martes, 4 de febrero de 2020

Emboscada mortal contra la Guardia de Asalto en Toledo en 1932

Unas protestas sindicales derivaron en disturbios y enfrentamientos con las fuerzas de orden público, que dejaron dos muertos y varios heridos; estos hechos que coparon las primeras páginas de los diarios nacionales

Desde las ventanas del edificio en construcción de la Escuela Normal de Maestras se abrió fuego contra el convoy de la Guardia de Asalto (Foto Díaz Casariego)

ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN
TOLEDO Actualizado:03/12/2019 13:30h

El lunes siete de marzo de 1932, a las diez de la mañana, centenares de obreros iniciaron una huelga en Toledo. Habían sido emplazados por la Unión de Sindicatos Locales para protestar ante la falta de iniciativas para paliar la crisis de trabajo existente en la ciudad.

 La convocatoria no estaba refrendada por la Casa del Pueblo ni por las sociedades obreras en la misma. Las movilizaciones derivaron en disturbios y enfrentamientos con las fuerzas de orden público, concluyendo con un desenlace trágico que copó las primeras páginas de los diarios nacionales.




Entre las medidas solicitadas hacía tiempo para crear empleo en la ciudad figuraban la reforma de la Puerta de Bisagra, el adoquinado de la carretera de Ávila, la construcción de una verja en el jardín de la Escuela de Artes, la continuación del ferrocarril a Bargas, la entrega de tierras sin cultivar a organizaciones campesinas o la obligatoriedad de colocar canalones y bajantes en todos los edificios de la ciudad.

Aun coincidiendo en dichas reivindicaciones, las organizaciones obreras de Toledo estaban divididas entre las de tendencia comunista y socialista. La Unión aglutinaba a las primeras. El enfrentamiento entre ambos grupos había llegado a tal extremo que la Casa del Pueblo, socialista, hubo de abandonar el inmueble que desde 1910 tenía en la calle Núñez de Arce, siendo sus dependencias dominadas por los afiliados a la Unión.

Iniciada la huelga, grupos de obreros se concentraron en las inmediaciones de la calle Núñez de Arce. Desde allí iniciaron una manifestación hasta la sede del gobierno civil, ubicado entonces en la calle de Rojas.

 A su paso pedían el cierre de cuantos comercios estaban abiertos. Una delegación de los convocantes se reunió con el representante gubernamental, Manuel Asensi Maestre, del Partido Republicano Radical Socialista, a quien indicaron su pretensión de mantener el paro durante cuarenta y ocho horas. Asensi les pidió que se disolvieran pacíficamente, asegurándoles que no permitiría alteraciones del orden público.

Contrariada, la comisión obrera comunicó a los concentrados el resultado del encuentro. Aunque buena parte de los manifestantes optaron por disolverse, algunos grupos regresaron a Zocodover. En su camino apedrearon la Cooperativa de Funcionarios, en la calle de la Trinidad, así como algunos escaparates. 

También intentaron asaltar la panadería de Ratié, en la calle de la Sillería. El intento quedó frustrado al personarse una sección a caballo de la Guardia civil. La mayor parte de los alborotadores, que también atacaron a varios repartidores de pan, desparramándoles la mercancía por el suelo, eran jóvenes de entre quince y dieciocho años.

Aunque fuerzas de la Benemérita se desplegaron por la ciudad y el gobernador civil pidió a los comerciantes que abriesen sus establecimientos, solamente permanecieron en sus puestos de trabajo los obreros de la Fábrica de Armas, del Ayuntamiento y algunos talleres.

Pasadas las cinco de la tarde, el gobernador, quien previamente había mantenido una reunión con representantes de los comerciantes, industriales y patronos, hizo público un bando calificando como «absurdas» la mayoría de las peticiones esgrimidas por la Unión para convocar el paro y advirtiendo que el Gobierno sería inflexible con quienes perturbasen la tranquilidad en la ciudad, pidiendo a la «gente de orden y amante de la República» que se abstuviese de mezclarse con los alborotadores.

