La consulta e interpretación de los designios divinos es una de esas cuestiones que resultan fascinantes por la forma en que se han sucedido y transformado a lo largo de la Historia, pero sobre todo por su pervivencia a lo largo de los siglos.
Los orígenes de este fenómeno se pierden en la noche de los tiempos, y sabemos por las fuentes que en los albores de la civilización ya se llevaban a cabo prácticas relacionadas con este contacto con la divinidad.
Es más, podemos remontarnos hasta tiempos prehistóricos para intuir que algunas manifestaciones religiosas animistas pudieran haber respondido a este tipo de ambiciones, aunque ese es un terreno complejo de interpretar en el que no me embarcaré de momento.
Por ello, quiero remitirme más bien a las primeras religiones de las que tenemos una presencia en los textos y cuyas prácticas hemos podido reconstruir gracias a la ardua labor de arqueólogos, historiadores e investigadores de diverso ámbito. Gracias a ello, podemos rastrear la presencia de rituales destinados a buscar la aprobación o la toma de decisiones por parte del dios correspondiente en torno a cuestiones polémicas difíciles de desentrañar para los mortales.
Desde los augures romanos hasta los oráculos griegos, el ser humano ha tratado de buscar respuesta a preguntas trascendentales a través de su contacto con la deidad.En esta miniatura medieval podemos ver un ejemplo de prueba de fuego
Sin embargo, hoy me gustaría hablar de una práctica que tiene que ver más con litigios o discusiones particulares que con asuntos de la trascendencia del sentido de la existencia humana o los augurios de la providencia. Hablo de un tipo de juicios generalizados durante la Edad Media y que se conocen generalmente con el nombre de “ordalía” o “Juicio de Dios”.
Esta institución, cuya vigencia se extendería hasta fines del Medievo, fue utilizada por reyes y nobles para dirimir polémicas concretas apelando a la voluntad de Dios. Es decir, de un modo parecido a cómo hoy en día recurre más de uno a invocar a la divinidad para apelar a su honor o cuando lleva a cabo un juramento, en aquella época la mejor manera de poner a prueba la veracidad de la declaración de un acusado al declararse inocente era la de preguntar a Dios qué opinaba al respecto.
Siempre y cuando no se pudiera demostrar su inocencia o culpabilidad a nivel judicial, lo mejor era no “poner la mano en el fuego” por el acusado y dejar que fuera él mismo quien lo hiciera en el sentido más literal de la expresión.
¿Y cómo podía saber si Dios estaba de su parte? No sólo existía la “prueba de fuego”, sino que también se recurría a muchos otros métodos relacionados todos ellos con dicho elemento o con el agua; desde andar sobre brasas hasta meter la mano en un guante de hierro al rojo vivo y en un recipiente de agua hirviendo.
Para lograr el veredicto, era tan sencillo como ver el resultado de dichas pruebas: Si el acusado salía ileso del procedimiento, su milagrosa suerte no podía significar otra cosa que el resultado de la intervención divina. Y en la Edad Media, donde el poder emanaba de Dios, no había veredicto más indiscutible.Prueba de fuego de Harald Gille, presunto hijo de Magnus III de Noruega, caminando descalzo sobre hierros ardientes para probar su ascendencia real
Estas prácticas no siempre se llevaban a cabo de la misma manera, ni eran algo habitual, sino que se recurría a ellas en ocasiones puntuales y pleitos considerados de especial relevancia. Sin embargo, entre la gran diversidad de formas que presentó, nos gustaría destacar alguna especialmente curiosa como la prueba de la Cruz o la del pan y el queso.
En el primer caso, se limitaba a poner a los acusados de pie con los brazos alzados a modo de cruz, y aquel que se movía primero, perdía el pleito. Por su parte, la otra opción consistía en bendecir y consagran alimentos como los mencionados y hacer que lo comieran los acusados, para ver si al ingerirlos eran envenenados y, por lo tanto, culpables. Una opción que a buen seguro preferiría más de uno, pero que tenía la misma validez que cualquier otra.
En la Península Ibérica, por citar algún ejemplo, se regularizan en los Fueros de Toledo la práctica de desafío o juicio por combate (que resultará muy familiar a los seguidores de la saga “Juego de Tronos”), además de la citada prueba del agua hirviendo o la del hierro. En el caso del pan y del queso, todo parece que indicar que no se llevó a cabo, y que dichas joyas de la gastronomía nacional se reservarían a paladares más exquisitos y pudientes.
Al margen de estos últimos comentarios y sin querer ser acusado de frívolo, lo cierto es que no podemos entender todas estas prácticas si no es desde la mentalidad y la óptica de la época, como todo historiador sabe, así que espero no se malinterpreten mis palabras. Pero sea como sea, no deja de resultar un fenómeno histórico de lo más curioso y que nos permite explicar expresiones y frases hechas tan presentes en nuestra vida cotidiana como “poner la mano en el fuego” o “Dios proveerá”.
Por Miguel Vega Carrasco -
nov 18, 2014
https://descubrirlahistoria.es/2014/11/poner-la-mano-en-el-fuego-y-otros-juicios-de-dios/
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