miércoles, 26 de agosto de 2015

El Acueducto romano de Las Guadalerzas, Toledo

El acueducto romano Las Guadalerzas tenía 24 km de recorrido y recorría los términos municipales de Los Yébenes, Urda y Consuegra.

Está datado sobre el año 100 d.C. y que se mantuvo útil hasta el siglo XVII.

No es fácil encontrar los dos únicos arcos visibles (uno de ellos cegado), ya que están escondidos en el interior de una casa en ruinas en el paraje Los Peleches de Los Yébenes.

El abastecer de agua a Toledo ha sido siempre de capital importancia, dada la categoría de la ciudad
a lo largo del tiempo y las dificultades naturales que su situación estratégica plantea.

Las soluciones al problema en las diferentes épocas han respondido siempre a estas características de planteamiento y han acusado no sólo el nivel técnico del momento, sino también la actitud humana frente a lo que son los ríos en su fluencia.

Los romanos dieron la pauta que pudiéramos decir actual, ya que a ella se ha vuelto a través de los siglos.

Causa verdadera admiración que teniendo un río tan cerca fueran a buscar el agua para sus neceartificio de Juaneío rumasidades vitales a tanta distancia, siendo necesario esfuerzo de imaginación, aun en nuestra mentalidad,para relacionar unos manantiales a 50 km de alejamiento y sin correspondencia geográfica directa con la ciudad, cuando hay al pie de ésta, y como causa determinante de su existencia, un río de tal categoría,que debería ser pantalla infranqueable para buscar soluciones más allá de su contorno.



Evidentemente que este problema no se planteaba de nuevo en cada caso del abastecimiento de una ciudad al borde de río importante, caso muy frecuente en esta época, sino que en Roma se había resuelto de una vez para todas.

Reconstitución del acueducto en alzado, por el ingeniero Rey Pastor.

Además los ingenieros romanos, con su implantación todavía más arraigada a las distancias en el sistema de sus calzadas, que les daba cauce muy apropiado a las vivencias de su orgullo imperial, no debían tener inercia alguna para este movimiento de la imaginación que les llevaba a docenas de millas a la redonda, para, en definitiva, imitar en el artificio de su obra lo que es un río en la Naturaleza.

Los ingenieros árabes, que heredaron de los romanos tanto la red de calzadas como los sistemas de riego, no estaban capacitados, ni a nivel técnico ni a nivel imaginativo, para semejantes empresas. Además, mientras que los ingenieros romanos consideraban como ideal para su comportamiento con el agua mantenerla lo más posible, como dice Vitrubio, «en perpetua equalitate», y tenían cierto horror al surtidor como espectáculo no natural, los árabes en su trato con el agua llevaron este artificio de «movimiento violento» de abajo arriba, a su máximo esplendor y refinamiento.

Así, el artefacto de la rueda hidráulica elevando el agua del río a la ciudad se encuentra repetido en gran número de casos y fue utilizado en dos de las ciudades más importantes de la Híspanla musulmana: Córdoba y Toledo. Creemos que las referencias de los geógrafos árabes Edrîsî y Al Himyari se refieren más a esta rueda y al puente de Alcántara que al acueducto romano.

Fotoplano con la traza del acueducto (marcado de trazos) y la cueva de Hércules (obsérvese que ambos están en la misma alineación).

De esta época nos ha quedado la palabra azacán, designación de los aguadores que elevaban afanosamente el agua del Tajo a lomo de asno, gremio que no ha desaparecido hasta fecha muy reciente, cuando se puso en servicio el abastecimiento actual. Queda el verbo azacanarse.

En el Renacimiento llega a su máxima exaltación el artificio con el que instaló Juanelo en el mismo lugar que estuvo la rueda árabe y a poca distancia del acueducto romano, que debió ser excelente cantera para la obra fija de estos dos artificios. El movimiento continuo de la rueda árabe se torna alternativo y basculante, y en lugar del agua rodada, sirestos de la presa de La Alcantarilla guiando las leyes de la gravedad, tenemos el agua forzada a elevarse, y cambiar sucesivamente de dirección, aunque forzada no por impulso externo, sino por el propio ímpetu que lleva en su fluir el río. en Los Yébenes, en el río Guadalerzas

A principios de siglo, cuando se amplió la dotación de aguas a Toledo, pensando en sus habitantes y los ouristas que la visitaban, se recurrió a los manantiales próximos, entubando  su caudal, y pasando el Tajo por los dos puentes clásicos. Al de Alcántara le correspondió la del Olivar de Santa Ana, y al de San Martín la de Pozuela. Por esta época se instaló una turbina hidráulica elevadora, aprovechando los restos del edificio que albergó el artificio de Juanelo.