En tensa calma, alterada por algunas escaramuzas entre huelguistas y Guardia civil en la plaza de Zocodover, llegó la noche. La sede de la Unión fue clausurada y se detuvo a algunos de los obreros que durante la mañana habían incitado al cierre de comercios. 

Ante esta última circunstancia, los presidentes de los sindicatos volvieron a reunirse con el gobernador para pedirle que fuesen puestos en libertad los encarcelados, argumentando que ellos eran los primeros en lamentar estas actitudes aisladas, puesto que habían recomendado a sus afiliados que las protestas se produjeran dentro de la ley. 

También solicitaron celebrar una asamblea con sus militantes proponiéndoles volver al trabajo. Asensi se negó, recomendándoles que recurriesen a comunicar esa propuesta con pasquines. En previsión de más altercados, el gobernador telegrafió a Madrid solicitando refuerzos de la Guardia de Asalto. Durante la noche, algunos grupos rompieron farolas y bombillas del alumbrado público.

El martes amaneció con los guardias desplegados por la ciudad. Mientras los vendedores del mercadillo semanal estaban montando sus tenderetes en Zocodover comenzaron las primeras revueltas, recogiendo estos sus enseres y quedando despejada la plaza. Durante las siguientes horas, los enfrentamientos fueron repitiéndose en distintas calles, sucediéndose la rotura de escaparates y las detenciones.

Al llegar la noche, tras una carga contra los huelguistas y mientras estos eran perseguidos por Zocodover, se escucharon los primeros disparos en las cercanías del Hotel Castilla. Los sindicatos ya habían decidido poner fin a las movilizaciones y así lo hicieron saber a través de unas hojas volanderas. «Camaradas.

Mañana miércoles, a las diez de la mañana, todos al trabajo», decían. En vista de esto los guardias de asalto, entre silbidos, se retiraron hacía el Colegio de Huérfanos, donde estaban acuartelados.

En el trayecto, revoltosos apostados en los pretiles de la calle Carretas, dominando la bajada del Miradero, acometieron a la caravana policial, registrándose más de un centenar de disparos, cuyos impactos quedaron marcados en las furgonetas de los agentes. Su blindaje evitó que hubiera heridos. 

Asimismo, los vehículos particulares que subían con viajeros del tren de Madrid fueron apedreados.Un agente de la Guardia de Asalto muestra los orificios de bala en el camión atacado (Foto, Díaz Casariego)

A la vez, en Zocodover, los sindicalistas que repartían las octavillas llamando a finalizar el paro estaban siendo increpados, arrebatándoseles las mismas y rompiéndolas.




 También se acosó al concejal y diputado socialista Félix Fernández Villarrubia, quien pasaba por allí con su hijo. Libre la plaza de fuerzas del orden, un grupo numeroso rodeó el cuartelillo municipal, ubicado en los soportales, con pretensión de liberar a algunos detenidos. En la refriega hubo disparos, consiguiendo los agentes evitar el asalto. Ante el cariz que tomaban los hechos, se ordenó a los guardias de asalto regresar a la plaza.

Al poco de salir del Colegio de Huérfanos, el primer camión policial fue tiroteado, repeliendo los agentes la agresión sin detener el vehículo. Pocos metros más adelante, en el paseo de la Vega y frente al edificio en construcción de la Normal de Maestras, los disparos contra ellos se recrudecieron. 

Un teniente y varios agentes bajaron del automóvil ordenando a los allí presentes que levantaran los brazos para cachearlos. Así lo hicieron y al dirigirse hacia otro grupo una nueva descarga les alcanzó. 

El número de heridos fue de seis policías y un paisano a quien estaban registrando. De todos ellos, el más grave era el guardia conductor Juan Antonio Estera, quien recibió dos balazos en el vientre y otros dos en una pierna. 

