Andersen en 1862, el año que visitó Toledo
El célebre escritor danés Hans Christian Andersen, autor de algunos de los cuentos más populares de nuestra infancia como El patito feo o El soldadito de plomo, pasó más de la mitad de su vida soñando con viajar a España.
Cuando al fin lo consiguió, tenía ya 57 años y era uno de los escritores más populares de Europa y Norteamérica. Sin embargo, en España no le conocía nadie, ya que sus obras no se habían publicado aquí, y hubo de sufrir la frustración de la indiferencia a la que no estaba habituado, lo que habría de suponer un duro castigo a su inagotable vanidad.
Cuando al fin lo consiguió, tenía ya 57 años y era uno de los escritores más populares de Europa y Norteamérica. Sin embargo, en España no le conocía nadie, ya que sus obras no se habían publicado aquí, y hubo de sufrir la frustración de la indiferencia a la que no estaba habituado, lo que habría de suponer un duro castigo a su inagotable vanidad.
Toledo fue una de las etapas de su largo viaje por España. Llegó a mediados del mes de diciembre de 1862 y su visita no duró más de tres días, aprovechando el avance que suponía la vía férrea desde Madrid, inaugurada hacía sólo cuatro años. Los recuerdos de esta visita quedarían plasmados en un capítulo de su libro “Viaje por España”, publicado en su país al año siguiente.
Lo que no dice en el libro, aunque puede deducirse de las anotaciones conservadas de su diario, es que fue en Toledo donde pilló un tremendo resfriado, debido al intenso frío que hubo de soportar durante el largo paseo que realizó circunvalando la ciudad por lo que hoy es la carretera del Valle, entre los puentes de Alcántara y San Martín, y que entonces apenas era un mal camino de cabras.
A consecuencia de ello se vio obligado a guardar cama nada más regresar a Madrid, en un momento de lo más inoportuno ya que, resuelto a que su viaje por España no pasase inadvertido, se las había ingeniado para que le organizasen una cena a modo de homenaje. Pero cuando solicitó retrasar la fecha debido a su estado de salud, la respuesta que le dieron los poco entusiasmados organizadores fue que el acto no se podía alterar y que si él no venía cenarían igualmente sin su presencia. De modo que el pobre Andersen, con fiebre y todo, se presentó en el restaurante para no perderse el único y desapasionado "homenaje" que iba a recibir en España.
El inoportuno resfriado no fue óbice para que Andersen guardara un buen recuerdo de su paso por Toledo, una ciudad que le impactó como lo atestiguan las palabras con las que concluye el capítulo de su visita: “Toledo se deja de mala gana. Es triste marcharse pensando que jamás se va a regresar, que no volverá uno a ver el lugar que de extraño modo despertó nuestra simpatía.”
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