Juro es el certificado por el que se reconoce una deuda pública; la cantidad de dinero que una persona, villa o lugar debe pagar al titular que se relaciona en el papel, que define la cantidad y condiciones del mismo.
A finales de la Edad Media, siglo XV, el Gran Cardenal de España, Arzobispo de Toledo, don Pedro González de Mendoza, quinto hijo del marqués de Santillana, fundó un Mayorazgo con ciertas posesiones que tenía. Habían sido adquiridas con cierta ayuda de la reina Isabel.
En un primer instante del conflicto sucesorio castellano se posicionó a favor de Juana; poco antes del conflicto bélico cambió su postura y se colocó al lado de los Reyes Católicos.
Su ascenso fue meteórico hasta alcanzar el Arzobispado de Toledo, para más tarde intentar llegar hasta el papado, pero enfrente tenía a la familia levantina de los Borja.
El Gran Cardenal, Pedro González de Mendoza. Museo del Prado
A instancias de la reina Isabel, Pedro González de Mendoza, el 30 de julio de 1487, compra la villa de la Puebla de Almenara a la familia Peralta, incluyendo su extraordinaria fortaleza.
Los Peralta estaban representados en ese momento por la heredera, María Peralta, y su marido Juan de Heredia, quienes se habían desentendido del señorío y habitaban desde hacía tiempo en la ciudad de Segovia. El precio de la compra se acercó a cuatro cuentos (un cuento equivale a un millón de maravedís).
El Gran Cardenal, más humano que divino, tuvo relaciones terrenales con doña Mencía de Lemos, mujer de la que estuvo profundamente enamorado, cortesana que acompañaba a la derrocada reina Juana, sobrina de Isabel. Con ella tuvo dos hijos a los que la reina Isabel llamaba “los lindos pecados del Cardenal”.
El primero Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, futuro marqués del Cenete (nombre que puso atendiendo a las pretensiones que tenían los Mendozas de ser descendientes del mismo Cid Campeador), nacido en Guadalajara, y Diego Hurtado de Mendoza y Lemos, más tarde conde de Mélito y señor de Almenara, nacido en Manzanares el Real. Después tuvo otro hijo con Inés de Tovar, Juan Hurtado de Mendoza, que no nos ocupa en este relato.
Eran otros tiempos en que los prelados y la sociedad aceptaban estos devaneos, en manera alguna puede ser observado desde nuestro prisma de ciudadanos de este siglo. No olvidemos que el propio Papa, Alejandro VI, dejó una revolucionaria prole de Borjas en la Roma del Renacimiento. Los hijos del Gran Cardenal fueron reconocidos, finalmente, como hijos naturales por el Papa y los Reyes Católicos.
Más tarde, con las posesiones que había ido adquiriendo Pedro González de Mendoza, instauró un Mayorazgo para su hijo segundón, que fue refrendado por los reyes. Lo constituyó en la ciudad de Ubeda, el 3 de noviembre de 1489, ante su secretario Diego González de Guadalajara.
El Mayorazgo se formó con la villa de la Puebla de Almenara y su fortaleza, con sus diezmos de tierras, vino, ganados, lana, queso, cántaros, tejas, molinos y la jurisdicción civil y criminal. Más tarde, sus sucesores lo acrecentarían con las villas de Miedes y Mandayona, con sus aldeas, términos, las tercias de Guadalajara y su Arciprestazgo, más ciertos juros que tenía en los Maestrazgos de Calatrava y Santiago.
Por cierto, la jurisdicción criminal incluía entre sus prerrogativas la sentencia de muerte o corte de algún miembro del cuerpo al condenado.
Los juros correspondientes a la Mancha Santiaguista tenían un valor de 200.000 maravedís:
“Item.- 200U mrs de juro en cada un año que el dicho Conde tenía situados en las villas de Villamayor, Tarancón, Villanueba de Alcardete, El Quintanar, El Toboso y La Mota, que son del Maestrazgo de Santiago”
De este modo las villas de la Mancha Santiaguista contribuyeron a la grandeza y riqueza de esa rama del Planeta Mendoza, como los han dado en llamar José Luis García de Paz y don Antonio Herrera Casado.
El Mayorazgo se fue transmitiendo a todos los descendientes del Gran Cardenal. Primero a su hijo Diego Hurtado de Mendoza y Lemos, primer conde de Mélito, condado que le concedió Fernando el Católico por su contribución a la conquista del reino de Nápoles junto al Gran Capitán.
Este primer conde de Mélito casó con doña Ana de la Cerda, señora de Miedes, Galve, Pastrana y Mandayona, con cuyas villas acrecentó el Mayorazgo. Su hijo mayor, Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda, fue el heredero.
Este Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda, fue el primer Príncipe de Mélito y primer duque de Francavilla.
Pudo cambiar el título de conde al de príncipe de Mélito en virtud de ser una posesión italiana, en España nadie podía ostentar el título de príncipe salvo el heredero de la corona real.
Pudo cambiar el título de conde al de príncipe de Mélito en virtud de ser una posesión italiana, en España nadie podía ostentar el título de príncipe salvo el heredero de la corona real.
Casó con María Catalina de Silva y Álvarez de Toledo, de cuyo matrimonio nació una única heredera del Mayorazgo y de los juros, la suficientemente conocida Ana de Mendoza.
Ana de Mendoza y de la Cerda, de Silva y Álvarez de Toledo, segunda princesa de Mélito, segunda duquesa de Francavilla, segunda marquesa de Algecilla, segunda condesa de Aliano, y princesa de Éboli por su matrimonio con Ruy Gómez de Silva, duquesa de Pastrana, duquesa de Estremera, marquesa de Diano.
Ana de Mendoza y de la Cerda. Princesa de Éboli
Su abuela, doña Ana de la Cerda intentó saltarse las capitulaciones y normas del Mayorazgo para que su nieta pudiera ser la titular de él y pudiera transferirlo a su hijo Diego.
No se pudo conseguir, en un largo pleito que tuvo con su primo Íñigo de Mendoza y de la Cerda, perdió el Mayorazgo, hacia 1580 en la Chancillería de Valladolid, quizás porque también había perdido el favor del rey Felipe II, quien la encerró primero en la Torre de Pinto y más tarde en la fortaleza de Santorcaz, por aquellas fechas.
Había una razón de peso en la que todos se escudaron. Las capitulaciones del Mayorazgo eran demasiado claras, y el rey, y su primo se aprovecharon de ellas para negar a esa gran mujer su titularidad:
“que sienpre lo aya, y erede, y tenga, y posea, y subçeda en todo ello, una persona según al orden susodicho, preçediendo el mayor al menor, y el nyeto al tío, y el barón a la henbra”
Solo queda decir que, parte del sudor de los labradores de la Mancha Santiaguista, fue a parar a alguna perla que brilló junto al sereno y bello rostro de doña Ana de Mendoza y de la Cerda.
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