Modernamente se ha vuelto a la solución de los romanos, aunque ampliando su visión en el embalse de cabecera, lo cual ha motivado ir a buscar el agua a otro cauce con mayores posibilidades en ese sentido que el utilizado por los romanos, pero también a una distancia análoga.

La única innovación introducida ha sido el uso intensivo de los sifones para salvar las depresiones, innovación no absoluta, ya que los romanos no ignoraron el artificio del sifón, herencia griega que les sirvió en algunos abastecimientos: Aspendos, Lion, Angitia, Alatri, Patare, etc., y en nuestro país en el de Sexi (Almuñécar) y en el de Gades.

Un estudio completo de estos tres modos de enfrentarse con el problema de abastecer de agua a Toledo está en mis programas de rebusca histórica, desde hace varios años, pero no es el momento de rematarlo en la presente ocasión. conducción

La conducción comienza en el lugar denominado Los Yébenes y tomaba el agua del embalse creado por la presa cuyas ruinas se conocen actualmente y en época medieval por La Alcantarilla. Cerca hay restos de sepulturas prehistóricas, algunas antropomorfas, excavadas directamente en la roca granítica
que aflora por toda la zona. La presa era del mismo tipo que todas las romanas en España, con muro de fábrica restos de la presa de La Alcantarilla defendido del empuje del agua mediante terraplén adosado al paramento lado del valle.

Su ruina se debe seguramente a que este terraplén empapado empujó contra el muro en un desembalse rápido, ya que éste se volcó hacia aguas arriba. (Para más detalles, véase mi artículo: «Las presas romanas en España», R. O. P., junio 1961.)

La toma se hacía por una torre acuaria cuyas ruinas enhiestas destacan su volumen todavía; y el canal se desarrollaba por la margen izquierda sobre el terreno, o sobre muro, en Detalle de la fábrica en la torre de toma.

 En las primeras alineaciones existen restos de una obra con arcada, y cerca de la carretera actual de Sonseca a Navahermosa había una obra más larga, en una vaguada de cierta importancia, de cuya obra no quedan pilas ni arcos y solamente los muros de acompañamiento que las encuadraban.

En su recorrido hasta la ciudad no debía haber obras de consideración, pues los cauces son de poca importancia. La longitud de canal hasta el gran acueducto sobre el Tajo para entrar en la ciudad viene a ser de unos 55 km. En la primera mitad del recorrido se sigue dicho canal bastante bien, pues se rastrean restos formando muretes de contención de tierras y los triángulos de muros de acceso a las obras de paso de cauces, con algunos indicios de las arcadas que los enlazaban.

Estos restos los perdimos a partir de las cercanías de Layos, donde hay ruinas independientes de las de la conducción. Además, Miñano cita en su Diccionario Geográfico el paso del acueducto romano por su término.

En este pueblo han aparecido objetos romanos en distintas ocasiones. A partir de este pueblo las labores agrícolas van siendo más importantes, el terreno es bastante arcilloso, y por consiguiente de peor cimentación para el canal, y los motivos de destrucción para igualar el terreno y para aprovechamiento de materiales han debido ser más eficaces. También el gamberrismo rural tenía mejor asidero para desahogar su hostilidad hacia toda construcción perdurable.

Puede decirse que desde dicho pueblo no aparecen restos notables, o por lo menos son difíciles de encontrar hasta llegar a las ruinas denominadas «Homo del Vidrio», que corresponden a una caseta de 4,60 X 3,50 m, para perder altura, ya que consta de dos arquetas a niveles con diferencia de 3,70 m
enlazadas por un pozo cilindrico de 0,52 m de diámetro realizado en la fábrica. El canal debía acceder
en arcadas al nivel superior, saliendo por la arqueta inferior que corresponde al nivel del terreno.

Esta construcción queda enfrente del Monasterio de la Sisla, que debió nutrirse de los sillares faltos en la romana. A partir de esta obra, que está a unos 2 km del paso del Tajo, vuelven a aparecer restos del canal.

Uno importante, con salida para desagüe, existeen el barranco de la Degollada, y las últimas alineaciones en la ladera donde se asienta el castillo de San Servando, hoy desaparecidas por las obras de explanación para acceso a la Academia Militar, determinaban el nivel de la coronación del acueducto que estamos estudiando. Aprovecha las condiciones óptimas de esta ladera, pues entra en la ciudad a su cota máxima, exceptuando la colina del Alcázar, que deja a su izquierda.

