miércoles, 26 de febrero de 2020

1904: Detención en el Rastro Madrileño de los últimos «Juanillones»

Patrocinio Polo y Joaquín Carbonell, considerados los últimos “Juanillones” (Foto, “Museo Criminal”, 1904)
Patrocinio Polo y Joaquín Carbonell, considerados los últimos “Juanillones” (Foto, “Museo Criminal”, 1904)

Conocidas sus andanzas, la Guardia Civil de Toledo dispuso en 1900 que todas las fuerzas se movilizasen para capturar a Patrocinio y su banda

Enrique SÁNCHEZ LUBIÁN
TOLEDO Actualizado:11/02/2020 19:08h

De entre las diferentes partidas de bandidos que en el último tercio del siglo XIX atemorizaron a los vecinos de las provincias de Toledo y Ciudad Real, destacan los famosos «Juanillones», de cuyas andanzas ya hemos dado referencias en estos «Esbozos»

La popularidad de esta partida fue tal que hasta Benito Pérez Galdós, en su «Ángel Guerra» los mencionó, al incluir entre sus miembros al padrastro de Leré, la protagonista de tan imprescindible novela toledana. Hoy nos hacemos eco de la detención en Madrid de Patrocinio Polo Carrasco, natural de Urda, y Joaquín Carbonell Martín, natural de Orgaz, considerados como los últimos «Juanillones».





El ocho de enero de 1894, Patrocinio Polo Carrasco se fugó de la cárcel toledana en compañía de otro recluso, Zacarías Nieto Rey, natural de Consuegra. Llevaba veinticinco meses recluido cumpliendo condena por robo. Los fugados se escabulleron en la zona de los Montes de Toledo, parajes bien conocidos por ellos y donde desde tiempo atrás habían encontrado refugio varias partidas de bandoleros.

Para su detención, Natalio Gumiel y Morago, juez de instrucción de Toledo, dictó la correspondiente orden de busca y captura, describiendo así el aspecto físico de Patrocinio, casado, jornalero y de veintiocho años de edad: pelo negro, ojos pardos, nariz y boca regulares, cara redonda, barba cerrada, color moreno y medía un metro y 680 milímetros.

En búsqueda de los huidos se movilizaron las comandancias de Toledo y Ciudad Real de la Guardia Civil. Unas semanas después, al mando del teniente coronel José Oliver y Vidal, quien años atrás había participado activamente en la detención de algunos miembros de la agrupación anarquista «La Mano Negra» en la provincia de Cádiz, los miembros de la Benemérita consiguieron detener a Zacarías.

Decaído en su ánimo, pasado unos meses, Patrocinio se entregó a las autoridades para concluir su condena en la prisión toledana. Durante un tiempo, su presencia había atemorizado a las localidades monteñas. En enero de 1895, desde las páginas del semanario «El Labriego», editado en Ciudad Real, se advertía de su presencia en aquellos entornos, acompañado de un tal Manuel Sánchez (a) «El Carlista». 

Ambos, se indicaba, vestían trajes propios de campesinos, con abarcas, polainas de cuero y mantas de cuadros. Llevaban escopetas de dos cañones y largos cuchillos de monte.

Ingresado en las dependencias carcelarias del antiguo convento de San Gil, el bandido urdeño recibió la visita de un redactor de «El Liberal», quien mantuvo con él un breve encuentro, gracias a la amabilidad del alcaide del penal José Quintans.

Patrocinio le confesó que se había escapado de la prisión «por una manía que se le ocurrió». Contó que dos hermanos suyos, llamados también «Los Juanillones», murieron, uno de ellos luchando con un guarda y el otro con un enfrentamiento con la Guardia Civil. Negó tener relación con los «verdaderos Juanillones», ajusticiados en el Paseo del Tránsito de Toledo en 1882, quienes eran naturales de la localidad ciudadrealeña de Fuente el Fresno, mientras que él y sus hermanos lo eran de Urda.

En su breve crónica telegráfica, Laorga, que así firmaba el gacetillero, no olvidó relatar que Patrocinio vestía un terno de pana color aceituna, botas nuevas, un buen pañuelo de seda al cuello, cubriendo su cabeza con una boina de rayas azules, blancas y negras.

Tres años después de mantener este encuentro con el redactor de «El Liberal», Patrocinio recibió una buena noticia. 

El veintisiete de febrero de 1899, la reina regente, María Cristina, firmó un real decreto por el que, dado que ya había cumplido la mitad de la condena que le fue impuesta por robo, su buena conducta en presidio, que se hubiera entregado voluntariamente a las autoridades y habiendo mostrado «sincero arrepentimiento», se le conmutaba la pena de ocho años por la de destierro a veinticinco kilómetros del lugar donde cometió su delito. La misma gracia fue concedida a otros tres reclusos: Luis Nieto, Francisco Arribas y Pedro Martín.

