En la zona periurbana, más próxima a las murallas de la ciudad, Toledo situaba sus muladares a las puertas de la cerca, por ser los lugares más próximos para tirar basura, crecidos sin ningún tipo de planificación y sin penalizar por parte del concejo, con lo que se desarrollaron, aún sin voluntad de hacerlo, los muladares de las puertas de Doce Cantos, de Bisagra, de los Judíos, y del Cambrón.
Más allá de las basuras, se extienden distintos paisajes agrarios y fluviales, dependiendo de los condicionantes físicos del terreno.
En el norte de la ciudad, debido a que existen amplias planicies de sedimentos arcillosos cuaternarios muy fértiles y estratificados en terrazas fluviales de poca altura, unido a la abundancia de agua por la cercanía al río Tajo, se expandieron las huertas, a costa de la disminución del cementerio musulmán, que continuó con su función funeraria para los habitantes mudéjares, como se constata por el descubrimiento de lucillos, nichos construidos de ladrillo, y otros dos tipos de sepulturas entre las ruinas del circo romano o sus proximidades, datados en los siglos XIII y XIV.
Los judíos tuvieron su cementerio hacia el norte, aunque más alejado que el musulmán, en el llamado Cerro de la Horca, cerca de la ermita de San Eugenio; o bien en el llamado Pradillo de San Bartolomé, hoy ocupado por la Fábrica de Armas.
Los cementerios de ambas comunidades se vieron reducidos durante la fecha de referencia. En cuanto al musulmán, ya hacía tres siglos que la comunidad había disminuido drásticamente, siendo su presencia casi testimonial y hacia 1400 no era numerosa; el judío lo haría después tras la crisis demográfica de la Peste Negra y de los asaltos a la judería en 1355, 1369 y 1391, al diezmarse la población judía.
Las huertas ocuparon la práctica totalidad de las vegas del Tajo, en ambos márgenes, salvo la franja ocupada por el Circo Romano en la que permanecía el cementerio mudéjar, cuyas sepulturas se alternaban con algunos alfares pertenecientes a los artesanos de Santiago del Arrabal; y el muladar situado enfrente de la Puerta de Bisagra. Se alternaban con los sotos de ribera, compuestos por árboles caducifolios como álamos, olmos, sauces, fresnos o alisos.
La mayor concentración de huertas se extendía a los pies de la Puerta de San Martín o del Cambrón, llamada Vega de San Martín, en los alrededores de Santa Leocadia extramuros. Allí existían varias huertas: dos alquiladas por el monasterio de San Clemente en 1331 a un hortelano, y una más arrendada en 1365 a Juan Fernández hortelano;
el cabildo catedralicio poseía en dicho lugar dos huertas donadas por el racionero Gonçalo Ferrándes en 1376 y por el racionero Pantaleón en 1379, y poseía otras flanqueando el cauce del río, como la del pago de Alayteque, en la Vega, la de Alhalecia, junto a la Huerta del Rey, o las de Val de San Pablo,cerca del convento de San Pablo del Granadal en la Puerta del Vado.
Los palacios de la Huerta del Rey fueron reedificados en el siglo XIII, aunque tomando como base la estructura primitiva de sala transversal alargada con alcobas en los extremos, precedida de un pórtico que sirve como enlace con el jardín, y redecorados con yeserías en ese siglo y en el siguiente.
La huerta dejó de ser propiedad real en 1385, cuando Juan I la dona a los jerónimos de La Sisla, y pasa, por venta en 1394, a Beatriz de Silva, cuyos escudos, junto a los de su esposo Alvar Pérez de Guzmán, ornamentan su interior, y que son los propietarios de esta huerta, la más extensa y fértil, en 1400.
Esta propiedad puede considerarse una prolongación del concepto de huerta-vergel musulmán y es concebida como lugar de esparcimiento de las clases favorecidas urbanas, aunque en sentido estricto no se puede acudir a ella como origen de los cigarrales en su estructura actual, en cuanto a que es una finca de regadío, y sí el germen de otras propiedades rústicas que proliferaron en la vega del Tajo durante el siglo XVI, que también fueron llamadas cigarrales por sus propietarios, como veremos adelante.
Las huertas necesitaban de una tecnología hidráulica que fue heredada de los musulmanes, consistente en el aprovechamiento del agua del río a través de presas y azudas “o anorias caudalosisimas, las quales echan el agua a unas canales de madera de mas de siete estados de altura para que las guertas sean regadas; estas andan de dia y de noche porque la misma corriente del río es su movedor; tienen ansi mismo nueve presas, donde con piedra se ataja todo el rio, para que vaya por las canales de las paradas de los molinos...”
