martes, 28 de abril de 2020

Del final de un Canario Flauta en la Parroquia de San Nicolás

Entre finales del siglo XIX y 1936 la prensa toledana vivió su edad dorada, con decenas de cabeceras de todo tipo, ideología y tendencias sociales

ESBOZOS PARA UNA CRÓNICA NEGRA DE ANTAÑO (EPÍLOGO)

En junio de 2016 comenzó en Artes&Letras la serie «Esbozos para una crónica negra de antaño» que concluyó pasado 14 de marzo tras medio centenar de entregas

Enrique SÁNCHEZ LUBIÁN
Actualizado:31/03/2020 19:51h

En los anales del periodismo español, el famoso «crimen de la calle de Fuencarral», acaecido en 1888, está considerado como el inicio y arranque del sensacionalismo. La victima de este suceso fue Luciana Borcino, viuda acaudalada, cuyo cadáver fue encontrado apuñalado y posteriormente quemado. 

En su muerte aparecieron implicados una criada, Higinia Balaguer, un hijo de la víctima, conocido popularmente como «pollo Varela» acreditado calavera y noctámbulo madrileño, y el director de la Cárcel Modelo, donde se encontraba preso el anterior, pero que entraba y salía del encierro cuando y como quería.

Durante la instrucción sumarial del caso las especulaciones no pararon, ya que los implicados dieron hasta veinte versiones diferentes. 




Ante semejante confusión, la prensa de la época inició una alocada carrera por ofrecer el mayor número de detalles de cuánto podría haber ocurrido, recogiendo declaraciones de los más dispares seudotestigos o «investigadores» del caso, posicionándose a favor o en contra de los implicados, dando numerosos detalles escabrosos sobre la vida de cada uno de ellos y dejando de lado cualquier indicio sobre la presunción de inocencia de los investigados. 

Hasta Galdós sucumbió a su vorágine con una serie de crónicas periodísticas publicadas en el diario argentino «La Prensa» y que tras su muerte fueron compiladas en 1926 por el periodista Antonio Ghiraldo bajo el título de «Cronicón. 

El crimen de la calle de Fuencarral», así como en sus novelas «La incógnita» y «Realidad». Estaba naciendo una nueva forma de escribir en los periódicos: el sensacionalismo. 

Y a los lectores les gustaba, pues cada noche en las puertas de los talleres donde se imprimían los principales periódicos madrileños, una muchedumbre esperaba ansiosa para «conocer» las últimas novedades del crimen, que se saldó con la condena a muerte de Higinia.

“Cronicón”, recopilación hecha en 1926 de las notas periodísticas que Galdós remitió a Argentina del “crimen de Fuencarral” y su posterior juicio

Las tiradas de los periódicos y revistas de información general se triplicaron. 

Desde ese momento, y aunque casi un 70 por 100 de la población española era analfabeta, la prensa se convirtió en la principal fuente donde conocer detalles de los más espeluznantes sucesos que ocurrían en cualquier punto de España.

 Y si los mismos no eran suficientes como para llenar las planas de aquellos gigantescos diarios, se inventaban. 

En cierto modo, se estaba tomando relevo a la tradición de las aleluyas y pliegos de cordel que desde siglos atrás ciegos y romanceros iban cantando por las plazas públicas, llevando de pueblo en pueblo, crímenes, infidelidades, desengaños, robos y los mil pesares que la condición humana arrastra.

La nueva moda periodística que el «crimen de Fuencarral» inició, también llegó hasta los periódicos de la ciudad de Toledo. Y lo hizo en un momento en que la prensa provincial comenzaba a vivir la que sería su edad dorada.

 Entre finales del siglo XIX y 1936 hay registradas más de ciento cincuenta cabeceras diferentes en la capital, muchas de ellas de gran calidad y con una pluralidad ideológica tremenda: católicas, republicanas, carlistas, obreras, toledanistas o al servicio del cacique político de turno.

En junio de 2016 inicié en las páginas de este suplemento cultural la publicación de la serie «Esbozos para una crónica negra de antaño», que ha concluido el pasado 14 de marzo con la entrega número cincuenta. Su objetivo era tanto dar a conocer una faceta poco estudiada a la vida de los toledanos y toledanas (en cierto modo la cara “b” de su cotidianeidad oficial, protagonizada por quienes voluntaria u obligadamente vivían al otro lado de ley) como a poner en valor a aquellos periodistas anónimos que en muchas ocasiones hubieron de derrochar imaginación y oficio para ganar la atención de sus lectores presentando como grandes sucesos hechos que apenas llegaban a la categoría de sucedidos.