Ya en la calle, aquello del «sincero arrepentimiento» alegado en la petición de indulto quedó en agua de borrajas. Junto a un ex compañero de presidio, Joaquín Carbonell Martín (a) «Ganyón», Baldomero Alonso, natural de Toledo, y Lucio Pérez Aparicio, de Bargas, conformaron una nueva banda.

El primero de sus golpes lo dieron en la noche del 20 de enero en una taberna de Burguillos propiedad de Mariano Pérez Redondo, a quien robaron doce pesetas. Para evitarse problemas, el cantinero no denunció los hechos ni dijo nada a nadie hasta pasados unos días.

En la tarde del 30 de enero de 1900, en el camino de Toledo a Orgaz, a su paso por el término municipal de Nambroca, Patrocinio y su gente acometieron a un comerciante de aceites que llevaba una respetable cantidad de dinero, apuntándole con una escopeta y ordenándole que se detuviera. En vez de arrendarse ante la amenaza, el asaltado picó espuelas a su caballo, consiguiendo ponerse, en pocos momentos, lejos del alcance de los bandidos.

Peor suerte tuvo un vendedor de gallinas que acompañaba al comerciante de aceites, quien montado en un burro no pudo huir. Patrocinio y sus compañeros lo maniataron, le registraron y le quitaron diez pesetas que llevaba.

Conocidas sus andanzas, el teniente coronel Manuel de Hazañas, primer jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Toledo, dispuso que todas las fuerzas de la capital, incluso los que prestaban servicio de escribientes, se movilizasen para intentar capturar a Patrocinio y su banda. 

Al mando del teniente Camilo Lillo se vigilaron los caminos durante la noche hasta el amanecer, intentando que los bandidos, quienes llevaban días si volver a sus casas, se dirigiesen a la zona de los montes para esconderse allí.

Las pesquisas dieron su fruto. Los agentes de la Benemérita supieron que en la noche del 6 de febrero Patrocinio y Joaquín habían sido vistos en la carretera de Madrid con dirección a la corte, posiblemente con la intención de perpetrar allí algún robo. El sargento de caballería Joaquín Mendoza y una pareja montada emprendieron su persecución hasta que en Getafe supieron que los bandidos habían tomado el tren para la capital.





Semejante contrariedad no hizo mella en las indagaciones para localizarlos. En Toledo y Bargas la vigilancia sobre los otros dos miembros de la banda continuó, lográndose su detención en pocos días. El teniente coronel De Hazañas también supo que un guardia del puesto de Illescas, José Fernández Vega, había servido en artillería con Patrocinio en Madrid, por lo que podría saber qué lugares solía frecuentar éste en la capital. Por telegrama le convocaron para que se presentase en la comandancia de Toledo y junto al sargento Mendoza y otros dos números se trasladaron a Madrid con la orden de buscarles y capturarles.

Tras muchas investigaciones, el once de febrero fueron localizados en un café de la plaza de entrada al Rastro, hoy conocida con el popular nombre de Cascorro.Plaza de Cascorro, entrada al popular “Rastro” madrileño, donde fueron detenidos los bandidos por miembros de la Guardia Civill

Aunque Carbonell fue detenido con rapidez, Patrocinio opuso fuerte resistencia, logrando escabullirse en un primer momento. Tras él salió el guardia Fernández Vega, quien le alcanzó pocos metros más allá, cogiéndole del cuello y de la cintura. Durante el forcejeo a brazo partido, el «Juanillón» sacó un revólver apuntando al agente, consiguiendo evitar éste que lo montase y disparara contra él. La llegada del sargento terminó por reducir al bandido.

Además del arma de fuego, a los detenidos se les incautaron varias llaves y pasta para sacar moldes de las cerraduras.

Trasladados a Toledo, en octubre de 1900 fueron condenados por la Audiencia Provincial a ocho años de presidio mayor, siendo confinados en el penal de Ocaña.

Esta nueva pena impuesta a Patrocinio fue otro epígrafe más en su historial delictivo. Pasado un tiempo, en marzo de 1913, los vecinos de aquellos pueblos de Toledo y Ciudad Real que tan atemorizados habían estado con sus andanzas, conocieron para su tranquilidad la noticia de que a la edad de cincuenta años, a causa de una caquexia palúdica, el último «Juanillón» había fallecido en la prisión valenciana de San Miguel de los Reyes.

Reclusos en el patio de la cárcel valenciana de San Miguel de los Reyes, donde en 1913, a la edad de cincuenta años, falleció Patrocinio Polo (Foto, José María Cabedo, Archivo «ABC»

Enrique SÁNCHEZ LUBIÁN

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