domingo, 14 de diciembre de 2014

Los Golfines y el origen de las Hermandades de Colmeneros ( y II)

Surgió así el mito de los orígenes, encaminado a reforzar el prestigio de la triple asociación,pero cuyo desarrollo sigue diferentes versiones, según Toledo o Ciudad Real.

Todo esto, desde luego, viene a añadir confusión al problema que nosotros tenemos que afrontar ahora.

Así las cosas, cobra sentido el privilegio otorgado por Fernando III en 1220 a favor de los cazadores de conejos de la ciudad toledana para que pudieran llevar adelante sus actividades en los mismos territorios donde lo hacían en tiempos de Alfonso VIII y para que mantuviesen los fueros y costumbres que por entonces tenían.

Salta a la vista que este diploma no menciona nada parecido a lo que después serán las hermandades, aunque se utilizó en numerosas ocasiones para situar el origen de las mismas a principios del siglo XIII y, aún antes, en la centuria anterior.

Es indudable que nada de esto muestra el documento, pero en cambio nos permite poner en evidencia las actividades económicas que una población dispersa y móvil -casi podríamos volver a emplear la expresión “pionera”- estaba llevando a cabo en los montes, así como la relativa capacidad asociativa que podían tener.

Además, otros escritos, incluso más antiguos, abundan en esto mismo, de manera que así podemos ponernos en  contacto con la vida montaraz, y con los ballesteros en particular, aunque en ningún caso nos sirvan para hacer ninguna afirmación que aclare los primeros balbuceos de las que después serán hermandades viejas.

Resulta pues evidente que en un medio físico duro y quebrado, con una población sumamente reducida, algunas personas se van abriendo paso en los montes explotando sus recursos para vender luego en los núcleos urbanos el excedente que pudieran sacar.

Entre estas gentes la caza y el uso de ballestas es algo común, pero sobretodo, los colmeneros son seguramente los que tenían una mayor permanencia en las explotaciones que establecían entre las espesuras, en las que pronto dispondrían pequeñas huertas para junto a la caza completar el cotidiano sustento.

 Se constituye así la ecuación que en las condiciones de la repoblación y, por lo tanto, del hábitat existente al sur del río Tajo, dará lugar, ahora sí, a las tres hermandades de apicultores. Los términos de dicha ecuación no pueden estar más claros: la soledad y la dureza de los montes, la población que busca en ellos su forma de vida y las rapiñas de los golfines.

Pero repitamos que es solamente en el año 1300 cuando podemos encontrar por fin testimonios documentales que de una manera concreta nos sitúan en los pasos iniciales de las instituciones que tratamos de estudiar. El primero de ellos es la carta dada por el concejo de Talavera a 27 de junio de 1300 para que se pusieran cuadrilleros de los que vivían en los montes para que guardasen la tierra.

Ocurre, no obstante, que la carta se remite a otra anterior, a la cual viene a completar, y se limita a autorizar a dos individuos, llamados Lope de Abargue el ballestero y Juan Martín, para que además de nombrar a los cuadrilleros pudiesen poner pena a los que no quisiesen serlo y para que pudiesen, asimismo, prendar por las penas contempladas en el documento anterior.

Dicho documento, hoy desaparecido, no sería muy distinto del que en el mes de octubre del mismo año 1300 otorgó la ciudad de Toledo diciendo que

«los vecinos de Toledo que han algo en los montes, veyendo los muchos males et estragamientos que los golfines et los otros omes malos les facen en lo suyo et en las nuestras cosas et entendiendo que era servicio de Dios et de nuestro señor el rey don Fernando et pro et guarda de Toledo et de su término, acordaron de catar y manera de cómo se pudiese esto escarmentar et ficieron hermandad entre si en tal manera que doquier que supieren que andan algunos golfines et otros omes malos en la nuestra tierra que vayan en pos ellos...».

Al contrario que en la carta talaverana anterior se habla ahora expresamente de una hermandad surgida por iniciativa de las gentes que tenían intereses en los montes, y que una vez hecha busca el amparo y el apoyo de los munícipes de la ciudad.

De todos modos, el contenido de la carta es muy sencillo y tan solo atiende a unas pocas cuestiones:
la movilización de las gentes de los montes contra los malhechores, la designación de tres hombres buenos, sin ningún título, con el fin de encabezar la fuerza, y por último, vuelven a aparecer los cuadrilleros.