En este medio centenar de entregas hemos recuperado aventuras y desventuras de diferentes partidas de bandidos en la zona sur de la provincia, relatado las últimas ejecuciones materializadas en Toledo, motines populares por cuestiones de impuestos o prohibición de capeas, misteriosas explosiones en Olías del Rey o supuestas visiones marianas en Guadamur, crímenes despiadados y movilizaciones populares para evitar que volviesen a levantarse patíbulos en la capital o repetidas apariciones de ahogados sin nombre en las aguas del Tajo. 

Y también hemos recuperado el buen hacer de periodistas como Federico Lafuente, Emilio Bueno, Antonio Garijo, Tomás Rodríguez («Teerre»), Manuel Cano, Florentino Pintado, Fidel Domínguez, Julio González o el extraordinario cronista que se ocultaba bajo el seudónimo «Honn», cuyo relato sobre la desaparición de un curandero en Menasalbas, incluyendo la descripción de una casa de lenocinio en las inmediaciones del Alcázar toledano, que abría sus puertas bajo el nombre de «El Chorrillo», fue excepcional.

En homenaje a ellos y como epílogo a esta serie para quitarnos el agrio sabor de boca que nos dejó su última entrega, el «crimen de Moraleda» publicado hace dos semanas, comparto hoy esta crónica anónima, que bajo el título de «¡Vaya un pájaro!», fue publicada en las páginas del «Heraldo Toledano», dirigido por Domingo Alonso, el 18 de mayo de 1930, días después de concluir la tradicional novena que en honor de la Virgen de los Dolores que tradicionalmente se celebraba en la parroquia toledana de San Nicolás y que en ese año tuvo como predicador a Leocadio González Cárdenas, del convento de los padres franciscanos de San Buenaventura, de Sevilla.

No me atrevo a certificar la veracidad o no de su contenido, ni tampoco a calificarlo como trágico o como cómico, pues no he conseguido contrastarlo con más datos ni versiones. Transcribo su texto tal cual pudieron leerlo los toledanos de la época y ustedes lo juzgan:

«Hemos recibido el siguiente relato de lo sucedido con un pájaro.

En la parroquia de San Nicolás se celebró la novena acostumbrada de la Virgen de los Dolores. Para ayuda del culto se estableció la consabida rifita, y entre los objetos rifados hubo un canario flauta con su correspondiente jaula.

Efectuado el sorteo y transcurrido el tiempo estipulado, no se presentó el agraciado a recoger el pájaro, por lo cual quedó depositado el volátil en casa del cura párroco, por considerarle persona de más solvencia moral y material hasta que la Cofradía acordase lo más pertinente al caso.

Plaza de San Nicolás, en cuya casa parroquial de desarrolló el suceso narrado en la crónica “Vaya un pájaro” (Foto, Aldus)

Reunidos los cofrades, decidieron adjudicar el canario a uno de ellos, previo pago de cuarenta y cinco pesetas.

Pero al ir a reclamárselo al cura, éste se negó a entregarlo, aduciendo su mejor derecho a quedarse con el animalito que, confiado y contento, alegraba la casa parroquial con sus armoniosos gorjeos.




Se le hizo saber al reverendo Padre que había quien pagaba cuarenta y cinco pesetas, pero se le concedió la preferencia de adquisición en el mismo precio que se la había señalado al cofrade. Entonces renunció a los rítmicos canticos de la infeliz avecilla, pero exigió que se le abonara el importe de la manutención durante los días que lo tuvo depositado.

Los cofrades transigieron y abonaron el importe del recibo que ascendía a veinticinco pesetas […] Abonado el precio de tan esplendido hospedaje, se presentaron los cofrades en casa del cura a recoger el pájaro, pero se encontraron con el pájaro estrangulado dentro de la jaula y ésta completamente aplastada».

«No queremos hacer, por nuestra cuenta –concluía la crónica-, el más leve comentario». Tampoco yo, como autor de esta serie de esbozos, quiero realizarlo en el punto final de la misma. 

Que cada lector saque su propia conclusión y quédese con un rictus de pesadumbre, una risueña mueca o un contenido elogio a aquellos compañeros de la prensa de entonces que, como dijimos, hubieron de echarle imaginación y fantasía para dar rango de noticia a lo que, en muchas ocasiones, no pasaba de ser simple peripecia.

Enrique SÁNCHEZ LUBIÁN
Actualizado:31/03/2020 19:51h


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