Aparte de otros motivos, es indudable que la posición estratégica de Toledo en el centro de la Península influiría en su elección como sede permanente del poder en detrimento de las antiguas capitales provinciales romanas que se localizaban en zonas muy periféricas31 . También es muy posible que la aguda crisis económica que sacudió al Imperio Romano desde el siglo III, y muy especialmente a las ciudades, no hubiese tenido un impacto muy acusado en Toledo.
Si en los primeros momentos se trataba de una ciudad de segundo rango, aunque ya contaba con un obispo, aquella circunstancia habría de suponerle un progresivo encumbramiento, tanto en el plano político como eclesiástico, hasta convertirla en la más importante del reino. Como primera consideración significativa conviene señalar que todavía desconocemos en gran medida cómo era Toledo cuando a ella llegaron los visigodos.
A falta de referencias escritas, tendrá que ser la arqueología la que nos proporcione evidencias significativas al respecto. A diferencia de otras ciudades romanas en las que la arqueología ha constatado el proceso de reurbanización que en ellas se produjo a lo largo del siglo V, en Toledo todavía este es un aspecto que no está documentado.
No se han realizado excavaciones en el centro de la ciudad que nos pudiesen confirmar si aquí también entonces se produjo una fase de contracción y de destrucción con el abandono del foro y otros espacios y edificios públicos, la compartimentación de las antiguas viviendas, la ocupación de las calles y su estrechamiento, etc. Es decir, el panorama con el que se encontrarían los visigodos cuanto aquí se establecieron. En cualquier caso, una vez elegida la ciudad como centro de su poder, es evidente que la actividad edilicia que éste llevaría a cabo repercutiría desde pronto en cambiar su fisonomía, con la construcción de edificios adaptados a la nueva realidad, política, social y religiosa.
A ello también contribuiría la Iglesia, pues en Toledo, como ya hemos señalado, ya existía un obispo desde comienzos del siglo IV, cuyos sucesores, tras la conversión de los visigodos al catolicismo, se vieron gradualmente encumbrados al socaire de su connivencia con la monarquía. Sin embargo, siempre ha resultado sorprendente que habiendo sido Toledo la capital del reino visigodo, con todo lo que ello tuvo que suponer, en la ciudad se conservasen tan pocos restos arqueológicos visibles.
Ninguno in-situ –hasta los recientes descubrimientos de Vega Baja– y solamente algunas piezas decorativas descontextualizadas y reutilizadas intencionadamente en construcciones posteriores. De los principales edificios que entonces se levantaron, en especial las iglesias de las que se tiene constancia en las fuentes escritas y a las que posteriormente nos referiremos, se desconoce su exacta ubicación, lo que ha dado pie a diversas interpretaciones. Es decir, que tanto la topografía política como la religiosa de la ciudad están todavía por precisar.
No obstante, los hallazgos que se han empezado a producir desde hace unos años en la Vega Baja han supuesto replantear lo que pudo haber sido la organización urbanística de la Toledo visigoda. Todo parece indicar que entonces se mantuvo el mismo paisaje urbano de época romana constituido por dos espacios perfectamente diferenciados: la urbs, en la parte alta y el suburbio, extramuros, en el que se desarrolló un complejo urbano.
Sin embargo, es muy posible que lo que cambió fue el significado de los mismos, reservando la parte alta para el poder eclesiástico, en la que el obispo tendría su iglesia y su residencia, y la parte baja para el poder político en la que el rey y la corte tendrían la suya, en el palacio que allí se levantó y en torno al cual se reorganizó el entramado urbano cuyos restos están ahora saliendo a la luz.
Esta circunstancia es la que pudo haber posibilitado el mantenimiento del suburbio, a diferencia de otras ciudades, como Mérida, en las que en época visigoda fue progresivamente abandonado y sus edificios públicos convertidos en canteras de las cuales aprovechar sus materiales constructivos . El complejo palatino, cuya ubicación exacta se desconoce, –y que no descartamos que en los primeros momentos fuese una suntuosa villa adaptada para tal fin–, servía para escenificar todo el aparato de corte, cargado de elementos simbólicos, con la finalidad de realzar tanto la figura del rey, como la de la institución monárquica. En él se encontrarían las dependencias destinadas al alojamiento de la familia real y del conjunto de oficiales que atendían al funcionamiento de la administración.
También el lugar en el que se guardaba el tesoro que los visigodos habían ido acumulando a lo largo de sus desplazamientos, además de una ceca en la que se acuñó moneda durante algunos reinados y un taller áulico en el que se fabricaron valiosas piezas de orfebrería –tales como las coronas que forman parte del tesoro de Guarrazar– que los reyes podían ofrecer a establecimientos religiosos con los que mantuviesen una especial vinculación.
Cuando los visigodos se establecieron en Toledo seguían siendo arrianos, situación que se mantuvo hasta su conversión al catolicismo el 8 de mayo del año 589, en el III Concilio de Toledo, presidido por el obispo Masona de Mérida y que contó con la asistencia de sesenta y dos obispos. A partir de entonces la Iglesia visigoda quedó plenamente integrada en la hispanorromana, evitando cualquier referencia con el pasado. En aquella nueva circunstancia, Toledo, por su condición de ciudad regia, pronto habría de ver incrementado también su protagonismo en el ámbito eclesiástico. La propia monarquía procuró encumbrar y legitimar a la ciudad con la que cada vez parecía más identificada.