Algunas huertas tenían su propia noria, canales de madera, “pozos con sus albueras...con sus açeñas et con todo su aparejo,” y otras se regaban mediante pozos con el sistema de “cigunal” que consistía en una pértiga enajenada sobre un pie en horquilla y dispuesta de modo que, atando una vasija a un extremo y tirando del otro, puede sacarse agua del pozo.
Estas huertas disponían de casas techadas de paja. En ellas se desarrolló un policultivo de regadío consistente en productos hortofrutícolas como granadas, árbol al que alude el convento de San Pablo, cítricos, limones, naranjas y cidras, almendras, higos, membrillares, ciruelas, manzanas, albaricoques, peras, hortalizas, berenjenas y cardos.
En el torno del Tajo, además de lugares para pescar libremente existían numerosísimos molinos harineros y bataneros. Los molinos eran de libre construcción y propiedad, reconociéndose no sólo en Las Partidas “Molino auiendo algun ome en que se fiziesse farina o aceña para pisar paños: si alguno qusiesse fazer otro molino o aceña en aquella misma agua a cerca de aquel puede lo fazer en su heredad o en suelo que sea término del Rey con otorgamiento dél, o de los del comun del concejo cuyo es el logar de lo quissiese fazer.”
Los molinos medievales eran de rueda vertical y eje horizontal. La rueda de paletas que mueve el agua lleva una serie de dientes que engranan en un piñón formado por dos platillos atravesados en su borde por unos vástagos entre los que encajan los dientes de la rueda del agua; este piñón va atravesado de un eje que directamente mueve la corredera.
Los molinos bataneros nombrados anteriormente son cuatro: junto a los molinos del Hierro y los de Saelices, existían dos ruedas movidas por fuerza hidráulica, que aprovecha la aceña que suministra el agua a los molinos harineros; y al final del barrio de los tintes y enfrente de los molinos de Azumel existían dos molinos bataneros más complejos, ya que la maquinaria se halla situada en un edificio.
Según Hurtado de Toledo en el siglo XVI ya no eran necesarios por haber decaído la industria pañera. A partir del sur del torno del Tajo, donde los terrenos son silíceos, porque forman parte de la meseta cristalina compuesta de migmatitas, con unos pobres niveles de suelo que rápidamente alcanzan la roca madre, se desarrollan las viñas, que también lo hacen en el norte, en la llanura sedimentaria de la Sagra, tras las vegas de las terrazas cuaternarias.
Esta explotación vinícola fue impulsada por el aumento de la demanda y el proteccionismo promocionado por el concejo, recogido en sus Ordenanzas Municipales Antiguas,que produjeron un aumento del cultivo de la vid en todo el término.
Son numerosas las referencias a las viñas y majuelos en la zona rural próxima a la ciudad, ya que tanto la iglesia como la oligarquía local inician, a partir del siglo XIII, una política de compras de propiedades rurales, muchas de las cuales se dedican a la explotación del viñedo.
Según diversas fuentes consultadas, al sur del Tajo se encontraban muchos terrenos de viñedos durante los siglos XIII y XIV: en 1297 existían viñas y tierras cerealísticas en la Vega de San Román, territorio junto al río en lo que hoy sería la Olivilla; en 1329 y en 1333 existían sendas viñas en la Pedrosilla, una con una torre; en 1353 el monasterio de San Clemente alquiló una viña en La Pozuela; en 1381 dio a tributo anual una viña en La Perdiguera; en 1387 existe un majuelo en término de Cobisa tributario de una monja de San Clemente; en 1390 un majuelo es dado a censo en el pago de San Esteban “que estaba fuera desta cibdad a la parte occidental, cerca del camino que va a San Bernardo, junto a los molinos de la Solanilla”;
en 1398 un majuelo está alquilado a tributo en la vega de San Román; y en 1400 dos monjas dan a tributo una tierra que fue viña en Peña Ventosa, donde también dos judíos compraron otra viña en fecha imprecisa por 570 mrs.
