lunes, 18 de mayo de 2015

La Cultura de los Cigarrales de Toledo a finales del Siglo XIX y en el primer tercio del Siglo XX (III)

Gregorio Marañón y Lorca en un Cigarral de Toledo
En sus tres novelas más importantes  describió de forma muy precisa la situación de Toledo en su época, que se debatía constantemente entre la grandeza del pasado y la decadencia del presente, y por otro lado, caló muy hondo en la realidad de la sociedad toledana y su compleja relación con la ciudad.

A parte de sus tres grandes novelas, escribió 84 artículos, llamados folletones, en el periódico madrileño “El Sol”, entre los cuales destacaron las denominadas “Estampas Toledanas”, donde describía con una gran erudición y magnífico estilo literario, paisajes, monumentos, historias, personajes, problemas, características sociales, y muchos otros aspectos de la ciudad de Toledo y de los pueblos de la provincia. Entre estos folletones hemos encontrado en la Hemeroteca Municipal de Madrid cuatro dedicados a los cigarrales: 



“Glosa humilde de los cigarrales” (3 de Abril de 1927); ”Sinfonía lírica de los cigarrales” (21 de Abril de 1927); “El Cigarral de las Altas Cumbres” (16 de Julio de 1929); y “La ilusión metafísica de los cigarrales” (3 de Mayo de 1936). En estos cuatro artículos se desarrolla un clarividente análisis de los cigarrales toledanos y se expresa una de las más realistas descripciones del conjunto de estas fincas, y de algunas en particular, en el primer tercio del siglo XX. 

En algunos párrafos se manifiesta la situación de los cigarrales con mucha socarronería, y en otros se ironiza el tratamiento idealizado y la visión irreal que la cultura de la época tenía de estas heredades, lo cual debió de alterar a algún toledano, pero estos artículos están realizados con una gran majestuosidad literaria y una honesta sabiduría, por lo cual, se disfruta leyendo estos ensayos, además de obtener una información precisa de cómo eran los cigarrales y su geografía en los años 20. 

A continuación vamos a incluir varios párrafos de estos artículos ordenados según diversos temas. En primer lugar trataremos sobre las zonas de los cigarrales, que según Urabayen había dos: una situada al sureste de la ciudad y otra en el suroeste. En la primera predominaban los cigarrales castizos y en la segunda los nobiliarios y burgueses. Fuera de estas zonas había pocos cigarrales, entre ellos destacaba el de Buenavista, al norte del Tajo: “Estratégicamente, (las zonas de cigarrales) forman los rizos de un ocho caligráfico, con su gran cabezota rebasando Pozuela y su punto final, pulido, cuadrangular y algo alejado, que mira ya a la Alberquilla……. 

El círculo superior del ocho se marca bien claro y preciso. Forma la carretera de Argés el trazo más grueso, y a él va a unirse otra vereda, delgada pero constante, que trabajosamente sube al Valle. Entre estas dos carreteras se encuentran los cigarrales más pintorescos: unos encaramados a los canchales; otros, agazapados en las faldas bajas.

Los hay curiosamente suicidas, que se yerguen sobre un precipicio o se hunden entre las peñas que allá en el fondo socava el Tajo. Muchos se asoman a la carretera con aldeana curiosidad, y algunos, pobre y caduco, sestea oculto, bien resguardado de vientos y aventuras. La parte inferior del ocho es un círculo completo; un cero redondo y magno trazado con seguro pulso de calígrafo. 

Abarca desde San Martín a la ermita de la Bastida. En la elegante curva, la carretera huye de los peñascales bravíos y se acerca a la vigiliana melena de las huertas que riega el frontero Tajo…. En este segundo círculo se cobijan los cigarrales de más linajuda ejecutoria, saturados casi todos de literario aroma. Desde Solanilla está escrita parte de “La Galatea”, de Cervantes.