Uno de los camiones quedó inutilizado al haber sido perforado su motor por un tiro.El director general de Seguridad, Arturo Menéndez, visitó a los heridos en el Hospital Provincial, entonces ubicado en la plaza de Padilla (Foto, Díaz Casariego)

Los heridos fueron trasladados a la enfermería del Colegio de Huérfanos, evacuándose luego a los más graves al hospital de la Diputación, ubicado por entonces en la plaza de Padilla. Mientras tanto, los guardias de asalto realizaban una batida por las inmediaciones de la Vega, deteniendo a ocho hombres, entre ellos un súdbito portugués a quien se le incautó una pistola cuyo cañón aún estaba caliente. 

Ante el trágico cariz que había tomado la huelga en sus últimas horas, a las tres de la madrugada el gobernador dictó un nuevo bando reiterando su firme voluntad de restaurar el orden en la ciudad.

«La normalidad –decía- ha de restablecerse, sea como fuere, y ya que los medios persuasivos no han sido atendidos más que por las personas de orden, llevaré por otra clase de medios el convencimiento a los profesionales del tumulto que si la República, con amplio criterio, garantiza la libertad de todos, también ha de garantizar el orden y la paz para su desenvolvimiento». Como medida disuasoria prohibía que en la calle se formasen grupos con más de dos personas.

Desde primeras horas de la mañana, los guardias hacían cumplir enérgicamente el bando y cacheaban a quienes levantaban sospechas. Ello no impidió que se registrasen algunas escaramuzas y persecuciones. 

Durante una de ellas hubieron de cerrarse las puertas del mercado de abastos para impedir la invasión del mismo. 

Mientras tanto, desde Madrid llegaron los familiares de los agentes heridos y el director general de Seguridad, Arturo Menéndez, quien recorrió los lugares donde se produjeron los tiroteos y visitó a los ingresados en el hospital. Uno de ellos, el conductor Juan Antonio Estera falleció a las pocas horas. 

Era el primer guardia de asalto, de la sección de Madrid, muerto en acto de servicio.ABC dedicó varias portadas a los mortales sucesos acaecidos en Toledo, una de ellas recogiendo el multitudinario entierro en Madrid del agente conductor Juan Antonio Estera

Mediante una nota, el gobernador dio cuenta a la población del fallecimiento, invitando al vecindario, «sin distinción de clases ni ideologías políticas», a acompañar el cadáver en su traslado hasta la capilla de San Eugenio. 

El alcalde, Justo García, reunió a la corporación municipal con carácter de urgencia, acordando sumarse al traslado fúnebre, remitir un telegrama al ministro de la Gobernación protestando por el cariz que tomó la huelga en sus últimas horas, ofrecer una corona de flores a la familia de la víctima y que dos concejales, Guillermo Perezagua y José Canosa, acompañasen al alcalde al entierro del agente Estera en Madrid.

En la mañana del jueves, los huelguistas se reincorporaron al trabajo. Pero mientras las calles de Toledo recuperaban la normalidad, en el hospital, otro de los guardias heridos, Mariano Ibáñez, empeoraba a consecuencia de una gangrena gaseosa. Los intentos por salvar su vida fueron infructuosos y también falleció.

Unas horas antes, en Madrid, miles de personas asistieron al entierro de Juan Antonio Estera. Casares Quiroga, ministro de la Gobernación presidió la comitiva fúnebre. Por entonces, en la cárcel provincial de Toledo el número de detenidos superaba ya el centenar. 

Del cariz y desarrollo de estos trágicos enfrentamientos se hicieron eco las principales publicaciones nacionales, desplazando a la ciudad a sus mejores reporteros gráficos, dejando testimonio de cuanto sucedió en publicaciones como «Ahora», «Esfera» o «Nuevo Mundo», «Blanco y Negro» o «ABC», de cuyo archivo recuperamos las fotografías de Díaz Casariego que ilustran este texto.


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