El arma llegó a Toledo. Con ella se había degollado al apóstol San Pablo, una muerte que la historia atribuye al emperador romano Nerón.
La muerte de San Pablo tuvo lugar en Roma entre el año 67 y el 68 después de Cristo. Su martirio se narra por primera vez en los ‘Hechos de Pablo’, escritos hacia finales del siglo II.
Los Hechos de Pablo son unos de los principales y más antiguos textos apócrifos cristianos, conocidos también como Evangelios apócrifos y datan del siglo II.
Fueron mencionados por primera vez por Tertuliano, quien afirmó que fueron escritos en el año 160 y que se trataba de un texto herético ya que alentaba a que las mujeres tuviesen los derechos de predicar y de bautizar.
Fueron considerados ortodoxos por Hipólito de Roma, pero volvieron a ser tenidos por heréticos cuando los maniqueos comenzaron a utilizarlo.
Su autor es desconocido y escribió acerca de los viajes de san Pablo en Asia Menor, sin mostrar dependencia alguna de los Evangelios canónicos, pero usando tradiciones orales acerca del trabajo misionero de Pablo.
Estos textos señalan que el emperador Nerón condenó a San Pablo a muerte por decapitación. Era ciudadano romano y no podía ser crucificado. La sentencia se cumplió en el acto.
San Jerónimo, en su obra De Viris Illustribus (392 d.C.), menciona que «Pablo fue enterrado en la vía Ostia en Roma».
la Pasión de Pablo del Pseudo Abdías (siglo VI) señaló la sepultura del Apóstol «fuera de la ciudad […], en la segunda milla de la vía Ostiense», más precisamente «en la hacienda de Lucina», una matrona cristiana, donde más tarde se levantaría la basílica de San Pablo Extramuros.
Hacia el siglo V, el texto apócrifo del Pseudo Marcelo, conocido con el título de Hechos de Pedro y Pablo, indicó que el martirio de Pablo habría sido por decapitación en las Acque Salvie, en la vía Laurentina, hoy abadía delle Tre Fontane, con un triple rebote de su cabeza que aseguraba haber causado la generación de tres vías de agua. Esta noticia es independiente de todas las anteriores y tardía, lo que sugiere su carácter legendario.
A Pablo lo condujeron encadenado para decapitarlo a tres millas de distancia. El dato concreto coincide con el lugar de las Tres Fuentes, señalado por la tradición como lugar del martirio del Apóstol de las Gentes.
Durante el camino, sucedió el encuentro de la comitiva del condenado con una mujer piadosa, de nombre Perpetua, que era tuerta. Al ver a Pablo, se compadeció de él y se puso a llorar a gritos.
Pablo le pidió el pañuelo que llevaba a la cabeza con el propósito de devolvérselo. Los soldados tomaron a risa el gesto, pero la mujer les rogó que le ataran con el pañuelo la cabeza cuando lo decapitaran.
El apócrifo refiere que así lo hicieron en el lugar denominado “Aguas Salvias”. El pañuelo, que tenía algunas gotas de sangre, llegó a las manos de la mujer, y en cuanto se lo puso sobre la cabeza, recuperó el ojo que tenía perdido (c. 80,3).
Después del relato de la muerte y sepultura de Pedro, refiere el apócrifo el encuentro de los soldados que habían decapitado a Pablo con Perpetua.
Le comentaron que por un exceso de confianza había perdido su pañuelo. Pero ella les contó lo sucedido y cómo había recuperado el ojo, por lo que se había convertido en la esclava del Señor Dios de Pablo.
Los soldados quedaron estupefactos con el milagro y gritaron a una: “Nosotros también somos siervos del dueño de Pablo” (c. 84,2). Decían incluso: “Hemos creído en el Cristo que Pablo predicó, y ahora somos cristianos” (c. 84,3).
Nerón ordenó que Perpetua fuera encarcelada y finalmente arrojada por un precipicio. Una amiga suya, de nombre Potenciana, hermana de la mujer de Nerón, fue catequizada por Perpetua y se convirtió a la fe de Pablo. Después de padecer variados tormentos, fue condenada a la hoguera.
El apócrifo termina refiriendo el castigo de Nerón, que cayó en desgracia de su ejército y del pueblo romano. Abandonado de todos, anduvo errante por selvas y bosques, muerto de hambre y de frío.