En el cigarral contiguo vivió el padre Mariana, y más arriba, en otro que perteneció a los carmelitas, San Juan de la Cruz pulía sus versos más jugosos de la “Canción del alma”….Hora es ya de que advirtamos que hasta la desamortización todos los cigarrales de esta santa mitad pertenecía a Congregaciones religiosas toledanas… Aunque hoy los propietarios de estas fincas sean seglares por juro de heredad, pagan cuantas novenas, sermones y triduos se celebran en Toledo, amén de formar un lucido cogollo de cirios en todas las procesiones. Un solo propietario se les ha escapado. Nada menos que un liberal por los cuatro costados y, de añadidura, doctor ilustre….. el mejor cigarral toledano ha caído en manos de Marañón el demócrata….”  

También Urabayan explica en sus artículos la geografía de los cigarrales: aparecen las características paisajísticas, incluyendo las orográficas, hídricas y climáticas, además de las botánicas y faunísticas. Estas descripciones, aunque son, en gran parte reales, se expresan de una forma un tanto despectiva, ya que Don Félix procedía de una comarca con un paisaje pirenaico occidental, muy diferente al de los cigarrales. Nos habla de las vistas de los cigarrales, pero no desde ellos a Toledo, como antes y después se había descrito, sino al contrario, las vistas de los cigarrales desde la ciudad de Toledo: “El urbanismo de la imperial ciudad se halla asediado por el ímpetu rural de sus cigarrales. Asomémonos a cualquier ventanal toledano que actúe de vigía, sea rodadero, cerro o explanada. 

Enfrente, distribuidos en guerrillas, nuestra vista encontrará siempre un grupo de cigarrales echados sobre lomas, esparcidos, diestramente agazapados para dar batalla a la ciudad.” “Desde el cerrillo de San Juan de los Reyes se descubre el grupo que confina con la ermita del Ángel: cigarrales que parecen saltar por los breñales huyendo del artero recodo con que el Tajo deshace las rocas. Si el punto de vista es la bajada del Barco, veremos cómo la ermita del Valle avanza su blanca frente para cobijar tierra adentro multitud de cigarrales cuajados de oliva.

 Aun podemos sorprender un nuevo flanco desde el callejón del Locum: toda una sábana negruzca, cubierta de motas blancas, que arranca desde el cerro de los Palos hasta las fronteras de la Sisla.” 114 Respecto al clima de la zona de cigarrales Urabayen expresa con ironía la dureza del mismo, a pesar de que siempre los literatos lo han considerado como muy benigno: “Sabido es que los eruditos derivan su nombre del de la cigarra, que según ellos, anida en las cercanías. 



Lamentamos disentir. Cigarral viene de chicharral, porque en verano los pájaros se asan automáticamente al cruzar estas tierras de promisión….. Por nuestra cuenta podemos asegurar que en verano hace más calor en los cigarrales que en Sevilla, y en invierno baja el termómetro en competencia con la Siberia. Sólo el olivo y el cigarralero – dos especies parejas en dureza – resisten tan guapamente esta zarabanda termométrica. 

Entonces, ¡los cigarrales son inhabitables! - deducirá el desengañado lector -. Y aquí está la gracia del cigarral: que tiene días maravillosos, espléndidos; sólo que…. Son unos quince al año entre otoño y primavera. Se me dirá que en tales épocas hasta en una celda de Ocaña se siente la alegría de vivir. Conformes; pero hay que ser justos con el cigarral y no decir que es inhabitable.” 115 En cuanto al agua, que también se consideraba como una de las maravillas de los cigarrales, como ya hemos recogido en textos de Galdós y Ramón Pérez de Ayala, 

Don Félix descubrió que era uno de los grandes problemas de estas tierras, ya que apenas existía agua en los cigarrales, a excepción de la estación más lluviosa: “ …el papel de los cigarrales subió hasta el infinito (a finales del siglo XIX), gracias sobre todo a dos leyendas: sus espléndidas vistas y sus aguas únicas… “Lo de las aguas es verdad. Todos los cigarrales tienen pozo y agua en invierno, esa época abundosa en que también la destilan los tejados, las piedras y hasta las prendas de vestir…. Se da el hecho curioso de que ningún propietario ha confesado jamás que el agua desaparece con las primeras solanas. El propio Galdós bondadosamente declara que “hasta en las rocas nacen manantiales de cristalinas aguas “. Esta leyenda bella y húmeda ha costado mucho dinero al “snobismo” forastero. 