Si era la sede del poder político, también tendría que serlo del poder religioso y no de un simple obispado. De inmediato comenzó el encumbramiento de los obispos toledanos que llegaron a alcanzar en el año 681, nada menos que la primacía de la Iglesia hispana. Toledo habría de ser escenario de los dieciocho concilios que en ella se celebraron36. La simbiosis entre el poder político y el eclesiástico fue total, personificada en la propia ciudad en la que tuvieron lugar todos los actos oficiales, sacralizados por la intervención de la Iglesia. En realidad ambos poderes se necesitaban pero es indudable que el poder político quedaba mediatizado por el eclesiástico .
Hasta la conversión, al igual que en otras ciudades, en Toledo habían convivido las dos religiones, cada una con su propio clero y con sus lugares de culto perfectamente diferenciados en los que practicar el correspondiente ritual litúrgico.
Ello también habría supuesto la existencia de dos conjuntos episcopales: el del obispo católico y el del obispo arriano, de los cuales no sabemos absolutamente nada Es indudable que esa realidad, de mutua tolerancia por todo lo que suponía, tuvo que tener una evidente plasmación en la topografía eclesiástica de la ciudad y también de su entorno. Desconocemos si los visigodos se apoderaron, por la fuerza, de algunas de las iglesias católicas ya existentes, o si adaptaron otros edificios o los levantaron de nueva planta para sus necesidades litúrgicas.
Es posible que, al menos en un caso, sí se pudieron haber apropiado de una iglesia, como fue la de Santa María, tal como parece reflejar el texto de una inscripción tallada en una columna, fechada el 13 de abril del año 587, durante el reinado de Recaredo, que actualmente se conserva en el claustro de la catedral aunque procede de la zona de San Juan de la Penitencia donde fue localizada en el siglo XVI39. Cuando y cómo llegó hasta el lugar de su hallazgo, así como su originario lugar de procedencia, es lo que desconocemos
Algunos autores dudan de su autenticidad, pero lo cierto es que es imposible poder conocer las verdaderas motivaciones que habrían dado lugar a realizar una falsificación de estas características y de ser así, cuando se llevó a cabo. Se viene considerando que lo que la inscripción refleja es la nueva consagración al culto católico de la iglesia, lo que confirmaría que anteriormente había estado vinculada durante un tiempo al culto arriano, sin la advocación de Santa María, imposible en el arrianismo.
Recaredo, antes de su conversión oficial, cedería a la población católica de Toledo la que antes podía haber sido su iglesia principal, que así recuperaría su primitiva advocación y que sería lo que viene a reflejar el texto de la inscripción. A partir de la conversión de los visigodos, el panorama iba a cambiar, pues desde ese momento resultaba improcedente la coexistencia de dos tipos de lugares de culto diferenciados, ya que el ritual a practicar era único.
Las iglesias arrianas que hasta entonces existían en Toledo –al igual que todas las del reino–, previa nueva consagración tuvieron que adaptarse al culto católico. Es indudable que a partir de entonces se intensificaría la construcción de nuevos lugares de culto, en muchos de los cuales la iniciativa del poder político sería evidente, pues no en balde era éste el que había asumido la otra religión .
De las iglesias que se levantaban en Toledo antes del III Concilio (589) no tenemos ninguna noticia (excepto la ya señalada consagración al culto católico de la iglesia de Santa María de la que no se señala si entonces era la sede episcopal).
A partir de ese momento ya contamos con referencias documentales, aunque todavía no se haya localizado arqueológicamente –con absoluta seguridad– ninguno de los edificios que nos citan los textos, por lo que desconocemos sus características arquitectónicas, su configuración espacial (si eran de planta basilical o en cruz) o sus sistemas de cubrición (si abovedados o con cubierta de madera). La excavación de alguno de estos edificios permitiría comprobar si las afirmaciones que algunos arqueólogos vienen manteniendo últimamente acerca de la arquitectura de época visigoda son acertadas o no.
Según Rafael Puertas Tricas, en los textos aparecen señaladas las iglesias de Santa María, de Santa Leocadia, de la Santa Cruz, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y las de los monasterios Agaliense, de los santos Cosme y Damián, de San Miguel y de Santa Eulalia.
Y como otras posibles, de las que no se tienen referencias documentales, este autor cita –no sabemos si basándose en que en ellas se conservan restos de época visigoda– las de San Sebastián, San Ginés, San Lucas, San Tirso y Santa Justa.
Sobre ésta última mártir (unida en su culto a Santa Rufina), Carmen García Rodríguez indica que habría que tener en cuenta la ascensión de Félix, obispo de Sevilla, a la sede toledana, a fines del siglo VII y que podría haber introducido en Toledo el culto de las santas hispalenses. Según una inscripción funeraria, aunque de dudosa lectura, es posible que desde el siglo V existiese una iglesia dedicada a San Vicente.
La mayoría de estos lugares de culto, dispersos por la ciudad y su suburbio, se levantarían a lo largo del siglo VII, tras la conversión de los visigodos al catolicismo y al socaire de la paulatina vinculación de la monarquía con el poder En cualquier caso, aunque todavía desconocida para nosotros, era evidente que la topografía eclesiástica toledana aparecía cada vez más consolidada y definida como reflejo de la nueva realidad política y religiosa de la ciudad.
Varios de los edificios religiosos se encontraban en el suburbium, lo que dotaba a este espacio de un cierto carácter sagrado y venía a constituir como una especie de barrera espiritual, protectora de la ciudad .
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