Cuentan algunos que fue devorado por los lobos. Como sucede en otros Hechos Apócrifos, se cuenta de la sepultura de los apóstoles protagonistas y de las fechas de sus fiestas.
Del sepulcro de Pablo, se cuenta que se encontraba en la Vía Ostiense, a dos millas de las puertas de la ciudad de Roma.
Tras una serie de excavaciones realizadas en la basílica romana de San Pablo Extramuros desde 2002, un grupo de arqueólogos del Vaticano descubrieron en 2006 restos humanos óseos en un sarcófago de mármol ubicado bajo el altar mayor del templo.
La tumba data aproximadamente del año 390. Mediante la técnica de datación por medición del carbono-14, pudo determinarse que los restos óseos datan del siglo I o II.
En junio de 2009, el papa Benedicto XVI anunció los resultados de las investigaciones realizadas hasta ese momento y expresó su convicción de que, por los antecedentes, ubicación y datación, podría tratarse de los restos del Apóstol.
En el siglo XIV la espada con la que supuestamente fue degollado el apóstol San Pablo es traída a Toledo por el cardenal Gil de Albornoz.
El cardenal Egidio Álvarez de Albornoz y Luna, que era conocido como Gil de Albornoz, fue arzobispo de Toledo entre 1338 y 1350 y su sepulcro está situado en el centro de la capilla de San Ildefonso de la Catedral Primada.
Gil de Albornoz, fundador del Colegio de Bolonia, trajo a Toledo la presunta espada con la que fue degollado San Pablo directamente desde Roma como un regalo del Papa Urbano V.
El Santo Padre mantenía una estrecha relación con Albornoz, ya que éste había renunciado a la tiara propiciando así su elección.
Las armas eran un elemento cotidiano para Albornoz. Con 28 años, antes de ser nombrado arzobispo de Toledo, ocupaba el cargo de arcediano de la Orden de Calatrava.
Fue militar y religioso y combatió en la cruzada europea en Algeciras contra los benimerines del Reino de Fez, y, sin duda, su experiencia militar fue determinante para que Clemente VI le diera el mando del ejército papal en 1350.
Viajó desde Aviñón, sede francesa del papado, con la misión de recuperar los Estados Pontificios.
Tuvo éxito, y su figura fue determinante en la configuración del actual Vaticano. Gil de Albornoz murió el 24 de agosto de 1367 en Viterbo, y en 1371 se decidió el traslado de sus restos hasta Toledo en un cortejo por Italia, Francia y España en el que hasta el propio rey Enrique II de Castilla se encargó de portar el féretro.
En su testamento, firmado como «Canciller de Castilla y Caudillo de Italia», y en el que se detallan sus posesiones y las donaciones que hace tanto a Toledo como a Cuenca (de donde era oriundo), no figura referencia a la espada de San Pablo, por lo que es complicado datar cuándo llega ésta a Toledo.
El historiador Antonio Martín Gamero, en su libro ‘Los Cigarrales de Toledo’ (página 71), hace referencia a Albornoz como poseedor del cuchillo hasta que lo dona al convento de la Sisla. Lo denomina «preciosa reliquia» que regaló a la Catedral con otras muchas cosas que trajo de Roma.
El cuchillo era venerado por los fieles el 25 de febrero de cada año, día del apóstol San Matías, permitiéndoles besar la reliquia. La espada estuvo en La Sisla hasta la Guerra de la Independencia, cuando se traslada por seguridad al convento de las Jerónimas de San Pablo «para que no fuera robada por los franceses», pero finalmente retorna en 1814.
Permanece allí seis años más, y en 1820, debido a la expulsión de los monjes jerónimos de La Sisla por la desamortización, la madre abadesa de las Jerónimas de San Pablo escribió una carta al entonces arzobispo de Toledo, Luis María de Borbón y Vallabriga, con fecha 25 de octubre de 1820, solicitando el cuchillo de San Pablo. Fue entregado finalmente a ellas por el padre prior Fray Francisco Moreno de Guadalupe.
Allí permaneció el cuchillo hasta la Guerra Civil, momento en el que desaparece de las páginas de la historia… para después pasar a las páginas de los periódicos.
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