San Isidoro, al referirse a estas "guerras menores" contra bizantinos y vascones hace una observación interesante: en tales operaciones -dice- parece que se trataba más que de hacer una guerra, de ejercitar a su gente como en el juego de la palestra.
Esas campañas periódicas aparecen como unas maniobras de adiestramiento para mantener en buena forma a la juven-tud, cuyo espíritu se enardecía con el recuerdo y la práctica de las virtudes militares del pueblo de los godos.
Un pueblo que, como culminación de su gloriosa carrera, se había fundido con España. Por eso san Isidoro termina así su Alabanza de España: la floreciente nación de los godos, después de innumerables victorias en todo el orbe, con con empeño te conquistó y amó, y ahora te goza segura entre ínfulas regias y copiosisímos tesoros en se-guridad y felicidad de imperio.
La conciencia de seguridad, la moral de victoria heredadas de un paseo militar glorioso, se renovaban con el ejercicio de la milicia y constituían un factor indispensable para mantener vivo un prestigio nacional que contribuyó a forjar el que ha sido denominado "mito Gótico". El valor de los godos había sido puesto en duda a propósito de la batalla de Vouillé. Clodoveo presentó la guerra como una cruzada contra los herejes: Ardo en impaciencia –dijo a sus guerreros- viendo a los arrianos ocupar una parte de las Galias.
Marchemos contra ellos y, con la ayuda de Dios, someteremos su país. El co-mentario de Gregorio de Tours a la victoria franca tiene un cierto regusto de sarcasmo: Tras unos intentos de resistencia, los godos, según tienen por costumbre, volvieron las espaldas y Dios concedió la victoria a Clodoveo. Pero Vouillé -como ya se advirtió- quedaba muy atrás y desde entonces la victoria sonrió reiteradamente a los godos en sus luchas contra los francos. La importancia de la retórica propagandista se puso especialmente de manifiesto con ocasión de la guerra dirigida por el rey Wamba contra el duque Paulo de la Narbonense.
La rebelión se produjo cuando Wamba, en el primer año de su reinado, se encontraba luchando contra los vascones en las cercanías de Cantabria. Ante la inesperada noticia del levantamiento de la Galia, hubo disparidad de opciones sobre si procedía emprender de inmediato la marcha hacia la provincia rebelde o si sería más prudente retornar a sus bases, reforzar el ejército en hombres y pertrechos e iniciar entonces la campaña en mejores condiciones. Wamba se declaró partidario de marchar contra los rebeldes sin demora ni descanso. Julián de Toledo ha recogido algunas arengas pronunciadas por Wamba y por el cabecilla de los rebeldes, que constituyen una interesante muestra de la retórica militar de la época de la Tardía Antigüedad:
Ya tenéis noticias, jóvenes -comenzó diciendo Wamba- de la calamidad que ha caído sobre nosotros y de cual es el propósito que persigue el autor de esta sedición. Es preciso tomar la delantera al enemigo y combatirle antes de que el incendio se propague todavía más. Sería vergonzoso no correr inmediatamente a la lucha y regresar a nuestros hogares sin haber acabado con el… Sería ignominioso que el adversario nos tenga por débiles y afeminados, como ocurriría si no somos capaces de hacerle frente con todas nuestras fuerzas.
Y refiriéndose al papel que los francos pudieran tener en la rebelión de Paulo, el monarca añadía: No es con mujeres sino contra hombre que hay que combatir; de sobra es sabido que jamás los francos fueron capaces de resistir a los godos. La conclusión a que Wamba llegó era terminante: ¡Asestemos sin demora un duro golpe a los vascones y marchemos veloces contra los sediciosos, para acabar con ellos de una vez para siempre!.
Cuando la guerra llegaba a su punto álgido y los godos preparaban el asalto a Nimes, el último reducto de Paulo, éste trató de levantar la moral de sus aliados y disipar sus temores: no tenéis por qué temer -les decía-; aquel famoso valor militar de los godos, que les hizo temibles en la defensa de lo suyo y terribles ante el enemigo se ha marchitado.
Han olvidado el arte de combatir; no tienen ya costumbre de luchar, ni experiencia de hacer la guerra. Esos aliados, luego, en el fragor de la batalla, dirigirían duros reproches a Paulo por su engañoso optimismo: de ningún modo advertimos en los godos -protestaban- aquella indolente apatía de que nos hablaste. Bien al contrario, les vemos rebosantes de audacia y bien resueltos a alzarse con la victoria. Es evidente que, en la Galia, la guerra psicológica intentada por los rebeldes se volvió contra ellos.
José Orlandis Rovira - Estampas de la guerra en la España visigoda
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