Este canal termina en un depósito de aguas, como en las conducciones actuales, que está a unos 250 m del final de nuestro acueducto. Este depósito lo hemos localizado, a nivel de dicha zona de paso, en la manzana que forman la calle de San Ginés, el callejón y la plaza del mismo nombre que puede verse en el plano aéreo, siendo sótano subdividido de unas casas de poca importancia que debieron apoderarse del solar que resultó al destruir la iglesia de San Ginés.

La iglesia debía estar construida aprovechando los muros y apoyos intermedios del depósito, el cual se conocía, desde los más lejanos tiempos en que cronistas hayan hecho descripciones de la ciudad de Toledo, como la «cueva de Hércules», relacionándolo con todas las fantasías existentes sobre la fundación de la ciudad y la pérdida de España cuando la invasión musulmana.

Así, por ejemplo, el doctor Salazar de Mendoza dice: «Tubal, primer fundador de España y de Toledo, la labró, si bien Hércules la reedificó y aumentó mucho y de él tomó su nombre, y los romanos la perfeccionaron y engrandecieron del todo.» Francisco de Rojas, en su Historia de la imperial, nobilísima, ínclita y esclarecida ciudad de Toledo (1554), dice que «está la cueva de Hércules en esta ciudad, casi en lo más alto de ella, en la iglesia de San Ginés y la Puerta dentro de la
misma iglesia».

Con relación a su fábrica dice que «es rara por la compostura de arcos pilares y acueducto de Toledo piedras menudas que tiene labradas, de que está adornada». Se preocupa mucho sobre el uso que debió tener esta cueva y recoge las opiniones que sobre ello ha habido, desde las disparatadas de que «sirvió de habitación al rey Hércules y en ella leía la magia a los suyos», hasta la más utilitaria de que «sirvió en tiempo de los romanos de cloaca o madre por donde desaguaban las inmundicias de la ciudad y que en la cueva había otras mangas particulares por las calles para el servicio de las casas».

Cita la inscripción de la lápid a dedicada a la diosa Cloacina por L. Massidio Longo, Procurador de las riberas del río Tajo yde las cloacas de Toledo, la cual se incrustó en el muro septentrional del puente de Alcántara cuando la restauración musulmana.

También hay las opiniones de atribución a templo dedicado a Hércules o bien a las divinidades infernales en tiempo de los romanos, apoyando esta última en que «la obra es de romanos, como puede apreciarse por los pilares y arcos con piedras medianas bien labradas». Como se ve en cuanto se analiza el aspecto interno del monumento, se encuentra encajado en obra romana.

En cuanto a la pérdida de España, el mismo autor recoge la leyenda de que en las paredes había «unos lienzos escritos y pintados con rostros de árabes con sus tocados, a caballo, y con lanzas, por alcanzar con su ciencia que España había de ser destruida por esta gente y que mandó cerrar este palacio (Hércules), diciendo que ninguno lo abriese, porque no viese tanta calamidad en sus días».

Este hermetismo de la cueva defendido por prohibiciones más o menos reales ha seguido hasta nuestros días. El mismo Francisco de Rojas cuenta una exploración realizada en el año 1546 por deseo del cardenal D. Juan Martínez Siliceo, «quien mandó limpiarla y que se previniesen algunas personas de mantenimientos, linternas y cordeles, y juntos todos entraron en la cueva y a media legua hallaron unas estatuas de bronce sobre una mesa como altar...; pasaron adelante y dieron con un gran golpe de agua que, por el ruido que hacía, con la gran fuerza que corría y no tener con qué poder pasarla, les aumentó el miedo que habían empezado a cobrar y, resolviendo no pasar adelante, se volvieron a salir a tiempo que cerraba la noche, tan despavoridos y espantados de lo que habían visto y tan traspasados de la frialdad de la cueva, que la tenía muy grande, y el aire, que era muy delgado y frío por causa de ser verano cuando entraron, enfermaron todos y algunos de ellos murieron».

Existe la leyenda del tesoro escondido: «Había en la cueva un gran tesoro escondido bajo tierra que dejaron enterrado los reyes, un perro que vela día y noche tiene la llave, a los que llegan cerca de ello les muestra los dientes» tal perro, estaba rodeado de huesos que correspondían a los osados ciudadanos que a través de los siglos habían querido rescatar el tesoro y fueron devorados por el animal.

Esto lo cuenta el mismo cronista, referido a un pobre obrero que, desesperado por no poder alimentar a su familia, se armó de valor y consiguió llegar hasta el perro, retrocediendo inmediatamente para salir despavorido, contando a voces lo sucedido y muriendo a las pocas horas. Cuenta también que un muchacho, huyendo de la persecución de su amo, entró corriendo en la cueva y fue a salir después de un gran recorrido a la orilla del Tajo.

