No es precisamente privativo de la Historia de España el tema que, hasta finales del siglo XV, puede enunciarse en ella con el título de «problema judío».
Ninguno de los aspectos de éste, desde el de la discriminación hasta el de la expulsión, pasando por los intermitentes de la persecución o la tolerancia, es ajeno al ayer de todas las actuales naciones europeas -por no referirnos sino al área de nuestro ámbito cultural.
Un ayer que es casi presente en algunas de las más civilizadas y aun efectiva realidad en otras de las tenidas por más progresistas.
Ninguno de los aspectos de éste, desde el de la discriminación hasta el de la expulsión, pasando por los intermitentes de la persecución o la tolerancia, es ajeno al ayer de todas las actuales naciones europeas -por no referirnos sino al área de nuestro ámbito cultural.
Un ayer que es casi presente en algunas de las más civilizadas y aun efectiva realidad en otras de las tenidas por más progresistas.
Sobre las causas de tan universalizado fenómeno no es éste, por supuesto, lugar ni momento de reflexionar una vez más.
«¿Por qué el visigodo, el moro medieval, el español de fines de la Edad Media, el alemán, el ruso, el bereber y otros muchos pueblos, a lo largo de los siglos y de las generaciones, han odiado tan continua y sistemáticamente al judío?», se preguntó entre nosotros el etnólogo e historiador Julio Caro Baroja.
Sistematizadas respuestas han venido intentando dar a la cuestión las modernas historias del antisemitismo (Poliakov, Jules Isaac, Lazare, etc.).
«¿Por qué el visigodo, el moro medieval, el español de fines de la Edad Media, el alemán, el ruso, el bereber y otros muchos pueblos, a lo largo de los siglos y de las generaciones, han odiado tan continua y sistemáticamente al judío?», se preguntó entre nosotros el etnólogo e historiador Julio Caro Baroja.
Sistematizadas respuestas han venido intentando dar a la cuestión las modernas historias del antisemitismo (Poliakov, Jules Isaac, Lazare, etc.).
No es, pues, a la generalidad geográfica y temporal del fenómeno conflictivo judío a lo que deseamos aludir en estas páginas. Tampoco a sus motivaciones, racionales o instintivas, ni, por último, a sus características más divulgadas y compartidas. En este sentido, según apreciación de uno de los últimos historiadores de la Inquisición española, Henry Kamen, «en España, la naturaleza del problema quizás no difirió fundamentalmente de su naturaleza en cualquier otro lugar o época».
La afirmación es válida en cuanto a lo que específicamente se refiere, la naturaleza o esencia del problema, y aun en cuanto a su manera de manifestarse a lo largo de nuestra Edad Media. Pero es precisamente a su transformación a finales de dicha época, en vísperas de la fecha (1492) en que aquél pudo creerse definitivamente liquidado en España, en torno a lo que hemos de ceñir nuestra atención. Es entonces cuando esa forma de manifestación adopta en el medio hispánico caracteres diferenciados que, en adelante, habrían de resultar exclusivos.
Ninguna, en efecto, de las demás entidades históricas europeas -léase naciones- experimentaron la perduración del problema (que, por supuesto, continuó alentando en su seno y, a veces, ¡con qué violencia!) al modo como lo hizo en España durante los siglos de su modernidad. Para decirlo de una vez, casi con las palabras con que lo expresa el título de uno de los estudios incluidos en este libro, convirtiendo el tradicional problema judío en nuevo problema converso.
Este fenómeno, el converso, es, pues, un rasgo privativo de nuestra Historia. Tristemente privativo, es cierto, aunque sustitutivo (para que ninguna otra historia nacional pueda vanagloriarse de su elusión) de la prolongada vivencia del «caso» judaico, mantenida en el resto de las sociedades en que había cobrado realidad a lo largo de la Edad Media.
Sin embargo, el tema histórico de los convertidos a la fe cristiana procedentes del Judaísmo es de relativamente reciente «descubrimiento» en la publicística española moderna, en la que mantiene vigente su actualidad. No más atrás de los últimos años cuarenta del pasado siglo se remontan los primeros estudios de A. Domínguez Ortiz y Américo Castro atañentes a él1.
Desde distintas plataformas metodológicas, ambos autores afrontaron entonces, casi simultáneamente, su innovador enfoque (innovador porque, al hablar de «descubrimiento», no queremos significar ni mucho menos, que el tema fuese desconocido para nuestra tradición historiográfica).
Desde esas fechas en adelante y para el segundo hasta su muerte en 1972, uno y otro volvieron repetidamente sobre el asunto. El primero, bajo la forma de consideración global, directa, de la que en un principio llamara «clase social» de los conversos. Castro, señalándolo en múltiples aspectos «del vivir hispánico» y haciendo de él clave esencial, casi única, explicativa del sentido de nuestra historia moderna.
Desde esas fechas en adelante y para el segundo hasta su muerte en 1972, uno y otro volvieron repetidamente sobre el asunto. El primero, bajo la forma de consideración global, directa, de la que en un principio llamara «clase social» de los conversos. Castro, señalándolo en múltiples aspectos «del vivir hispánico» y haciendo de él clave esencial, casi única, explicativa del sentido de nuestra historia moderna.
Eloy Benito Ruano
Diciembre 2001
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/los-origenes-del-problema-converso--0/html/ffe964ce-82b1-11df-acc7-002185ce6064_29.html#I_3_
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