún, llamada hoy del Cristo de la Luz, de época califal, a la que se añadió un ábside mudéjar a fines del siglo XII, y la llamada de las TorneríÌas, de época taifa. Las demás desaparecerían con la Reconquista quedando convertidas en muchos casos en parroquias latinas después de ser reconstruidas en estilo mudéjar.

Cuantas eran las parroquias de los mozárabes, las de los cristianos viejos? Seis: Santa Justa y Rufina, Santa Eulalia, San Sebastián, San Marcos, San Lucas y San Torcuato. Según esto cabe pensar que el colectivo mozárabe era inferior en número al de la población judía. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, curiosamente, no todos los linajes mozárabes eran feligreses de las parroquias mozárabes. No pertenecÌan a ellas, por ejemplo, ni los Illán, ni los ben Furón, feligreses respectivamente de San Román y de Santa Leocadia de dentro de Toledo, parroquias latinas. 

Mucho mas numerosas fueron, por el contrario, estas últimas, contabilizadas por Parro, construidas a partir del siglo XII. Su número indica que por esa época Toledo estaba habitado preferentemente por cristianos afincados allí a partir de la Reconquista. Esa inmigración, que se concretó en numerosos matrimonios mixtos, entre los recien llegados y las toledanas mozárabes, entre ellos el de Suero Téllez de Meneses y doña María Meléndez, por ejemplo, continuaría en siglos posteriores. 

Recordemos a los Ayala y a los Silva que, a fines de la Edad Media y comienzos del siglo XVI, fueron los protagonistas, siempre enfrentados, en el gobierno de la ciudad. Sin embargo, esos inmigrantes procedentes del norte, no fueron capaces de introducir en Toledo ni el estilo románico ni el cisterciense. Como tampoco lo fueron los primeros arzobispos citados, tan ligados a la reforma de Cluny y, por lo tanto, a la aparición del románico. 

Estas parroquias latinas, datables a partir del siglo XII, se construyeron, como las mozárabes, en estilo mudéjar, demostrando que, desde el punto de vista estético, Toledo seguía marcado por Al-Andalus, si bien creando un estilo peculiar, integrado no sólo por vivencias del pasado califal y taifa, sino también por las innovaciones almorávides, almohades y nazaríes que fueron reelaborando. 

La marginada ciudadanía mudéjar toledana acabó, pues, imponiéndose desde el punto de vista artístico, como en una venganza soterrada, en una ciudad que era, nada menos, que la sede del primado. Y hasta consiguió infiltrarse sutilmente en la Catedral como demuestran la arquería polilobulada de la cabecera y el sepulcro de Fernando Gudiel. 

Es cierto que no todas las obras que consideramos de estilo mudéjar fueron realizadas por mudéjares, ya que intervinieron alarifes cristianos también, pero éstos, desde el punto de vista estético, habían sido captados por el mudejarismo y demostraron en sus obras que estaban al tanto de las corrientes estéticas de Al-Andalus, constantemente renovadas, que ellos iban asumiendo e interpretando de inmediato. 

El estilo gótico de la Catedral, que se seguía construyendo, era un intruso que no tendría eco en Toledo hasta la Època de los Reyes Católicos con el estilo llamado hispanoflamenco, en el que, por otra parte, se aceptan elementos mudéjares, como se percibe en San Juan de los Reyes. 

La claudicación de la población hebrea ante el empuje del arte mudéjar era también inevitable y más comprensible aún, si cabe, porque los judÌos nunca tuvieron un estilo arquitectónico propio, haciendo suyas las corrientes estéticas imperantes en el donde y en el cuando. 

Ya en el siglo XII, Yehuda al-Harizi en su Tahkemoni se admiraba por el número y la belleza de las sinagogas toledanas -Cantera Burgos-. Dichas sinagogas que, en principio, admiramos por su belleza -impresión -presque feerique- que dijera Lambert, constituyen una fuente histórica importante ya que, especialmente a través de su decoración, son a modo de un libro abierto a través del cual, mediante una labor paciente de análisis, podemos constatar las tradiciones y las sucesivas novedades que fueron concretándose en el preciosismo de las abigarradas yeserÌas, mudas para aquel que no conozca en detalle el arte medieval de Oriente y de Occidente que, a pesar del enfrentamiento secular, se fusionaron de forma admirable en Toledo, engendrando una modalidad artÌstica nueva. 

Con la citada población cristiana y mudéjar convivió, por lo tanto, una importante comunidad judía capaz de construir numerosas sinagogas, y que, a pesar de ciertos momentos duros de fricción, como el pogrom de 1391, siguió en Toledo hasta su expulsión, decretada por los Reyes Católicos el 31 de marzo de 1492. 

Balbina Caviró MartÌnez 
Correspondiente 
http://www.realacademiatoledo.es/files/toletum/0101/15.pdf

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