Por su parte, el cabildo de la catedral poseía viñas en la zona en Aloyón, cerca de la Sisla, Cabeza Gorda, que aunque se desconoce su localización exacta, por su topónimo tenía que situarse al sur del Tajo; Cobisa; Fontalva; Lanchar, junto a la Pedrosilla;
Loches, en la zona actual de cigarrales; Peña Ventosa; Pozuela; o la Sisla. En cuanto a las dehesas, son escasas las referencias dedicadas a ellas, ya que la ciudad disponía de los Montes de Toledo, adquiridos al rey Fernando III en 1246 para llevar a pastar a sus ganados. El convento de Santo Domingo El Real poseía en el este, en Calabazas y Aldehuela, una enorme extensión que formaba prácticamente una misma dehesa; y la ciudad no poseerá ninguna hasta que en 1549, Carlos V le permita usar La Legua.
Las dehesas más cercanas a la ciudad estaban en Santa Coloma, Algoderín y Algodor Viejo “que son çerca de media legua e una legua poco más o menos en derredor de Toledo”, que eran las que alquilaba el Concejo para que en ellas pastasen los ganados que venían a venderse o que transportaban mercancías a las ferias de Toledo, en 1403.
En el área rural próxima a la ciudad existían ermitas como la de San Esteban en la Solanilla, cedida por Alfonso X en 1260 a la comunidad de San Agustín, antes de asentarse en la Puerta del Cambrón; San Félix, cuyo origen habría sido un monasterio visigodo y que fue el germen de la actual Virgen del Valle; San Pedro el Verde, cuyo topónimo se utilizaba para designar la situación de las huertas ubicadas en el oeste de la ciudad, a las que se llegaba saliendo por la Puerta de los Judíos; San Ildefonso, contigua a Santa Leocadia de Afuera; San Eugenio, construida en 1152 para acoger los restos del santo titular, tras su traslado desde Saint Denis, y de la que sólo queda el ábside, tipológicamente acorde con la segunda mitad del siglo XII; Santa Susana ubicada enfrente de Buenavista, que pertenecía a la cofradía de San Blas; y La Bastida, primer centro de asentamiento de los franciscanos.
La mayoría habían sido antiguos conventos o eremitorios en los siglos XII y XIII, abandonados cuando sus comunidades pasaron a ocupar solares intramuros.
Hemos tomado como referencia los documentos mozárabes y las que subsistían en 1554, cuando escribe Pedro de Alcocer.
Extramuros, a los pies de la Puerta del Cambrón, se situaba la iglesia colegial de Santa Leocadia de Afuera, profundamente enraizada en la historia toledana, erigida, según la tradición en el siglo IV como mausoleo para la santa patrona de la ciudad.
Sisebuto la convirtió en basílica en el siglo VII, sirviendo de sede a varios Concilios visigodos. Fue el centro de las leyendas cristianas de la conquista islámica de la ciudad, y destruida totalmente, formando parte de la necrópolis musulmana. Fue reconstruida tras la toma de la ciudad por Alfonso VI, y en 1162 se convirtió en iglesia colegial, con canónigos que vivían bajo la regla de San Agustín.
La reconstrucción total del templo tuvo lugar en el siglo XIII, al que pertenece el actual ábside. En el cerro enfrente del Puente de Alcántara se asienta el Castillo de San Servando, de origen islámico, fue donado por Alfonso VI tras 1085 a los cluniacienses de San Víctor de Marsella, que tardaron poco en desalojarlo, en 1099, tras el primer ataque almorávide, siendo abandonado hasta la pacificación de la zona por el avance reconquistador hacia el sur, y donado a los Caballeros Templarios hasta la desaparición de la Orden a comienzos del siglo XIV.
Su abandono acabó arruinando la construcción que sirvió de baluarte en 1368 a los partidarios de Pedro I para asediar la ciudad, quedando aun más destruido. Será el arzobispo Pedro Tenorio quien reconstruyó la fortaleza a sus expensas entre 1380 y 1386.
El castillo fue puesto bajo el mando del alcaide Pero López de Ayala, alcalde mayor de Toledo, en 1398. Hubo, en el sur del torno del Tajo y en las proximidades de la ciudad, un importante convento: el de los jerónimos de la Sisla, fundado en 1384, sobre una primitiva ermita denominada Santa María, y reunió muchas propiedades en esta época, gracias a ser uno de los preferidos por parte de la oligarquía urbana, que instaló en él sus capillas funerarias. Tuvo una iglesia y monasterio góticos, con claustros y dependencias conventuales.
Fuente: http://abierto.toledo.es/open/urbanismo/03-CIGARRALES/Memoria/Historico.pdf
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