El nuevo propietario nota en seguida que la leyenda no concuerda con la realidad… Aquí viene Moisés con su famosa vara, tan acertada en pleno desierto, y hace el ridículo.” 116 Centrándonos en los paisajes humanizados, que son los propios de los cigarrales, Urabayen nos explica muchas cosas de ellos en su época: los diferentes cultivos, el nivel económico de estas fincas, los tipos de cigarrales y sus características, sus construcciones, sus propietarios, etc. etc. En cuanto a los cultivos, nos explica que la mayoría de los cigarrales eran explotaciones agrícolas, más que fincas de recreo, en las que predominaban cultivos arbóreos como los olivares, almendros y sobre todo albaricoques, además de algunas huertas.

 Sin embargo estas fincas no producían beneficios, sino todo lo contrario, gastos a sus propietarios, tal y como sucedía en el siglo XVII, debido al duro clima, a la falta de agua, a los suelos poco fértiles, y a la ausencia del propietario en la finca que no vivía de ellas; quienes la cultivaban eran los cigarraleros para sobrevivir: “Digan lo que quieran los técnicos, la verdadera importancia del cigarral es como explotación agrícola. En los años buenos, cada olivo da veinte aceitunas; las hemos contado durante diez cosechas… Pero es que en un cigarral hay que descontar tres factores decisivos: las heladas, los gorriones y los cigarraleros.” 

“Resulta algo paradójico que el cigarral, lugar exclusivamente de recreo, aparezca adosado a olivos que siempre les falta fruto, aparezca adosado a bancales disfrazados de regadío donde del único líquido abundante es el sudor del cigarralero…” “A pesar de todo, los cigarrales tienen algo sólido, indestructible y eterno, algo que está a prueba de heladas, tormentas, pedriscos y sequías, La oliva se requema; el almendro se pudre apenas caen sus flores pimpantes estranguladas por la escarcha mañanera, los frutales se amustian, las parras languidecen muertas de sed.

 Pero al socaire de un peñasco, en medio de un terraplén o al margen del caminito, vive el árbol más austero, más duro y resistente del mundo: el albaricoque. Cuando el albaricoquero prende en plena roncha pelada o en el regazo umbrío no lo desaloja ni Napoleón: Sus raíces, su apego a la vida son algo extraordinario. Y es que el albaricoque es un producto artificial, como el hombre. De ahí su egoísmo, su parasitismo y su fuerza esquilmadora. Sólo le falta para ser humano inventar algún ideal altruista o segregar filosofía sobre los olivos vecinos.”  

“Quedamos en que un cigarral no es negocio ni para Romanones; pero no se puede negar que es una cosa deliciosa para las visitas.” 120 Otro de los aspectos interesantes que se incluyen en estos artículos es la tipología de cigarrales. Urabayen establece cuatro grupos de cigarrales muy diferentes unos de otros: Por un lado estaban los cigarrales históricos: “En los clásicos cigarrales, mansiones antaño de nobles señores y cardenales doctos, no hay ya fiestas suntuosas ni aventuras galantes siquiera. “ Por otro, los cigarrales humildes y castizos: “Los más pobres tienen un gesto africano. Asomados al borde de una barranquera, escalando las rocas y rodeado cada cual de su buena docenita de chumberas, enseñan todos un gesto fruncido de rebeldes… Al verlos meditar en las solitarias colinas, cualquiera pensaría que son los únicos supervivientes de algún pobre aduar machacado cruelmente en una “razzia”. 