Este tabú, que protege de visitas este lugar, persiste en la actualidad, pues cuando hace unos diez años
pretendí hacer el estudio correspondiente, que tenía planeado de muchos años atrás, conseguí en primera instancia que me dejaran asomarme al sótano de una de las casas de la referida manzana número 1 del callejón de San Ginés, pudiendo comprobar que, efectivamente, era fábrica romana, pues en el cuartucho que correspondía quedaba el arranque de uno de los arcos de la crucería que debe cubrir el conjunto, apreciándose sillares por debajo de los revocos. Pero al día siguiente, cuando envié a un fotógrafo y a unos auxiliares que tomaran medidas, se negaron los vecinos a facilitar las llaves para abrir la puerta correspondiente.

El temor de que sean desalojados de sus viviendas, debe mantener en guardia a los habitantes de las mismas. No sé si este mismo instinto defensivo ha hecho circular la noticia, más tenebrosa que todas las anteriores, de que durante la gran epidemia del cólera de finales del siglo pasado se utilizaron algunos de los compartimientos de la cueva, que fueron tapiados herméticamente, para almacenar cadáveres.

La atribución a depósito de aguas romano surgió en mí al leer las referencias de Francisco de Rojas y
localizar su situación, cuando hace unos veinte años empecé a estudiar el acueducto. Esta referencia a pilares y arcos con fábricas de sillería, y el detalle de galerías que parten de allí y que deben pertenecer a las arterias principales de la red de distribución, me dieron la confirmación de que, dada su situación, debía ser el depósito terminal que estaba buscando y que era indispensable en una obra tan completa como es la de este abastecimiento.

Toledo, que es un compendio de la historia de la arquitectura española, está falto de monumentos de época romana; este depósito podría servir para subsanar esta deficiencia y está pidiendo su exploración y restauración, que es además compatible con la existencia de las casas que ocuparon el hueco de la iglesia de San Ginés.

Para la reconstitución de nuestro acueducto disponemos de algunos datos: el del lugar exacto donde se erigía, el de su nivel superior fijado por la llegada del canal en ladera izquierda, el del arranque de uno de los arcos del paso inferior en ladera izquierda, los arranques de dos pilares en las márgenes
del río y un triángulo de tímpanos correspondientes al primer piso de arcadas en la orilla derecha. La alineación del acueducto prolongada pasa muy cerca del lugar de la cueva.

El ingeniero geógrafo Sr, Rey Pastor, hermano del insigne matemático del mismo apellido, hizo una reconstitución del alzado del acueducto partiendo de dichos datos y utilizando un levantamiento topográfico directo del perfil del cauce. Supone una ordenación de arcadas en tres pisos partiendo de la seguridad casi total del trazado en piso inferior con tres arcos de unos 28 m de luz. Sobre éstos coloca Ruina del acueducto correspondiente al hormigón de relleno en el arranque de un arco de ladera izquierda. Se observan las huellas que han dejado los sillares del chapado.

Nosotros hemos tanteado una nueva reconstitución manteniendo las luces en el segundo piso, con lo cual llegamos perfectamente al nivel superior; y añadiendo una altura suplementaria para la coronación y un espesor de clave de 1,20, obtenemos aproximadamente en la silueta de las arcadas superiores la superposición del semicírculo sobre cuadrado, que, como ya hemos comprobado en los casos estudiados de acueductos con dos pisos,es como una invariante de los ejemplares españoles.

La luz, muy próxima a los 30 m, que corresponde a este acueducto, le da una importancia extraordinaria, pues está en la meta de los arcos de puentes o acueductos romanos. En nuestro país sólo el puente de Alcántara llega a ella.

En acueductos extranjeros el máximo corresponde a Pont du Gard, cuyo vano central sobre el cauce tiene 26,50 m. En puentes el máximo ha sido el de Narni, hoy arruinado, que llegaba a 34; el arco principal de Orense, con 37,80 m, aunque dudosamente romano, y el de Martorell, que puede ser una reconstrucción medieval englobando en uno dos arcos romanos.

El de Ceret, récord medieval, tiene 45 m. La solución de tres pisos nos parece forzada, y sobre todo cargar los arcos de 28 m con dos pilas intermedias que transmitirían una carga importante no tiene consistencia estructural ni estética, ya que en Pont du Gard, al triplicar en el ercer nivel el número de arcos, no se trata en realidad de un nuevo piso de arcadas, sino más bien de aligerar el zócalo superior, motivado por una rectificación en el nivel de paso del canal, que era demasiado importante para dejar macizada la diferencia de altura.


CARLOS FERNANDEZ CASADO, Dr. Ingeniero de Caminos
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
http://informesdelaconstruccion.revistas.csic.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...