A la luz de todo esto se perfilan dos entidades, ya existentes en 1300, dotadas de una organización muy elemental para ir contra los golfines y malhechores.

Las dos son prácticamente gemelas y su dispositivo responde a un esquema que después se consolidará: por encima, los propietarios, que tienen colmenares en los montes y de los cuales se deducen unos hombres buenos, dos o tres, que se colocan al frente; en segundo término, varios cuadrilleros, distribuidos por el territorio, como encargados de vigilar y encuadrar la movilización hermandina; y en la base los colmeneros y collazos que trabajan para los propietarios, todos armados y en disposición de ponerse en guardia en el caso de ser convocados.

Por consiguiente, hay que insistir en que la realidad social de estas tierras, sin duda marginales desde el punto de vista demográfico y económico, presenta una vinculación con respecto a las ciudades enormemente grande.

 Sabemos que hay gentes que viven en el medio rural y tienen colmenas, pero la mayoría de estas explotaciones y, desde luego, las más grandes, pertenecen a ciudadanos, y la miel, la cera y, en general, los productos montaraces se canalizan a través de la ciudad.

Así las cosas, el esquema orgánico de estas hermandades, todavía iniciales, es trasunto de la estructura social en la que nacen y viene a constatar la proyección urbana sobre el campo, incluso en estos ámbitos más excéntricos.

Sigamos adelante en el discurrir cronológico. En el mes de noviembre las dos iniciativas, de Toledo y Talavera, se concertaron, haciendo hermandad entre ambas para ayudarse en la lucha. Con este objetivo lo que hacen en el texto de la correspondiente concordia es fijar una junta anual en Aliseda de Estena y además establecen normas de disciplina en la hueste.

Estamos pues en presencia de un dispositivo armado y no otra cosa, un marco adecuado para reunir la fuerza precisa para combatir a los golfines.

Es una forma de apellido que no se convoca en los lugares poblados sino en los montes vacíos y que lleva al enfrentamiento con las bandas de malhechores, la expulsión de las mismas y la muerte inmediata y en el mismo lugar de los que fueren tomados.

Todo este mecanismo se inicia cuando se denunciaba el delito cometido o la presencia de los salteadores y por eso es natural que en la concordia de noviembre de 1300 se especifique que cuando los integrantes de la hermandad denunciasen la aparición de golfines se les creyese simplemente por su palabra.

Por fin, el último paso que conduce a la triple institución se da en agosto de 1302, adhiriéndose los de Villa Real a través de una nueva concordia de tenor muy similar a la previamente hecha por toledanos y talaveranos19. Desde luego, hay que dejar muy claro que tanto en una como en otra, cada asociación mantiene su propia personalidad y lo que se hace es aplicar el principio de ayuda mutua entre las tres.

Definitivamente, la triple hermandad había tomado cuerpo y existencia legal, claro que ya existía, como queda reconocido en los documentos que hemos manejado, pero acaso no tenga mucho sentido buscar una fecha exacta de nacimiento porque seguramente no la hay, sino que de una manera paulatina los hombres relacionados con la economía montaraz se fueron aliando para enfrentarse a la problemática que les aquejaba, de manera que dichas alianzas toman la forma de esas huestes organizadas que dan vida a la hermandad. Lo que ocurre es que en este proceso concurren algunos factores que se deben tener muy en cuenta.

Es claro que en el mismo no importa sólo el peligro de los golfines, sino también la configuración que ha ido adoptando la apicultura como modalidad de explotación del territorio más alejado de los núcleos poblados, dando lugar a unidades de explotación fijas, llamadas posadas de colmenas, de creciente tamaño.

Ya sabemos que en la medida en que esto ocurre la propiedad de los grandes colmenares irá cayendo en manos de hombres de las ciudades y estos serán los que den el impulso preciso para que la lucha contra los golfines adquiera continuidad y organización.

En consecuencia, se comprende perfectamente que la necesidad de concertación de los apicultores para facilitar el desarrollo de su actividad productiva es también uno de los principios fundamentales
que explican el impulso de estas hermandades, como lo es, según hemos indicado, la proyección de los grupos sociales urbanos sobre el territorio, incluso hasta los rincones más alejados.

José María SÁNCHEZ BENITO
Universidad Autónoma de Madrid
https://www.durango-udala.net/portalDurango/RecursosWeb/DOCUMENTOS/1/0_474_1.pdf

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