Esta catedral es la más compleja y desconcertante que yo he visto. Ha cambiado de manos y creencias tan a menudo que es difícil entender algunas de sus partes.
Hay formas, figuras y utensilios pertenecientes a lo mundano, que se han incorporado a lo largo de los siglos, en lugar de a la historia y la tradición de la Iglesia.
Pero supongo que "la Iglesia" se asemeja también un poco a mi mismo en esta peregrinación donde estoy listo para tomar todo aquello que se me ofrece.
Las antecámaras de la catedral contienen mil restos de cosas bellas, aunque a veces se han visto empañadas por la presencia incongruente y ridícula de algunos añadidos y otras frivolidades.
Los vitrales son excelentes y no encuentro palabras para transmitir idea del efecto que los magníficos rayos de luz vierten en el pavimento de esta gran iglesia.
El retablo es sublime; las tallas de la madera, presentes por todas partes, son de la más alta excelencia del arte; y el recinto del coro, en madera, piedra y bronce, es único.
La imagen más llamativa es una colosal figura de San Cristóbal, de cerca de sesenta pies de altura, sosteniendo a un niño. La anatomía es defectuosa, pero en sus proporciones hercúleas resulta eficaz.
Los arcos de la puerta principal tienen merecida fama. Están rodeados de figuras de santos y emblemas sagrados trabajados con gran pureza. Hasta la dura y fría piedra parece arrojar las más suaves lágrimas y emitir los olores más dulces a través de los ojos ciegos y las flores sin vida que han persistido aquí a través de tantos siglos tormentosos.
Charles Bogue Luffman. A Vagabond in Spain (1895)
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