Después, los cigarrales burgueses: “Otra gran masa de cigarrales, bien aposentados geográficamente y alejados de la ronca hoz que forma el Tajo, adoptan una actitud más burguesa. A la blancura de aduar sucede el encalado del mudéjar ladrillo. Además, un cigarral de esqueleto casi prócer admite ya el cómodo regazo de una terraza, la verde cabellera de una parra y el castizo aliño de alguna labrada reja. A pesar de su empaque modernista de nuevo rico, se olfatea allí un tufillo heráldico, ya anterior, procedente tal vez de una orden religiosa, pues que los frailes supieron siempre instalarse lo más cómodamente posible en este valle de lágrimas.” 

Y por último los modernos: “Viene luego otra línea de cigarrales, línea sinuosa, quebrada, porque aquí el terreno es dramático, y todo en él queda diseminado, suelto, dispuesto para luchar individualmente, a usanza celtíbera. Estos cigarrales son los del quiero y no puedo. Les llaman “villas”. “Villa Robustiana”, “Villa Sinforosa”, y son cursis hasta más allá de Algodor. Todo es en ellos postizo y artificioso; no les falta detalle. Tienen miradores en la fachada, mecedora junto al fogón, chimeneas y tejados con aspiraciones de “chalet”. Su lujo de advenedizos desentona en el paisaje austero …” 

 Las casas y mansiones de los cigarrales es otro de los aspectos más interesantes del paisaje humano de estas fincas. En el primer folletón Felix Urabayen describe el exterior e interior de los diferentes tipos de edificios y el ambiente que en ellos se generaba: “Cigarrales hay tan modestos que sólo poseen cocina y establo: otros, tan holgados y espléndidos, que sus habitaciones llevan un número, como en los hoteles. Los hay blancos, los hay rojos, los hay acerados, llenos de herrumbre, semejantes a esas hojas toledanas que llevan siglos sin combatir. También tenemos cigarrales de saldo, poco mayores que la caseta de un dogo, y otros, como el de la viuda de Costales, donde caben cinco casas de vecindad (cigarral de Monte Alegre). ¡Qué ya son costales para una sola viuda! Elijamos uno cualquiera de los burguesitos y avancemos por la puerta más alta. Zaguán minúsculo, en el que hay aperos de labranza. Una estancia oscura, donde entra algo de luz por un ventanuco poco mayor que una hoja de papel de fumar. 

Acostumbrando gradualmente los ojos, se van precisando los enseres; la cama de matrimonio, de hierros dorados, con su pililla de agua bendita encima, engarzada entre ramilletes de tomillo y espliego; más alta, presidiendo también el lecho destinado a perpetuar un futura serie de cigarraleros, la estampa de la Virgen de la Bastida o la Cabeza…. A un lado la consola, que guarda en sus entrañas la ropa dominguera y los ahorros de la casa.…. Dos sillas. Una palmatoria. Bajo el borde de la colcha asoma cierta vasija de una sola asa, que sería blasfemia estética comparar con el ánfora griega… De esta habitación se pasa a la cocina. Para ahumar perniles, la estancia no puede ser más excelente; para vivir, sólo una cigarralera, que además sea de Ajofrín, es capaz de trajinar con holgura. Ni el vasar, con sus triangulitos de papel azul; ni la alacena, pese a su reja de labrada madera, entusiasmarían a Lúculo. Al fondo hay otro cuartito solitario, con un catre ascético, un espejo roto y algunas prendas de vestir y calzar diseminadas sagazmente por todos los rincones de esta “garconnière” rural. Aquí descansa el dueño rara vez, claro está, cuando se le hace muy tarde para regresar a Toledo.

Alfonso Vazquez Gonzalez
Pilar Morollón Hernández
Febrero 2005

Fuente: http://abierto.toledo.es/open/urbanismo/03-CIGARRALES/Memoria/Historico.pdf
http://cofrades.sevilla.abc.es/profiles/blogs/el-santo-angel-custodio-toledo

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